The Objective
Fíjate bien

Aquí no toca

«Es la pesadumbre de quien es consciente de la desdicha. Una mujer excluida por casta, género y pobreza, intocable»

Aquí no toca

Fotografía de Pío Cabanillas.

Tres monedas en el suelo de una calle cualquiera de la India, confundidas entre el asfalto polvoriento sobre las que la mujer, recostada en la pared, parece querer posar su mirada; pero no, hacia ahí mira sin ver, dejando esa mirada suspendida entre el laberinto de sus pensamientos. La mano sobre la cabeza parece como si le ayudara a sujetar tanta calamidad. Es la pesadumbre de quien es muy consciente de la desdicha. Una mujer dalit, sin esperanza, excluida por casta, por género y por pobreza extrema, intocable en cuyos sueños no está como por aquí que le toque una lotería.

Cuando Rodin creó el Pensador, el hombre que aparece inclinado hacia adelante sosteniendo la cabeza con la mano, el artista advirtió que era un hombre que «piensa no solo con el cerebro, sino con todo el cuerpo». Preocupado y en postura tensa.

En postura corporal dolorosa de cuerpo caído, como las bolsas de enseres que la acompañan, está nuestra mujer, aunque no parece que deje inclinar de igual modo el espíritu. Su fuerza, la resistencia silenciosa ante la pobreza y la caridad escasa, hablan a través del sari que envuelve su cuerpo frágil, de un azul cobalto que se asocia directamente con Krishna, la deidad de piel azul tan venerada por el hinduismo. Es como si la anciana hubiera querido con ello acariciar el color del cielo y del océano y quisiera hablarnos de una vida sostenida por la fe, tocada de protección divina.

En la India, para conseguir de forma natural esa tonalidad de azul, se necesitan muchas tintadas de índigo, muchas oxidaciones para hacerlo tan intenso. Tantas como la vida oxidada de la mujer, que se resiste a ello y luce un rosa no menos intenso para vestir su blanco cabello, como un pulso de alegría que no se rinde, de memoria viva de la mujer joven que se fue, pero que no desea desaparecer ni por el paso del tiempo ni por la escasez. Esa dignidad intacta es su patrimonio, la luz interior que ninguna penuria ha podido apagar.

Con esa holganza, deja que se luzcan pies y brazos desnudos, cuajados de líneas arrugadas, escritas más por el infortunio que por los años. En ellas habitan el cansancio, la espera y la carencia como mapas de todo lo sostenido.

Entre el polvo y el paso ajeno, su silencio pide lo que el mundo olvidó darle: una mirada, una palabra, un gesto, un poco de humanidad, lo que más necesitamos cuando llega la Navidad. A nuestra heroína de la vida cotidiana, la Navidad no le toca, ni tampoco el lujo, que sabe que existe para otros porque una burla del azar le ha dejado impresa en una de sus bolsas la palabra «deluxe».

Publicidad