Morante de la Puebla: el último paseíllo de un genio indómito
El sevillano, que salió por la Puerta Grande de Las Ventas, se cortó la coleta el 12 de octubre tras llevarse dos orejas

Ilustración de Morante de la Puebla. | THE OBJECTIVE
En la tarde del 12 de octubre de 2025, la Monumental de Las Ventas se hizo silencio antes de convertirse en un rugido incomparable. Fue allí, en el epicentro de la tauromaquia mundial, donde José Antonio Morante Camacho, universalmente conocido como Morante de la Puebla, puso fin a una trayectoria única y deslumbrante. Tras cortar dos orejas en una corrida que quedará grabada en los anales del toreo y abrir por segunda vez la Puerta Grande de Madrid, el maestro sevillano se dirigió al centro del ruedo y, con un gesto cargado de emoción, se cortó la coleta. Era el acto definitivo de despedida de los ruedos, la culminación de casi tres décadas de arte, riesgo y poesía taurina.
La escena, de una belleza trágica y solemne, condensó la esencia de Morante: un torero que hizo del rito taurino una forma de expresión profundamente humana, capaz de tocar la belleza y la vulnerabilidad con la misma muleta templada. Ese gesto, tan íntimo como público, cerró un libro que parecía interminable y dejó a la afición entre lágrimas, aplausos incesantes y el eco de una leyenda.
Un estilo fuera de lo común
Morante nació el 2 de octubre de 1979 en La Puebla del Río, Sevilla, y desde niño respiró toros con una sensibilidad poco común. Debutó como novillero en 1995 y tomó la alternativa en 1997 en Burgos, con César Rincón como padrino. Su toreo pronto se distinguió por una pureza clásica, un mando sobre el capote y la muleta que evocaba a los grandes de antaño, a Belmonte o Joselito, pero con una impronta profundamente personal.
A lo largo de los años, su tauromaquia se convirtió en una combinación de clasicismo y riesgo, de serenidad y misterio, capaz de emocionar tanto a puristas como a aficionados recién llegados. El público y la crítica coincidían en calificarlo no solo como un gran torero, sino como un artista que transformaba cada faena en una narración íntima con el toro.
Triunfos que marcaron una era
Si bien la carrera de Morante estuvo sembrada de tardes memorables, hay hitos que quedarán indelebles en la historia taurina. Uno de los más resonantes llegó en 2023, durante la Feria de Abril en la Maestranza de Sevilla, cuando logró cortar el rabo a un toro de Domingo Hernández: algo que no se veía desde hacía más de 50 años y convirtió su faena en un mito viviente.
Pero 2025 será recordado como un año colosal para el maestro. El 8 de junio, en la Corrida de la Beneficencia de Madrid, tras más de 25 años de intentos y devoción sincera por el toreo, abrió por primera vez la Puerta Grande de Las Ventas tras una faena de enorme categoría que emocionó a los tendidos. Era una deuda artística saldada de la forma más brillante. Y cuatro meses después, al cerrar su carrera con otra Puerta Grande en esa misma plaza —en la Feria de Otoño— Morante escribió el epílogo más dramático y perfecto que podría imaginar cualquier cronista del toreo.
Luchas internas: arte y fragilidad
Detrás de la figura inspiradora convivió una batalla larga y silenciosa con su salud mental, una lucha que Morante hizo pública con una honestidad poco común en el mundo taurino. Desde joven, el torero sufrió un trastorno disociativo, que, según confesó, se traduce en una desconexión profunda de sus propios pensamientos y emociones —una condición que él mismo describió como «muy compleja, muy triste y muy dolorosa»—. A este padecimiento se sumó en los últimos años un cuadro depresivo mayor que lo llevó a someterse a terapia de electrochoque, con secuelas incluso de amnesia transitoria.
Este peso invisible afectó su carrera en múltiples ocasiones: retiradas temporales, pausas inesperadas, regresos repentinos… Una historia de altibajos que hablaba de un espíritu artístico enfrentado a la crudeza de la mente humana. Pese a ello, cada vez que regresaba del silencio, lo hacía con un repertorio renovado de valor y poesía en el ruedo, como si cada tarde de toros fuera una afirmación de vida y resistencia.
La retirada de Morante de la Puebla no fue un adiós frío ni un final predeterminado, sino la culminación emocional de una existencia entregada al arte del toreo. Su gesto en Las Ventas, la Puerta Grande y la coleta cortada son símbolos de una vida que vivió tan intensamente como toreó: sin concesiones, con ternura y con un sentido del arte que desafió generaciones. Hoy, el toreo mira hacia adelante con respeto y nostalgia. La figura de Morante no se apaga: se levanta en la memoria de todos los que lo vieron, en cada pase que fue poema y en cada corazón que latió más fuerte bajo el sol de una plaza. Porque, al final, Morante fue más que un torero: fue un genio que hizo del ruedo un espejo del alma.
