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Hierofanías modernas: Juan Carlos Savater y la estética onírica de lo sagrado

El artista donostiarra inaugura una exposición en Madrid con una colección que danza entre el medievo y el surrealismo

Hierofanías modernas: Juan Carlos Savater y la estética onírica de lo sagrado

Detalle de 'Vado', uno de los óleos sobre tabla que conforman la exposición 'Un río', de Juan Carlos Savater. | Enrique Cánovas

Este pasado jueves, 12 de septiembre, se inauguró la exposición Un río, de Juan Carlos Savater, en la galería Leandro Navarro, un íntimo espacio semi-soterrado en pleno barrio de las letras, cuyos techos abovedados ejercen como un idóneo refugio para la nueva colección del pintor donostiarra. La obra de Savater nos invita a explorar una serie de escenas que, bajo una aparente quietud, están cargadas de significados profundos. En un tiempo en el que el arte contemporáneo parece haber dejado atrás lo místico y lo trascendental, Savater propone un regreso a esa experiencia perdida, recuperando la idea de que lo divino puede manifestarse en lo mundano.

En este sentido, su trabajo es una suerte de hierofanía, una revelación de lo sagrado en lo cotidiano, donde el arte se convierte en un medio para vislumbrar lo inefable. El conjunto de obras presentado en esta exposición despliega un paisaje que, aunque desprovisto en su mayoría de figuras humanas, parece habitado por una presencia que va más allá de lo físico. Rocas, árboles, ríos y flores dominan las composiciones de Savater, pero lejos de ser simples elementos decorativos, cada uno de estos entes adquiere un aura simbólica que nos remite a algo mayor. Meticulosamente trabajados en óleo sobre tabla siguiendo los cánones estéticos del medievo, parecen estar dotados de una espiritualidad que supera el mero acto de representar la naturaleza.

Desde el mismo momento en que los humanos comenzamos a representar pictóricamente la realidad, la naturaleza ha sido un vehículo para el arte en su misión de reflejar la condición humana. En las pinturas de Savater, como en los paisajes surrealistas de El Bosco, la naturaleza es un escenario de revelaciones no siempre evidentes a simple vista. Sin embargo, mientras que en el arte medieval y renacentista la naturaleza era un reflejo de lo divino y lo cósmico, Savater introduce una nueva capa de significado: la naturaleza no solo refleja lo sagrado, sino que es, en sí misma, un acto de revelación. En su obra, no se trata de retratar lo sobrenatural, sino de capturar esos pequeños momentos en los que lo espiritual se filtra a través de lo terrenal, todo ello vislumbrado a través de un prisma onírico y ligeramente surrealista.

El leitmotiv de los árboles caídos, por ejemplo, es recurrente en su obra. A primera vista, podríamos interpretar estos árboles como una metáfora del declive, de lo perecedero, de aquello que la modernidad ha dejado atrás. Pero en el contexto de la pintura de Savater, estos árboles caídos parecen estar cargados de otro significado: son portadores de una vida oculta, de una energía que sobrevive a la destrucción. Otra de sus recurrencias la protagonizan una serie de misteriosos ángeles, cuya imagen se aleja de los clásicos querubines con aspecto de infantes alados para mostrar una morfología bíblica; otra forma más que tiene lo transmundano para manifestarse en esta colección.

Lo fascinante de la propuesta de Savater es que no se conforma con la negatividad que caracteriza a buena parte del arte postmoderno. En lugar de recrearse en la crítica o en la destrucción de significados, propone una visión afirmativa. La naturaleza sigue siendo, en su obra, un espacio de revelación y conexión. Como los jardines de El Bosco, sus paisajes son complejos y sugerentes, pero no buscan confrontar al espectador con una experiencia nihilista. Por el contrario, lo que Savater parece sugerir es un regreso a una forma de ver el mundo que abraza el misterio, lo inexplicable.

Uno de los elementos más distintivos de esta exposición es la repetición de motivos florales. Las flores surgen de la tierra o de la roca como si brotaran de la nada, pero su existencia está lejos de ser accidental. Cada una de estas flores parece simbolizar un renacimiento, una idea de perpetuidad que trasciende la simple representación de la naturaleza. En este sentido, Savater juega con la dualidad entre lo efímero y lo eterno. Las flores, frágiles y pasajeras, son, sin embargo, portadoras de un mensaje más duradero: la naturaleza, incluso en sus manifestaciones más pequeñas, tiene el poder de conectarnos con lo divino. 

Océano (óleo sobre tabla), Juan Carlos Savater

En una de las piezas más llamativas de la exposición, Océano, Savater retrata una vasta extensión de agua sobre la que se alza una flor, solitaria y poderosa. El océano, que tradicionalmente ha sido símbolo de lo desconocido y de lo inconmensurable, se convierte aquí en el telón de fondo para una manifestación sagrada. El irregular caos que caracteriza el movimiento del agua se convierte en un orden fractal, ya sea en el flujo de los meandros o en los brincos del oleaje, y dota a la escena de una familiaridad antinatural. La flor, que surge de la roca, parece desafiar las leyes de la naturaleza, convirtiéndose en una especie de puente entre lo terrenal y lo divino.

La exposición, en su conjunto, es una reflexión sobre la capacidad del arte para conectarnos con lo trascendental. Savater no nos da respuestas fáciles, ni se conforma con representar lo visible. Sus paisajes están cargados de una atmósfera de misterio, donde cada elemento parece estar esperando para ser descifrado. Como en los cuadros de El Bosco, el espectador se enfrenta a un reto: no basta con mirar, es necesario detenerse, contemplar y, en última instancia, participar en la revelación que el artista propone. 

En tiempos en los que el arte parece haberse divorciado de lo espiritual, Juan Carlos Savater nos recuerda que aún es posible encontrar lo sagrado en lo mundano. Sus paisajes, lejos de ser simples representaciones de la naturaleza, son puertas hacia una experiencia más profunda, donde lo visible y lo invisible se encuentran, y donde el espectador, como testigo, es invitado a cruzar el umbral. Todo aquel que quiera experimentarlo en sus propias carnes puede visitar la galería hasta el 25 de octubre.

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