THE OBJECTIVE
Arte

Tabita Rezaire y la mágica noche estelar

La artista, residente en la Guyana francesa, presenta en el Museo Thyssen la exposición ‘La nebulosa de la Calabaza’

Tabita Rezaire y la mágica noche estelar

Interior del 'Templo de Yemoja', madre del océano; una de las instalaciones de las que se puede disfrutar en la exposición 'La Nebulosa de la Calabaza'. | Roberto Ruiz (TBA21)

La fiesta más bonita a la que he asistido en muchos años es la que dio el pasado lunes por la noche en los jardines del Retiro Francesca Thyssen, patrona de la fundación TBA21 (Thyssen-Bornemisza 21), para 70 invitados después de la inauguración de La Nebulosa de la Calabaza de la artista Tabita Rezaire en el sótano del Museo Thyssen

Horas antes, en el auditorio del museo, ésta, respondiendo a las preguntas de la comisaria Chus Martínez, directora desde hace diez años de la Academy of Art and Design del FHNW de Basilea (Suiza), explicó —de una manera un tanto derivativa, todo hay que decirlo: «Mi trabajo en general, y esta obra en particular, gira en torno al ciclo infinito y circular de la vida»— el sentido de su interesante instalación, de la que hablaré párrafos más abajo. 

Pero antes hablemos de la fiesta ante el edificio del Observatorio. La noche en el Retiro, refrescada por la lluvia de la tarde, con las oscuras masas de los árboles al fondo apuntando hacia el gran cielo de Madrid, y ante ese edificio (levantado, si no me equivoco, en tiempos de Carlos III, nuestro rey ilustrado), tan singular, con su peristilo de altas columnas corintias y en los pisos superiores, dóricas y jónicas —o sea, al revés del orden clásico—, era feérica. Columnas como ésas del Observatorio siempre dan una grata sensación de elegancia, de solidez y de elevación. Muy en consonancia con el espíritu de la obra de Rezaire. Para hacer la noche perfecta, la magia y la originalidad las prolongó un breve concierto de Marisa Pons, silbatriz galardonada internacionalmente por esa práctica musical tan poco común con la que ofrece conciertos fabulosos.

Silba Marisa como un pájaro de leyenda, o como un ángel…  

En cuanto a la exposición: La Nebulosa de la Calabaza, o «del huevo podrido», en la constelación Puppis, de 1,4 años luz de largo, que se compone fundamentalmente por gas expulsado por la estrella central, y así llamada por su peculiar forma, es el nombre de la triple instalación en el Thyssen de Rezaire, artista de 35 años de origen francés y residente en la Guayana francesa. En una zona selvática de este país se ha instalado la base desde la que la Agencia Espacial Europea explora el cosmos. Rezaire expone en paralelo, o en fusión, el conocimiento occidental, científico y técnico, sobre el orden del Universo —el caos, habida cuenta de las colisiones, explosiones, fuegos y cataclismos característicos del centro del universo— y los relatos míticos de las comunidades indígenas de la Guayana. 

La pieza central de esta trilogía es el carbet-planetarium (un carbet es una estructura tradicional de madera en Guayana), en cuyo interior, tumbados en hamacas tradicionales del lugar, los visitantes contemplan en el techo proyecciones de imágenes que conectan esas dos familias de interpretación, científica y religiosa. Cohetes espaciales y relatos sobre los orishas, deidades o espíritus cósmicos. Es una invitación a descontextualizarnos. Y a aprender algo sobre la visión magicista de los pueblos de la cuenca del Amazonas, de la grandeza del cielo a lo largo de la historia, y pensar cómo la percibimos nosotros. ¿Quién ve allí, y cómo, a nuestros antepasados, a deidades, a extraterrestres, satélites o figuras mitológicas? ¿Vemos sólo gas, polvo, pedruscos y silencioso vacío, nada más? 

La pieza central de la exposición, ‘Des/astres’ (2024), una videoinstalación con madera, hojas de palmera y hamacas de algodón tejido a mano. | Foto: Roberto Ruiz (TBA21)

Recomiendo la visita, que en determinados horarios es de entrada gratuita. Hay además del cabaret otro recinto circular donde el visitante puede hacer una ofrenda a la poderosa orisha Yemoha —madre del Océano—, según uno de los rituales ancestrales de aquellas poblaciones, volcando con un cucharón, en una especie de altar, migas de coco, hilos de miel y de pigmento de índigo. Yo lo hice, con todo el respeto debido a lo ajeno tanto como a lo propio, e incluso invoqué a las deidades de las comunidades afroamericanas. En silencio le pedí a Yemoha algo particular que no viene al caso explicar, y además le imploré larga vida para todos y cada uno de los lectores de THE OBJECTIVE. Que vivan con salud muchos años, y yo también. Aún quedan muchas cosas maravillosas que contaros, capullos, que a nadie se le ocurra morirse.

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