El Prado ofrece un paseo entre las flores y plantas de sus mejores obras
El itirenario botánico por el museo enfoca detalles de piezas de Fra Angelico, Tiziano, Velázquez, Rubens o Zurbarán
El Museo del Prado puede ser una pesadilla. Su inmensidad proporciona una oferta inabarcable, ante la que un visitante corre el peligro de sentirse como un personaje borgiano, atrapado en la espiral de lo infinito. La salida del laberinto está, por supuesto, en acotar. Un mordisco por visita. Aparece entonces la cuestión del criterio. ¿Artistas, movimientos, épocas, temáticas…? El mismo museo acude al rescate con propuestas que reordenan su monstruosa colección en cauces transitables y, a veces, muy interesantes.
Iniciativas como Reflejos del Cosmos, El Prado en femenino o Calderón y la pintura han desarrollado la fórmula. Más recientemente, hablamos por aquí de la idea de explicar la actividad creativa del taller Rubens uniendo cuadros, objetos y escenarios en una sala. El itinerario Un paseo botánico por el Prado, en cambio, tiene un diseño horizontal, con algo de juego: invita a descubrir más de 40 especies botánicas representadas en piezas diseminadas por todo el museo. Hasta el próximo 30 de marzo, el visitante dispondrá de un mapa (en el folleto disponible tanto en la web como en el mostrador de información) con las 26 obras elegidas por Eduardo Barba Gómez, jardinero e investigador botánico en obras de arte, para mostrar cómo desarrollan las plantas su papel en el relato que plasman los artistas en su obra.
El recorrido hace parada en artistas tan significativos como Patinir, Fra Angelico, Tiziano, Velázquez, Rubens o Zurbarán, y otros menos conocidos pero útiles para la causa, en un arco temporal que va desde la escultura romana hasta la pintura de comienzos del siglo XVIII. Frente a la pieza, al lado de la cartela habitual con la explicación convencional, otra temporal la distingue como parte del itinerario, señala con un primer plano la especie botánica concreta merecedora del análisis y aporta una cantidad moderada pero significativa de información ad hoc.
El aficionado a la botánica, o el simple curioso dispuesto al asombro, disfrutará de la revelación de datos sobre determinadas flores y plantas. Ya con eso el esfuerzo valdría la pena, pero la esencia del itinerario apunta más allá. Lo explica Barba en el catálogo: «Muchas obras de arte rebosan de plantas. En otras, se encuentran un poco más escondidas. En todos los casos, la botánica es una parte indispensable del relato que el artista quiere narrar: hay flores que aluden a la dinastía de la persona retratada, hojas que resumen un sentimiento, árboles que transmiten a la escena cualidades que les son propias».
Como esos secundarios geniales de algunas películas, aportan a las obras matices capaces de abrir nuevos vetas en su percepción. Lo hacen, además, con una notable versatilidad: «Las especies escogidas podían estar presentes en el entorno del artista, incluso al pie de su taller de trabajo. Pero otras veces, y como fruto de las expediciones a distintos lugares del mundo, se incorporaban plantas exóticas que provenían de países lejanos y que enriquecían la flora artística, especialmente a partir del siglo XVI», continúa Barba, que concluye: «De cualquier manera, las obras de arte dejan constancia de la fascinante capacidad de observación del medio natural de los artistas, que retrataban las plantas con delicadeza, como si fueran un personaje más».
Esplendor en el Renacimiento
El catálogo incide, además, en una útil categorización por épocas, que representan las plantas de una forma diferente. Así, en el románico «la simplificación extrema de su anatomía aportaba a los vegetales una belleza muy peculiar», mientras que en el gótico «se buscaba la precisión y la descripción correcta de cada planta, de cada flor». Se podría decir que es en este momento cuando «el retrato botánico adquiere una entidad propia en las obras de arte, que culmina en el Renacimiento. En ese periodo, y como herencia de siglos anteriores, las plantas abundan en el primer término de las obras, con un destacado estilo naturalista».
‘La Anunciación», de Fra Angelico
Una muy interesante forma de redescubrir la evolución de la búsqueda del sentido por el arte que no es incompatible con el verdadero núcleo de la experiencia, ante la pieza concreta. Contemplamos, por ejemplo, Descanso en la huida a Egipto, de Patinir. Nos conmueve, como siempre, el famoso «azul Patinir» del cielo, la grandiosidad del paisaje y la narrativa. Pero ahora, además, reparamos en la cantidad de especies vegetales desplegada por el lienzo, que la cartela del itinerario define como «casi unos personajes más de la pintura» por su «marcada simbología». Así, la parra (vitis vinifera) que trepa por el manzano (malus domestica) del primer término nos habla de la sangre de Cristo que lava el pecado original, y aprendemos que el gordolobo de la esquina inferior izquierda guarda un secreto: a su vara floral se le prendía fuego en ceremonias como los funerales, por lo que aquí alude tanto a la muerte de Jesús como a la luz que trae al mundo.
Entre las piezas elegidas abundan, lógicamente, los paisajes, pero también hay encantadores vistazos a jardines como el de La Anunciación de Fra Angelico. Y se propician nuevas miradas a clásicos como Las tres gracias de Rubens, de las que se subraya su coronación con rosas, símbolo del amor; el genio flamenco aprovecha para realizar un compendio de algunas de las más cultivadas en aquella época: la rosa maiden’s blush con su tono ligeramente rosado, la rosa alba, la rosa de mayo y la rosa gallica. Quizá se echa de menos alguna escultura más que la romana del Eros dormido o Hypnos, con su narcótica adormidera en ristre.
El diseño de la exposición se cierra con la llegada de la modernidad. La vemos llegar a lomos de la Ilustración, que dirige la mirada hacia una interpretación más humanística de la botánica. Es el caso de Carlos III, niño, en su gabinete, de Jean Ranc. El lirio es aquí, más que una flor, «el emblema de una estirpe», la del niño llamado a reinar. Y los jazmines, anémonas, narcisos, claveles y rosas son «atributos de virtudes y placeres» que debe aprender a gestionar con la ayuda de los libros de Lucano y Virgilio que completan la escena. Pero la cartela del itinerario se fija especialmente en un gran jarrón del que surge un jardín de flores cortadas: «La parte alta está coronada por un lirio azul (iris latifolia), una planta endémica de las montañas pirenaicas y de la cordillera Cantábrica. Por debajo de esta flor especial hay una armonía de flores con las mismas tonalidades que la vestimenta del niño».
Para quien quiera llevarse un prólogo a casa, Eduardo Barba firma también el libro El jardín del Prado: Un paseo botánico por las obras de los grandes maestros, que va ya por la novena edición. Un volumen bellísimo, una verdadera obra de arte en sí mismo, aunque de contenido muy técnico, eso sí. Palabras mayores.