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Arte

Los Thyssen se apuntan a lo más 'in' de la burbuja artística neoyorquina

La colección de Blanca y Borja expone la obra de Anna Weyant, ilustrativa de la maquinaria de glamur y dinero en el arte

Los Thyssen se apuntan a lo más ‘in’ de la burbuja artística neoyorquina

A la izquierda, 'Feted'; a la derecha, 'Falling Woman', de Anna Weyant. | Museo Thyssen-Bornemisza

Los caminos del mercado del arte son bastante escrutables. Hasta divertidos de escrutar, diría. Un buen (y divertido) ejemplo podría ser la exposición que protagoniza estos días el programa dedicado a la colección de Blanca y Borja Thyssen-Bornemisza. La joven Anna Weyant (Calgary, 1995) es una artista de calidad que, sin ser tampoco Picasso, ha visto disparada su cotización con apenas 30 años. Da la casualidad de que está muy, pero que muy bien relacionada en los salones de la alta sociedad neoyorquina. 

La sabrosa historia subyacente se podría resumir en dos cuadros que comparten pared. A la izquierda, Feted muestra a una adolescente desmayada tras salir de la tarta de una fiesta. A la derecha, Falling Woman, vendida originalmente por 15.000 dólares y revendida por 1,6 millones poco después. Lo interesante, claro, es lo que pasó en medio, salsa rosa incluida…

Pero vayamos primero al presente. Organizada por el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza con la colaboración de la Galería Gagosian (quédese con ese nombre…), la exposición presenta 31 cuadros: 27 de Weyant y otros cuatro que el museo aporta para establecer un interesante diálogo. Guillermo Solana, director artístico del Thyssen-Bornemisza y comisario de la muestra junto a Elena Rodríguez, explica que la iconografía de Weyant «retoma los géneros y las convenciones de la historia del arte desde una mirada contemporánea y remite tanto a la cultura popular estadounidense como a movimientos de la modernidad de entreguerras, como el surrealismo».

También dice que, «durante los últimos ocho años, la artista se ha interesado por las complejidades de la adolescencia femenina. Sus personajes parecen vivir esta etapa entre la infancia y la edad adulta en un cuento de hadas o en una casa de muñecas, impregnados por una sensación de expectativa que continúa en un conjunto de naturalezas muertas, donde los objetos se muestran al borde del colapso» (quédese con este concepto). Ella misma ha definido su obra como «el encuentro de Instagram con la pintura antigua». Es la primera exposición monográfica de Weyant en un museo.

El diálogo funciona. Su Ride or Die a la izquierda de La partida de naipes (1948-1950) de Balthus muestra una inquietante familiaridad en la mirada de las muchachas, a pesar de la evidente diferencia de estilo. Otras veces, la búsqueda de la transgresión se antoja demasiado evidente: en Wit of The staircase, la modelo saca la lengua mucho y… ¡está al revés! Pues eso. El Sin título de 2018, podría ser un Warhol… varias décadas después de Warhol. Pero nos gusta mucho Warhol (quédese con ese consejo inversor). Las flores de Spring Florals o It’s a Heartache proponen una interesante superposición de texturas, y algo parecido, pero más narrativo, sucede con Lily. Aunque la historia más sugerente quizá sea la que cuenta She Drives Me Crazy, una tragedia doméstica narrada en el reflejo en un menaje dispuesto como un bodegón clásico

Erotismo perturbador

Kaia es un retrato muy hermoso, sin sobresaltos irónicos. Marida bien con El concierto (hacia 1630-1635) de Mattia Preti. Pero a continuación llegan Slumber, Falling Woman, Feted, Head y Emma, una sucesión de las obras más perturbadoramente surrealistas. Transición hacia el plato fuerte de la muestra: Eileen, Semicharmed Life y Thats All Folks tiran por un erotismo ya más que perturbador, a lo Lolita, esa obra maestra de Nabokov que, jolgorio posmoderno mediante, devino en avión porno de Epstein, el conseguidor de la beautiful people americana. Por alguna razón, los comisarios han decidido poner justo en medio del desenfreno adolescente el retrato que Christian Schad le hizo al Doctor Houstin, un prestigioso especialista en enfermedades venéreas, en 1928. Se va a cumplir un siglo. Hay quien dice que estamos repitiendo aquellos locos años 20.

Por último, en una esquina, un poco separado de todo o presidiéndolo, según se mire, cuelga La llave de los campos (1936), del René Magritte de cuando el surrealismo era algo serio y no la excusa para tomar canapés en una fiesta en los Hamptons.

La muestra es interesante. La calidad de la técnica de Weyant está fuera de duda, aunque algunos críticos la consideren sobrevalorada. Su temática transgresora ya apunta a lo comercial, lo haya previsto o no la artista: en su descargo hay que decir que escogió esa senda desde sus orígenes académicos. Pero lo realmente fascinante es la estela de su fulgurante trayectoria.  

El nombre de Anna Weyant detonó en el mercado del arte en la primavera de 2022. Tim Blum, cofundador de la galería californiana Blum & Poe, subastó vía Sotheby’s Falling Woman, un cuadro que le había comprado a Weyant por solo 15.000 dólares. La puja paró en 1,6 millones de dólares, ocho veces la estimación máxima… Empezaron a aparecer hasta debajo de las piedras obras que Weyant, que entonces contaba con solo 27 añitos, había vendido como había podido para pagar facturas.

¿Qué había pasado? Había pasado Larry Gagosian.

En mayo de ese mismo 2022, Forbes se rindió al poderío del «gran titán del arte» en los salones más exclusivos de Nueva York. Larry Gagosian (Los Ángeles, 1945) acababa de comprar en Christie’s un retrato de Marilyn Monroe de Andy Warhol por 195 millones de dólares. Shot Sage Blue Marilyn pasaba a ser la obra de arte del siglo XX más cara jamás vendida en una subasta. Forbes aclaraba que no estaba claro si la había comprado personalmente o para uno de sus clientes: gente como David Geffen, Leon Black, Steve Cohen o Leonard Lauder..

El imperio de Larry Gagosian

Da igual. A sus 77 años, Gagosian había demostrado su poder supremo. Uun total de 19 galerías llevan su apellido por todo el mundo y se le calculan ventas anuales que superan las nueve cifras. Su historia es totalmente made in America: comenzó en los 70 vendiendo carteles con vistas al océano en un párking de Los Ángeles a 20 dólares la pieza hasta que lo apadrinó Leo Castelli, conocido en Nueva York como el «Príncipe del arte pop» y representante de los Jasper Johns, Roy Lichtenstein, Frank Stella… y Warhol. En 1980, Gagosian abrió su primera galería en Los Ángeles con el tino de apostar por artistas emergentes, entre ellos un tal Jean-Michael Basquiat. A partir de ese pelotazo, fue creciendo hasta representar al mismísimo Warhol, además de Cy Twombly, Willem de Kooning, Damien Hirst o Jeff Koons.

Como explica Forbes, Gagosian se caracteriza por su astucia: «Muchos en el mundo del arte lo acreditan (y lo culpan) por ayudar a mandar los precios a la estratosfera». Y, además, «su influencia más grande que la vida también se ha expandido a la cultura pop». Nada menos que Jay-Z lo incluyó en la letra de una canción de 2010 con Kanye West: «Llama a Larry Gagosian, perteneces a los museos». Al parecer hay un punto en que los raperos, si no mueren tiroteados, quieren pasar de los cadenorros de oro a los Basquiat.

Fiel al imaginario americano, Gagosian no quiere dormirse en los laureles. En marzo de aquel 2022, anunció que comenzaría a aceptar pagos en criptomonedas en bitcoin. Cuando le preguntaron por sus planes de futuro en una entrevista en el Wall Street Journal majestuosamente titulada The Art of Larry Gagosian’s Empire, declaró en tercera persona: «¡Gagosian continuará para siempre». En Forbes aseguran que «siempre ha mantenido fresca su lista de artistas para atraer a los compradores más jóvenes, que están invirtiendo en arte a un ritmo cada vez mayor». ¿Gente como Borja y Blanca Thyssen?

Justo una semana antes del pelotazo del Warhol, Larry Gagosian anunció que había contratado a Anna Weyant, la artista más joven, a sus 27 años, en unirse a su imperio. En un improbable arrebato cotilla, Forbes añadió que se rumoreaba que también estaban saliendo. Los rumores se confirmaron.

Palancas financieras

En enero de 2024, Carrie Battan entrevistó a Weyant para GQ. Cuando le recordó la jugada del tipo que le sacó millón y medio a una de sus obras antiguas, se mostró «visiblemente enfadada», pero zanjó la cuestión con el estilo fresco y desenfadado que la caracteriza: «Si es entre alimentar a tu familia y conservar una copia, pues véndela, carajo. No pasa nada».

Battan dice que la carrera de Weyant «debería enseñarse en los programas de posgrado como un caso práctico sobre la compleja red de palancas financieras y sociales que conforman el mundo del arte». De padre abogado y madre jueza, vivía una confortable vida burguesa muy canadiense en Calgary. De adolescente no lo tenía claro: «Quiero ir a Nueva York, quiero ser pintora, pero no conozco a nadie que se dedique a eso, es un mundo tan lejano y no creo que sea posible, pero de verdad lo anhelo», le contó a Battan en una especie de regresión. Estuvo en lista de espera para la prestigiosa Escuela de Diseño de Rhode Island, de la que dijo que «inculcaba una ética anticomercial». Pues no resultó muy buena alumna… El caso es que se mudó al Nueva York de sus sueños tras rechazarla el programa de másters en Bellas Artes de Yale, y sobrevivió trabajando en eventos en el Lincoln Center. Allí se hizo asistente de estudio de la joven artista Cynthia Talmadge, que a su vez le presentó a Ellie Rines, una galerista de confianza de Larry Weyant.

Y surgió el amor.

Volvemos a la entrevista en GQ. Arranca así. «Un día de principios de noviembre, la pintora Anna Weyant llevó a una amiga a comprar un abrigo para la Gala anual de Arte y Cine del LACMA. Incluso para los extravagantes estándares del mundo del arte contemporáneo, esta gala crea una poderosa y singular tormenta de dinero, glamour y prestigio al reunir la combinación perfecta de famosos de Hollywood y la realeza del mundo del arte adyacente, es decir, con un gran peso en Hollywood. Para la noche, Dolce & Gabbana vistió a la Weyant, de 28 años, con un vestido negro transparente de malla, largo hasta el suelo y adornado con cristales».

El texto pasa a la conversación con la interfecta. Se habla mucho de qué llevar o no a una fiesta, y cuando se toca el aspecto artístico, todo suena inevitablemente metafórico: Weyant combina «un formalismo clásico —claroscuro para profundizar en la atmósfera y el misterio, paletas de colores apagados y los fondos ricos y oscuros de los retratos de los maestros holandeses— con una sensibilidad moderna orientada a lo juvenil, lo femenino y lo que se conecta con internet. Muchas de sus pinturas evocan la energía de una fiesta que se sufre en lugar de disfrutarse». ¿Recuerda Feted, aquella pintura colocada en del Thyssen al lado de la famosa Woman Falling?

Fiestas y cenas

Entre sufrimiento y sufrimiento, Weyant factura. Le hizo un retrato a la tenista Venus Williams, por ejemplo. También le ha comprado su amiga Wendi Murdoch, tercera mujer del hiperríco Rupert Murdoch. Y Battan asegura que, «si prestas suficiente atención a la decoración de Kris Jenner, como hizo Weyant en un episodio reciente de The Kardashians, quizá veas una obra suya”»

Pero, al parecer, Weyant lo pasa mal en las fiestas. Su amiga y retratada, la escritora Emma Cline, cuenta que en una cena vio cómo «se escabullía al baño para mirar fotos en su teléfono de una pintura en proceso». Por eso decidió cortar: «Fiestas, cenas y charlas. Sentía que estaba perdiendo el hilo». Conjuró sus demonios en una exposición del otoño anterior a la entrevista. En la sucursal parisina de Gagosian. París, ese lugar ideal para escapar del glamur. Presidió la muestra «una pregunta cruda, pintada en mayúsculas burbujeantes, suspendida sobre un jarrón de flores. ‘¿Esto es una vida?’». Tras la catarsis, reconocía haber vuelto a las fiestas: «‘Podría decir: ¡A la mierda! e irme a vivir a una granja en Martha’s Vineyard y no ver a nadie’, admite Weyant. ‘Pero elijo hacerlo. Y a veces es divertidísimo’».

Unos días después de la entrevista, Battan se volvió a topar con Weyant en la finca de Larry Gagosian en Amagansett, en una de las parcelas más caras del país (vecinos como Jerry Seinfeld). La artista luce encantadora «cargando a su Cavalier King Charles Spaniel, Sprout, panza arriba en brazos como un bebé”». Sus piernas desnudas «lucían un bronceado inusual para la temporada, gracias al autobronceador St. Tropez que admite aplicarse constantemente». Una vez dentro, Weyant la condujo «alegremente a la cocina, donde tres empleados de Gagosian corretean, escribiendo en sus portátiles, atendiendo llamadas o mimando al perro».

En la conversación surge que «Larry ya estaba interesado en la obra antes de que él y Weyant entablaran una relación, o incluso se conocieran». La primera incursión del emperador del arte fue la compra de Head, «un acercamiento de una rubia tetona [sic]», describe Battan. «Es alguien haciendo una mamada [más sic todavía]», añade la artista, que recuerda que fue la primera pintura en la que realmente jugó con la luz y la sombra de forma dramática: «La había guardado para mí, pero me convencieron fácilmente de venderla».

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