John Singer Sargent, el gran retratista y el escándalo del tirante
El Museo de Orsay de París acoge una espectacular exposición del pintor estadounidense en el centenario de su muerte

Sargent en su estudio con el retrato de Madame X ya retocado.
En la década de 1860, Édouard Manet escandalizó al público parisino con dos desnudos: en 1863 con Déjeneur sur l’herbe, y dos años después, en 1865, con la Olympia. No es que no abundaran los desnudos en la pintura, pero en ambos casos el artista hacía saltar por los aires las convenciones establecidas por las buenas costumbres sobre qué tipo de desnudos eran aceptables en un lienzo. Un par de décadas más tarde, en el Salón de 1884, un pintor estadounidense residente en Paris llamado John Singer Sargent (1856-1925) provocó otro sonado escándalo con su Retrato de Madame X.
Si la Olympia de Manet era una prostituta que, desafiante, miraba al espectador, la Madame X de Sargent era una dama de la alta sociedad, castamente vestida con un traje negro y con la cabeza ladeada, evitando cualquier mirada desafiante. ¿Por qué entonces tanto alboroto? Por la posición de uno de los tirantes del vestido que, caído, colgaba sobre el brazo. El escándalo fue tal que la azorada madre de la retratada obligó al pintor a rectificar el tirante y recolocarlo en la posición adecuada (es lo que en vocabulario pictórico llamamos un pentimento, cuando el artista se arrepiente y rectifica pintando encima). Pese al retoque y subida del tirante, el revuelo había alcanzado tal magnitud que Sargent optó por abandonar la capital francesa e instalarse en Londres, aceptando la invitación de su amigo Henry James.
Este año se celebra el centenario del fallecimiento de John Singer Sargent, que fue sin ninguna duda el más extraordinario retratista de su tiempo. Para clausurar las celebraciones de la efeméride, el Museo de Orsay parisino le ha dedicado una magna exposición: John Singer Sargent. Éblouir Paris, abierta hasta el 11 de enero de 2026 y que previamente se pudo ver en el Metropolitan de Nueva York. De este museo procede uno de los lienzos estrella traídos a París para la ocasión: el Retrato de Madame X, con el tirante decorosamente recolocado. De la versión inicial, antes del retoque, solo nos queda el testimonio de alguna fotografía de la época.
¿Quién era la misteriosa retratada, a la que, pese a la X, toda la alta sociedad parisina identificó de inmediato? Virginie Amélie Avegno Gautreau, una joven estadounidense, criolla de Nueva Orleáns, que se había casado con un banquero francés mucho mayor que ella y se había hecho un hueco entre la élite de la capital. Era una mujer de una belleza exótica y piel muy blanca –como se refleja en el lienzo–, que llevaba una promiscua vida amorosa a espaldas de su marido, sobre la que toda la ciudad chismorreaba.
La sofisticada alta sociedad parisina podía tolerar estos devaneos siempre que se manejasen con discreción, pero hacer ostentación pública de ellos resultaba intolerable. Y el tirante sensualmente caído en el retrato original era una lasciva indicación que traspasaba una línea roja. Y para colmo, la retratada lucía una diadema en la cabeza que la identificaba como Diana cazadora, otro guiño a sus lances amatorios. La diadema no estaba ahí por casualidad, Sargent había elegido hasta el último detalle del atuendo de su modelo. De hecho, este cuadro ocupa un lugar singular en su carrera, porque no fue un encargo –que era lo habitual, siendo el retratista más cotizado y solicitado de su tiempo– sino que fue él quien le pidió a Virginie Amélie Avegno Gautreau que posara para él como modelo y ella finalmente accedió. De ahí el enigmático título.
Penetración psicológica
Por su tamaño, formato vertical y aroma indecoroso, esta obra está conectada con otro retrato de Sargent, pintado unos años antes, en 1881: El doctor Samuel Jean Pozzi en casa, también conocido como El hombre de la bata roja, que también puede verse en la exposición parisina. Pozzi, un prestigioso ginecólogo y cirujano, era –como Madame X– un arribista social, que desde la provincia se había introducido en el mundo de las élites de la capital mediante su matrimonio con una rica heredera. Era además un reputado donjuán, entre cuyas conquistas figuraban la mismísima Sarah Bernhardt y también Madame X.
El cuadro muestra a Pozzi en batín rojo en la intimidad de su hogar, retratando no tanto a la eminencia de la medicina como al seductor. Las finas manos que el lienzo resalta no son solo las de un hábil cirujano, sino las de un experto amante. A partir de esta obra, Julian Barnes escribió un muy recomendable ensayo sobre la Belle Époque en París y Londres: El hombre de la bata roja. Pozzi, por cierto, tuvo un final trágico, no exento de ironía: en 1918, mientras ejercía de médico militar, recibió la visita no de un marido sino de un paciente despechado, que lo acusaba de haberlo dejado impotente tras una intervención quirúrgica y le descerrajó cuatro tiros.
Estos dos retratos son una buena muestra del virtuosismo técnico y sofisticación de John Singer Sargent, pero también de su penetración psicológica. El pintor era un estadounidense peculiar: nacido en Florencia, vivió toda su vida en Europa, con esporádicas visitas a Estados Unidos, donde tenía parte de su clientela entre las familias de la élite millonaria. La madre del pintor había sufrido una depresión tras la pérdida de la primera hija, fallecida con dos años, y convenció al marido, cirujano óptico, de vender todas las propiedades y marcharse a Europa para olvidar y vivir una vida bohemia. Con base en París, realizaban continuos viajes y durante una larga estancia en la capital toscana nació el futuro artista. Dada la vida nómada de la familia, tuvo una educación poco ortodoxa, pero nada laxa. Hablaba cinco idiomas, incluido el español, y de joven llegó a dar algún recital como prometedor concertista de piano. Además, mostró tempranas dotes para la pintura, que sus padres –ella pintora aficionada y él ilustrador médico– alentaron.
En París estudió en la academia privada de Carolus-Duran, opuesto a la técnica académica del dibujo anatómico como base y que enseñaba la pintura alla prima, cuyo dominio solo está al alcance de artistas muy dotados y de la que Sargent fue un consumado maestro. En esta técnica, en lugar de primero abocetar con carboncillo en el lienzo y después ir rellenando con pintura sucesivas zonas, se perfila directamente con pinceladas que van marcando los claroscuros y generando los volúmenes. Una muestra temprana de su talentoso uso de esta técnica fue justamente el retrato de su maestro Carolus-Duran. Y el joven Sargent no tardó en convertirse en el retratista más demandado por la alta sociedad de ambos lados del Atlántico: aristócratas europeos y millonarios americanos. Si Henry James y Edith Wharton fueron los cronistas literarios de la Gilded Age, Sargent es quien documenta visualmente ese periodo.
Admirador de Velázquez
Una de las muestras más extraordinarias del talento de Sargent (que puede verse en la exposición parisina, procedente del Museum of Fine Arts de Boston) es la temprana obra maestra de grandes dimensiones Las hijas de Edward Darley Boit. Es el retrato de cuatro hermanas, cuyas edades van desde la pequeña que juega en el suelo con una muñeca hasta la adolescente apoyada contra un enorme jarrón de porcelana. El pintor atrapa con sagacidad la psicología de cada una, desde el candor infantil a la rebeldía adolescente. Pero lo más relevante es que la composición del cuadro dialoga con Las Meninas de su admirado Velázquez, al que Sargent había descubierto en el Prado, en uno de sus viajes por España. Fruto de sus estancias españolas es otra obra magistral de gran formato: El jaleo, una escena flamenca en un tablao, que exhibe en Boston, en el museo de la millonaria y mecenas Isabella Stewart Gardner, a la que también retrató.
Además de ganarse la vida retratando a las élites sociales y económicas de su tiempo, Sargent también pintó a grandes figuras del mundo cultural: retrató a Henry James, dos veces a Robert Louis Stevenson, a Rodin, a la actriz Ellen Terry ataviada de Lady Macbeth… También a colegas pintores como Paul Helleu y Monet, en dos lienzos que los muestran pintando au plein air, tal como hacían los impresionistas. Sin serlo, Sargent fue amigo de varios miembros de este grupo y en ocasiones coqueteó con su estética, por ejemplo en sus exquisitas acuarelas venecianas y florentinas y en otros apuntes viajeros.
En 1907, con solo 51 años, anunció que se retiraba como retratista profesional. No lo hizo del todo, porque aceptó encargos de algunos clientes importantes como Rockefeller, pero a partir de entonces se dedicó sobre todo a pintar a personas de su entorno, como sus sobrinas, una de las cuales es la protagonista del lánguido y sublime lienzo Reposo. También pertenecen al ámbito íntimo los retratos de modelos masculinos desnudos cuya sensualidad avivó los rumores sobre la homosexualidad de un artista que siempre se mostró muy celoso de preservar su vida privada.
Durante la Primera Guerra Mundial, Sargent recibió el encargo del British War Memorials Committe de documentar el conflicto y visitó el frente en 1918. Uno de los frutos fue Gaseados (se exhibe en el Imperial War Museum londinense), que muestra a un grupo de soldados cegados por el gas mostaza, conducidos en fila al hospital de campaña. El lienzo, enorme e impresionante, tiene ecos de la Parabola de los ciegos de Brueghel el Viejo.

Ya en vida, Sargent tuvo virulentos detractores como el impresionista británico Walter Sicker y cuando falleció era considerado una antigualla, un pintor mirado con desdén como un mero especialista en sacar guapos a los ricos y poderosos. Su rescate lo inició el Whitney de Nueva York con una gran retrospectiva en 1986 y culminó con la espectacular exposición que en 1998 organizó la Tate londinense y que viajó a Washington y Boston. Ahora, en su centenario, el portentoso virtuosismo técnico, la aguda penetración psicológica, y la exquisitez y glamour de John Singer Sargent brillan en todo su esplendor en la exposición parisina del Museo de Orsay.
 
        