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Arte

Annie Leibovitz: medio siglo a través de la cámara

La Fundación MOP acoge en La Coruña ‘Wonderland’, la primera gran retrospectiva en España de la fotógrafa

Annie Leibovitz: medio siglo a través de la cámara

La exposición 'Wonderland'. | © Cortesía de la Fundación MOP

Annie Leibovitz (Waterbury, Connecticut, 1949) no posa ni levita como suelen hacer las leyendas. Cruza las salas de la Fundación Marta Ortega Pérez (MOP) en La Coruña sin ceremonia, con la determinación de quien lleva medio siglo mirando el mundo a través de una cámara. Como si la protagonista no fuese ella.

El pasado viernes, sin embargo, fue ella quien dirigió la mirada ajena: guiaba a un grupo numeroso de periodistas —este medio entre ellos— por Wonderland, su primera gran retrospectiva en España y, al mismo tiempo, la primera vez que MOP dedica una muestra a una mujer. Leibovitz camina por las salas con la misma energía que, según ella, la salvó en los años setenta cuando se coló —«nadie quería que fuese»— en la gira de The Rolling Stones. «Quiero que veáis cómo pienso», dice mientras señala un panel lleno de chinchetas de colores. «Es como el interior de mi cabeza».

La muestra tiene algo artesanal. Las imágenes están colocadas con chinchetas que Annie ha ido clavando y desencajando hasta encontrar la respiración adecuada de cada sala. No hay cartelas junto a las fotografías —una decisión suya— porque quiere que el visitante «mire primero la fotografía», antes de cualquier contexto. Ha supervisado cada centímetro del montaje. Ha elegido la escala de las copias, la ausencia deliberada de marcos, la renuncia a las cartelas, el orden —o desorden controlado— de las más de mil imágenes distribuidas entre paredes, mesas de luz y proyecciones. Esa mezcla de rigor y juego, de método y caos, define la atmósfera de la exposición. Nada es solemne. Nada está pensado para intimidar. «Todo es efímero», dice. «Me gusta que algo tan grande tenga actitud de andar por casa».

Creció en una familia nómada sin proponérselo: su padre, militar de carrera, trasladaba a toda la tropa —seis hijos en total— cada vez que recibía un nuevo destino. Su madre, aportaba el contrapeso artístico: era instructora de danza moderna y la primera en animar a Annie a mirar el mundo con curiosidad.

Annie Leibovitz en la exposición ‘Wonderland’ | © Preslava Boneva

En el instituto probó de todo: escribía, tocaba música, pintaba. Su plan inicial era enseñar arte, por eso en 1967 ingresó en el Instituto de Arte de San Francisco. Pero la fotografía se cruzó en su camino de la forma más inesperada: en un cuarto oscuro improvisado en la base aérea Clark, en Filipinas, donde la familia vivió durante la guerra de Vietnam. Esa revelación —literal y metafórica— la desvió para siempre hacia la cámara. «El arte era silencioso, solitario. La fotografía me obligó a salir, a hablar con la gente. Me enseñó el mundo».

De los Rolling Stones a la moda

La exposición sigue una estructura seudocronológica, pero no pretende ser una línea recta: entre épocas se cuelan las publicaciones —nueve libros que son, en realidad, capítulos vitales— y momentos que funcionan como bisagras en su vida y en su lenguaje.

El primer gran golpe de carrera llegó con The Rolling Stones. Nadie quería que fuese —una mujer joven, delgada, sin acreditación suficiente—, rodeada de técnicos que dudaban de que pudiera seguir el ritmo. Se embarcó en esta aventura. Hizo más de 400 fotos en esta gira, muchas inéditas en esta muestra, muchas ásperas, casi todas rebeldes. Y sobrevivió, como dice hoy entre risas: «Nunca bajaba la cámara. En cierto modo, me salvó la vida».

No son postales del rock: son fragmentos de supervivencia, un archivo crudo donde se siente cómo una fotógrafa de 20 años se enfrenta al exceso sin quitar el dedo del disparador. «Cuando yo miro esta pared veo fotogramas de 35 mm, una obsesión muy fuerte. No tenía idea de en qué me estaba metiendo… el primer día pensé que incluso tendría tiempo para jugar al tenis», dice con gran sentido del humor.

La exposición ‘Wonderland’. | © Cortesía de la Fundación MOP

A los 23 ya era la directora de fotografía de Rolling Stone, cargo que mantuvo diez años y en el que realizó más de 140 cubiertas. Esa asunción precoz de responsabilidad, en un ecosistema casi exclusivamente masculino, marcó su carácter.

Retratos entre moda y fantasía

La siguiente sala, luminosa, abre paso a la «Driving Series», más de 60 fotografías tomadas desde o hacia un coche: su adolescencia sobre ruedas, su mito personal del viaje americano, esa cultura del automóvil que conectaba San Francisco y Los Ángeles como si fuera una autopista creativa. Durante la visita, contó una anécdota con la naturalidad de quien recuerda una travesía sin mapa: «En la Highway 5, un día, miramos al costado… ¡y allí estaba Sly Stone manejando!». Lo dice con nostalgia, pero también con ironía: ahora prefiere mirar el paisaje.

La exposición avanza hacia sus años en Vogue y Vanity Fair, donde entra después de una década complicada, marcada por la adicción y la sensación —confesada por ella misma— de no valer como fotoperiodista convencional. Esta línea íntima ayuda a entender uno de los principios de trabajo que ella misma recalcó en la visita: antes de retratar a alguien, se sumerge en su mundo. Se lee sus libros, escucha su música, revisa fotografías previas y conversa tanto como puede. «Meter a la persona en su entorno», explica. «Eso es lo que me interesa: que su vida aparezca en la foto».

A medida que la exposición avanza, el visitante entra en un territorio donde la fotografía roza la pintura, el mundo fashion. Así nacen sus grandes puestas en escena: Alicia en el país de las maravillas, las relecturas de El mago de Oz, las colaboraciones con Grace Coddington —exdirectora de la edición estadounidense de la revista Vogue—, los azules literales de los Blues Brothers. Y también, por contraste, retratos secos: Joan Didion con su pómulo afilado, Salman Rushdie o Susan Sontag —la mujer que le cambió la vida— en sus últimos años. Leibovitz remarca, casi con orgullo, que desde principios de los dos mil se enamoró del mundo digital. «La cámara es solo un instrumento. Después trabajo mucho la imagen: la pinto, la rehago. Me importa la postproducción». No lo dice a la defensiva: es parte natural de su evolución.

Cuando habla de moda, Annie se encoge ligeramente de hombros, como si aún desconfiara de haber acabado allí: «Mi trabajo de moda no era, ya saben, mi trabajo más importante. Era un gran lugar para jugar. Aprendí que los diseñadores de moda son grandes artistas». Es también la etapa que la ayudó a salir de un momento duro: tras la muerte de su pareja, Susan Sontag, en 2004 estuvo a punto de perder los derechos de su archivo por deudas.

Entre Penélope y paisaje español

Un capítulo inesperado en la exposición es su vínculo con España. Todo empezó con un encargo sobre Penélope Cruz en Estados Unidos. «La Penélope española no tenía nada que ver con la Penélope que veía allí», explica. Así que vino. Quería fotografiarla rodeada de lo que la construye: su país, su clima emocional, su identidad. De ese viaje surgió la serie «Made in Spain», donde aparecen también Cayetano Rivera y una mirada curiosa —a ratos fascinada, a ratos desconcertada— sobre lo español. En ese gesto se reconoce el método Leibovitz: comprender antes de fotografiar. Dar contexto. Aprender el carácter del sujeto, incluso cuando ese sujeto es un país.

Su serie «Women», a partir del libro, en la que retrata a mujeres que han cambiado la historia, se despliega como un mapa emocional: Patti Smith, un referente que cita —y ha retratado varias veces—; Cindy Sherman también; o intelectuales, activistas, creadoras.

La última sala de Wonderland es un retorno: un homenaje visual a El mago de Oz, un guiño a la vida como proceso circular. Allí asoman nuevos paisajes, menos personajes, más silencio. Quizá una pista de lo que viene. Ella misma lo sugiere: que no le sorprendería acabar fotografiando solo horizontes. «El flujo de la coincidencia», lo titula.

La exposición ‘Wonderland’ | © Cortesía de la Fundación MOP

Aquí también se encuentra el retrato que hizo a sus majestades los reyes de España: «Él estaba muy relajado. Ella más nerviosa, me encantó ese vestido de Balenciaga que trajo. Me dejaron trabajar con total libertad, pero creo que les sorprendió un poco ese retrato a la antigua, un poco barroco».

Mirada viva

En el cierre del recorrido dice algo que podría funcionar como resumen de toda la muestra: «Es lindo mostrarles a los fotógrafos jóvenes dónde empecé y cómo usé la fotografía durante 50 años».

La muestra de MOP no intenta canonizar a Leibovitz. Al contrario: la humaniza. No es una antología de greatest hits (de hecho, sus grandes fotografías no están y así lo ha decidido ella); es un recorrido íntimo por las obsesiones, dudas y mutaciones de alguien que nunca ha dejado de trabajar.

Faltan imágenes icónicas como el retrato de Demi Moore embarazada o la célebre fotografía de John Lennon abrazado a Yoko Ono, tomada el 8 de diciembre de 1980, apenas unas horas antes de que Lennon fuera asesinado esa misma noche. Esa ausencia subraya que Wonderland no busca la postal histórica, sino el proceso, la duda, la artesanía y la mirada viva de una fotógrafa que aún se hace preguntas.

Wonderland no trata de fijar un mito, sino de mostrar a una mujer que aún mueve chinchetas, que todavía investiga, que no teme cambiar y que nos invita a mirar de cerca sin instrucciones.

Y, durante unas horas, nos dejó entrar a su cabeza y escuchar cómo piensa la luz.

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