'El amor a través del arte': pinceladas de intimidad y deseo
Nick Trend, crítico del ‘Daily Telegraph’, analiza en un libro la obra de 28 artistas a través de los retratos de sus amantes

'Desnudo de mujer', óleo sobre lienzo de Joaquín Sorolla. | Wikimedia Commons
¿Recuerdan La tabla de Flandes de Arturo Pérez-Reverte? No es la única novela que juega con la idea de una obra de arte que contiene la clave de un misterio criminal a resolver por un sagaz investigador. La premisa es apetitosa como punto de partida narrativo, aunque los secretos que guardan los cuadros de verdad suelen ser menos peliculeros. Por ejemplo, en ocasiones nos proporcionan pistas acerca de la intimidad del artista que los pintó. Sobre este asunto versa El amor a través del arte (Cinco Tintas) del británico Nick Trend, crítico del Daily Telegraph y autor de diversas guías museísticas.
Se trata de un libro profusamente ilustrado, con textos breves y vocación divulgativa. Pero es una divulgación de calidad, hecha desde la erudición y que nunca cae en la banalización y el chismorreo. Para abordar cómo el arte retrata el deseo, el autor elige a 28 artistas de los que analiza y contextualiza una o dos obras.
Examina el amor conyugal a través de Rubens y Joaquín Sorolla, en ambos casos con una doble mirada: un retrato cotidiano de la amada y un retrato erótico bajo el manto de la mitología. En el caso del primero, Rubens, su esposa Helena Fourment y su hijo Frans muestra el estatus social del pintor en el momento álgido de su carrera, acompañado de su segunda esposa tras el fallecimiento de la primera por la peste. Mientras que en Helena Fourment saliendo del baño, la pinta como lo que se denominaba una venus púdica, porque trataba de cubrirse.
En cuanto a Sorolla, pinta a su esposa Clotilde García del Castillo con un elegante traje negro, poco después de la boda (en 30 años de matrimonio, la retrató 60 veces). Pero hay otro retrato más íntimo y erótico de la amada, el Desnudo de mujer, que dialoga con la Venus del espejo de Velázquez, que acababa de ver en Inglaterra. Sorolla protege la identidad de la sensual modelo —su esposa— ocultando su rostro entre los cabellos y las sombras. Tendida en un sofá rosa, en lugar de un espejo, contempla el anillo de compromiso que adorna su mano.
El erotismo también está presente en los dos retratos complementarios que Renoir hizo de su amante Lise Tréhot, como ninfa desnuda y odalisca vestida, imitando las dos majas de Goya. La sensualidad ocupa un lugar preeminente en las relaciones de las parejas artísticas que formaron Alfred Stieglitz y Georgia O’Keeffe, y Man Ray y Lee Miller. El primero fotografió obsesivamente el cuerpo de O’Keeffe y ayudó a lanzar su carrera como pintora fomentando la interpretación de sus lienzos con flores como expresión del deseo femenino, algo que ella detestaba y siempre negó. Formaron una pareja artística apasionante, pero su relación fue mucho más compleja de lo que apunta Nick Trend en el libro.
La mirada del deseo
En el caso de Man Ray y Lee Miller, la musa se convirtió en creadora y voló libre, dejándolo a él sumido en la melancolía. Tanto la añoraba que recortó sus labios de una fotografía que le había tomado y los convirtió en fetiche erótico en La hora del observatorio. Los amantes, una de las más arrebatadoras expresiones surrealistas del deseo, con unos labios gigantescos suspendidos en el cielo.
La mirada del deseo cambia de sexo con Suzanne Valadon, que se autorretrata con su amante André Utter —amigo de su hijo Maurice Utrillo y mucho más joven que ella—, representándose como Adán y Eva en el Paraíso. Mucho más cándido es El cumpleaños de Marc Chagall, que celebra su matrimonio con Bella Roselfeld con su característica fantasía naif: él aparece volando y haciendo una imposible torsión del cuello para besarla.
En otros casos, como el de Frida Kahlo y Diego Rivera, la relación fue más tempestuosa. Ella convirtió el amor y los celos que sentía en uno de los temas de sus cuadros, como en el desgarrador Autorretrato como tehuana (o Diego en mi pensamiento) en el que aparece con una imagen de él incrustada en la frente. Él fue mucho más discreto y la pintó una única vez, en un lienzo de pequeñas proporciones de 1939, mientras mantenía una relación adúltera con la hermana de ella. Eso sí, Rivera conservó ese minúsculo cuadro en su estudio hasta el final de sus días.
Mucho más turbulenta y truculenta fue la historia de Francis Bacon con su amante George Dyer, al que retrató en una sucesión de rostros y cuerpos distorsionados. Se conocieron de un modo inaudito: Dyer había entrado a robar en el taller del pintor y este acabó teniendo sexo con él esa misma noche, dando rienda suelta a sus pulsiones sadomasoquistas. El final de la relación es más espeluznante: Dyer se suicidó en un hotel parisino, poco antes de que abriera sus puertas la gran exposición que la ciudad le dedicaba al artista en el Grand Palais en 1971. Conocedor de lo sucedido, Bacon acudió a la inauguración sin inmutarse.
Ausencias relevantes
Conforme retrocedemos en el tiempo, más vagos son los datos que poseemos. Si hablamos del Renacimiento, la principal fuente de información son Las vidas de Vasari, que no hay que tomarse al pie de la letra. Nick Trend aborda El nacimiento de Venus de Botticelli, en el que, según algunas versiones, retrata a su amada Simonetta Vespucci, beldad florentina a la que jamás logró conquistar, pero a cuyos pies pidió ser enterrado. También analiza una virgen del lujurioso fraile Filippo Lippi para la que posó Lucrezia Buti, una novicia con la que acabó teniendo un hijo, Filippino Lippi, también pintor. Y la célebre Fornarina de Rafael, sobre la que hay tantas verdades como leyendas.
Aunque el libro no tiene vocación enciclopedia, se echan en falta algunas historias de amor relevantes. Como la de la modelo y artista Elisabeth Siddal y su relación con John Everett Millais —para el que posó para la exquisita Ofelia— y con Dante Gabriel Rossetti, que fue su esposo. O la de Oscar Kokoschka, que expresó su pasión por Alma Mahler en La novia del viento y, cuando esta lo abandonó, encargó una muñeca de tamaño natural con su rostro. O la de Edward Hopper y su esposa Jo —también pintora—, que fue la modelo que posó para todas sus figuras femeninas. O la de los más de 250 retratos que hizo en secreto durante 15 años Andrew Wyeth a su joven vecina Helga Testorf, varios de ellos voluptuosos desnudos. Él siempre mantuvo que no hubo nada entre ellos, pero cuando salieron a la luz, su matrimonio se tambaleó.
El que sí figura en El amor a través del arte es el estadounidense Winslow Homer, maestro de los paisajes marinos y las acuarelas, del que se cuenta la historia de un cuadro que tienen ustedes muy cerca, por si les aparece echarle un vistazo: el Retrato de Helena de Kay, que forma parte de la colección del Museo Thyssen. Es un lienzo de pequeño formato en el que retrató a esta pintora de la que estaba enamorado. Muestra a una joven vestida de negro, cabizbaja, meditabunda, con un libro en las manos y una rosa con los pétalos arrancados en el suelo. Con toda probabilidad lo pintó en 1872, durante un verano que pasaron juntos. Pero poco después ella anunció su boda con un editor. Homer añadió en el ángulo inferior derecho del lienzo la fecha del enlace —2 de junio de 1874— y se lo regaló. El cuadro se convierte así en la expresión de un amor imposible.
