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Nicolas Cage: el hombre que pudo reinar y lo hizo

El controvertido actor norteamericano protagoniza su última película, un thriller de terror que recibe el nombre ‘Longlegs’.

Nicolas Cage: el hombre que pudo reinar y lo hizo

Nicolas Cage. | Europa Press

A diferencia de los actores absurdamente ofuscados de los inanes culebrones del cine indie, hay intérpretes que no se limitan a agonizar, solo, en producciones bizarras y de bajo presupuesto. Faranduleros a los que no se les caen los anillos por protagonizar evidentes mamarrachadas, ni gamban lloriqueando por hacer películas absurdas, conscientes de que su talento ya aflorará en otras. Hacen falta muchas horas de sudoración y autoconciencia, de talento para llegar a la conclusión de que vivir, muchas veces, en la grosería estúpida de lo comercial es igual de machacón que negarte, soberbio y vehemente, a ella. Nicolas Cage lo sabe. Lo encarna. Es de los mejores actores de su generación. Quizás, y sin despistar las ululantes hienas que perseguirán a esta afirmación, el mejor actor de su generación en activo.

Cage es de esa clase de intérpretes de los que algunos preguntan, inculta y desinformadamente, si ha hecho una sola peli buena. A estos tuercebotas con los sesos salpicando el techo como estalactitas, únicamente cabe invitarlos a revisar su filmografía… Adelante, amiguitos, ir preparando el suero fisiológico. Ver el centenar y pico de películas en las que sale Nicolas Cage, es correr el riesgo de acabar con los globos oculares como una madeja de venas rojizas.

¿Saben lo que es rodar más de 100 películas? Son de esas cifras que le explotan a uno la cabeza. Lo mismo que saber de las casi 200 peleas que llevó a cabo Sugar Ray Robinson. ¿Besó Sugar Ray la lona 19 de esas 193 batallas? Claro. Y en un palmarés medio de 30 peleas, tamaña cantidad de patinazos babeantes tendría difícil defensa. Ahora, con casi dos centenares de refriegas exponiendo la mandíbula floja, la cosa cambia. Pues lo mismo con Cage. Ha dado enloquecedores fracasos de taquilla, cierto, pero lleva tanto fogonazo a sus espaldas, ha puesto su histrionismo facial a merced de tal cantidad de directores, que mantener el contrato con la excelencia resulta inasumible.

¿Es Daniel Day-Lewis, seguramente, el mejor actor que no ha estirado la pata de Hollywood? Cabría decir que sí. Tiene Oscars, Globos de Oro, Baftas y otros premios como para montar un mercadillo. Pero, ¡menuda jeta la de Day-Lewis! Con solo 13 películas en el álbum de recuerdos es fácil haber fintado la mediocridad. Sean Penn, por ejemplo, ha cascado en 60 filmes, algunos lejos de estar hechos para tirar cohetes, y no se vacila tanto como con Cage. De hecho, en 1999, el salva-pingüinos de Penn criticó abiertamente a Nicolas, diciendo que ya no era actor, porque se había dado el gusto de descolgarse por el cine de acción. Y, cojones, La Roca (1996), Con air (1997) o Snake Eyes  (1998), quizás no fuesen un simposio galardonado de poderosa elocuencia, pero para las maricalvas juzgonas de filmoteca, no todo tiene que estar mecido por los astros de lo sesudo y trascendental. Dejarse llevar por una locución intelectualmente malograda, pero soberanamente entretenida, de vez en cuando, es un transcurso fantástico a momentos de relajación y placer. ¡Viva el blockbuster en dosis controladas!

Es importante destacar que hay que armarse de valor para encarnar personajes de serie B, en una cinta polioperada por un presupuesto millonario, cuando se posee el talento para repantigarse en los pódiums. Nicolas Cage, no solo se granjeó un merecido Oscar por Leaving las Vegas (1995) -hacer de romántico dipsómano etílico-suicida no es tarea fácil-, sino que ha dado vida a papelones como el de Charlie Kaufmann (y su gemelo) en la maravillosa película Adaptation (2002). Eso, descontando que, desde hace un lustro, y tras una década, sí, vale, es verdad, palmando genio con guiones chorras (¡pero igualmente divertidos!) como la primera de Kick-Ass (2010), no para de tocar la fibra sensible de crítica y público.

Pig (2021), de Michel Sarnoski, fue un reencuentro bien hallado con un Nicolas Cage taciturno, malhumorado, totalmente atacado por la misantropía y esa jeta en la que los gestos indican un pasado salpicado de lágrimas y arrepentimiento. El joyride en el que se enrola el personaje de Cage en busca de su cerda trufera no tiene desperdicio. Un papel en las antípodas de la que, para mí, es de sus mejores películas, Dream Scenario (2023), de Kristoffer Borgli, donde esa capacidad camaleónica resurge en la encarnación de un donnadie pancetero con coronilla de fraile que se cuela, inexplicablemente, en los sueños de miles de personas. Los dos roles serían como el agua y el aceite. Están a la misma altura en antagonismo y brillante encarnación por Cage.

El 2 de agosto, el multicapilar actor (no repite corte de felpudo en prácticamente ninguna de sus películas) aterriza con Longlegs (2024) en España. Un thriller de 10 millones a la batuta de Oz Perkins que ha dejado al personal yanqui haciendo palmas con los párpados. Según Guillermo del Toro, el metrónomo expresivo de Nicolas Cage es ideal para azuzar un pánico satánico que te deje la butaca con gotitas de micción. El histrión confirma así un compromiso con la ambivalencia genuina. Cocina de autor y de Burger King. Algo similar a ese maravilloso discurso de la película American Fiction (2023), en la que el agente del protagonista le parrafea sobre toda la gama de Johnnie Walker, instándole a comprender que la whiskera fabrica la etiqueta Roja, que es un churro, para mezclarla con Coca-Cola en una fiesta universitaria, la etiqueta Negra, algo mejor, para darse el placer de un whisky solo en una adecentada taberna, y la etiqueta Azul, que vale un ojo de la cara y está restringida a paladares caprichosos. Todo, porque desde Juanito el Caminante saben que en la diversificación está el éxito, y que destilar un brebaje de calidad Excélsior, no impide alambicar otro mediocre, pero al alcance de cualquiera.

Hace un par de años, Nicolas Cage se interpretó a sí mismo en la curiosa cinta El insoportable peso de un talento descomunal (2022), donde, precisamente, se hacen guiños claros a la anterior tesis de la variedad. Porque lo mismo Cage se las da de alucinero que de ladrón de guante blanco. Y ha demostrado, en tanto años de carrera, que su parentesco con Francis Ford Coppola (su nombre real es Nicolas Kim Coppola) no lubricó de nepotismo lo inmerecido.

Contra las toxicidades del éxito, la mofa y el escarnio, Nicolas Cage arrastra una de las carreras más prodigiosas y prolíficas del cine americano actual. Su careto es motivo de cachondeo poblando cojines y camisetas. Pero el bufón sabe reírse de sus detractores, y lo hace protagonizando fabulosas películas, justamente aclamadas. La última, el pavoroso thriller; Longlegs. Quizás la siguiente sea una comedia romántica de siesta. Da igual, porque Cage le puede pegar a todo, y ahí reside su talento descomunal.

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