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José Luis Garci y la mejor película de la historia

El director publica un ensayo sobre la polémica elección de un film de Chantal Akerman por la revista ‘Sight and Sound’

José Luis Garci y la mejor película de la historia

El veterano director de cine José Luis Garci. | Kike Rincón (Europa Press)

Desde 1952 la prestigiosa revista Sight and Sound del British Film Institute publica una lista de las mejores películas de la historia, votadas cada diez años por un jurado internacional compuesto por críticos, cineastas y otros profesionales del sector. En aquel año inaugural el primer puesto fue para Ladrón de bicicletas de De Sica. En la convocatoria de 1962 la sustituyó en lo más alto del podio Ciudadano Kane de Welles, que ocupó ese lugar durante un total de cinco convocatorias, hasta que en 2012 se lo arrebató Vértigo de Hitchcock. Tras los resultados de ese año empezaron a surgir quejas sobre la escasa presencia en el ránking de directoras y de diversidad étnica y sexual entre los títulos seleccionados (aunque los más comentados son los diez primeros, en total se listan 250).

La presión ambiental hizo mella y la revista maniobró doblando estratégicamente el número de votantes y aleccionándolos a no optar por lo previsible. El resultado fue la muy comentada lista de 2022, con varios vuelcos llamativos, en especial un notorio aumento de presencia de títulos dirigidos por mujeres y por afroamericanos. La sacudida que se buscaba se consiguió con creces con la para muchos desconcertante elección como mejor película de la historia de Jeanne Dielman, 23 quai de Commerce, 1080 Bruxelles de Chantal Akerman. Una minoritaria obra de combate feminista; una propuesta estéticamente radical, ejemplo de lo que hoy algunos denominan slow cinema; un filme sin concesiones al espectador, de tres horas y 20 minutos de duración, construida en largos planos estáticos en los que, en apariencia, apenas sucede nada; una cinta anclada en los preceptos formales del cine experimental de una época muy concreta: los años setenta del pasado siglo.

Como era de esperar, la elección dejó turulato a más de un cinéfilo y uno de los más pertinaces de nuestro país, José Luis Garci, le acaba de dedicar un libro al asunto: The Best? Devaneos sobre la mejor película de la historia (Notorius). Ya advierte el autor en el prólogo que él es «Old, Old Generation, aunque también un independiente militante, un tenaz defensor de los años dorados de Hollywood». De modo que —atención: spolier— la cinta de Akerman no le gusta nada.

¿Tiene sentido dedicar todo un libro a una película que no te gusta? En este caso sí, porque lo que plantea Garci, un cinéfilo más pasional y sentimental que fríamente analítico, son —como indica el subtítulo— una serie de «devaneos» alrededor de esta obra y de la idea de si es posible dilucidar cuál es la mejor película de la historia. De forma que acaba presentando y comentando diversas listas de títulos que le han marcado, fascinado y acompañado a lo largo de su vida. Su propuesta es, por tanto, un paseo por los hitos que han forjado su cinefilia, propia de una generación para la que el cine no ha sido solo un lenguaje artístico, sino también una suerte de educación sentimental para entender y confrontarse con la vida. Así lo ha reflejado con insistencia en sus propias producciones como director y en su labor divulgativa en el programa Qué grande es el cine.

De entrada, hay que agradecerle a Garci el sosegado empeño argumentativo para acercarse a Jeanne Dielman. Y es que al publicarse la famosa lista, algunos se lanzaron en tromba a denostarla con virulenta zafiedad, incluso sin haberla siquiera visto ni conocer mínimamente la trayectoria de su directora. Los improperios partían de apriorismos tan sectarios como los que pretendían denunciar. Garci, en cambio, se toma el trabajo de contextualizar y argumentar las pegas que le ve, lo cual es enriquecedor porque invita al debate, no a la descalificación insultante e indocumentada.

Cine para minorías

Con todo, creo que se equivoca al vincular la exasperante monotonía de la cinta de Akerman con los experimentos cinematográficos que Andy Warhol había perpetrado una década antes en piezas como Sleep (cinco horas y 20 minutos de grabación del poeta John Giorno durmiendo) o Empire State (ocho horas sin sonido de largos planos del emblemático edificio). En la provocadora actitud pop de Warhol no hay otra cosa que simple celebración de la banalidad y el destino de esas obras no eran las salas de cine, sino las galerías de arte y los museos. En cambio, la película de Akerman abría camino en 1975 en dos campos que ahora —décadas después— la han llevado a lo más alto de la lista de Sight and Sound.

Por un lado, la mirada feminista, antagónica a lo que Laura Mulvey, una influyente teórica feminista de aquellos años denominó male gaze (mirada masculina), preponderante en la representación de los personajes femeninos en el cine. Y por otro lado, este posicionamiento político no se expresa de un modo panfletario o sentimental, sino desde la radicalidad estética de lo que ha venido en llamarse slow cinema. La directora plasma las rutinas de un ama de casa viuda que compra, cocina, limpia, cuida de un hijo adolescente y se prostituye para sacarse un dinero extra en inacabables y estáticos planos fijos. Tras ellos hay —a diferencia de en Warhol— una intencionalidad de denuncia. Y a diferencia de lo que sucede en las mencionadas cintas de Warhol, aquí se producen a partir de determinado momento casi imperceptibles desajustes en estas rutinas que acaban desembocando en una catarsis final en forma de violento acto liberador. En Warhol no hay ni rastro de catarsis o epifanía, y, en cambio, la presencia de lo uno o lo otro es lo que da sentido al slow cinema de autores como Akerman, Tarkovsky, Angelopoulos, Béla Tarr o Weerasethacul.

Como ya habrán adivinado, se trata de un cine que triunfa en festivales y difícilmente interesa al gran público. Un cine que puede plantear importantes rupturas narrativas y formales, pero que es inevitablemente minoritario. ¿Es Jeanne Dielman la mejor película de la historia? En mi opinión —y en esto coincido con Garci— no. ¿Podemos aspirar a designar algo tan poco objetivable como la mejor película de la historia? Lo que expresa la elección de la cinta de Akerman es una tendencia imperante en el mundo actual que nos conduce a una pregunta incómoda: ¿un canon debe ser la consagración de lo mejor sin ningún otro criterio que la excelencia, o debe preocuparse por incorporar pluralidad y equilibrios inclusivos? La lista del 2022 de Sight and Sound permite sospechar que se ha impuesto el segundo criterio.

De hecho, es el resultado de una estrategia milimétricamente orquestada. ¿Se puede manipular lo que los expertos convocados votan? No, pero sí se puede orientar el resultado decidiendo quién vota. Y los cambios introducidos en esta última convocatoria se han enfocado a facilitar el objetivo buscado: se amplió el número de votantes de los 846 de 2012 a 1.639 en 2022. Si esta ampliación se hace incorporando de forma masiva a académicos de departamentos universitarios dedicados a los estudios feministas, queer y poscoloniales, sin duda se está alentando un giro. Al consultar los diez títulos que ha votado cada jurado individualmente asoman algunas curiosidades: hay quien incluye solo películas dirigidas por mujeres, otros añaden a algunos hombres, pero solo si son queer

Escasa presencia española

La lista de 2022 presenta cambios significativos que llevan a hacerse algunas preguntas: ¿Que directores como Polanski o Woody Allen casi desaparezcan, relegados muy abajo, se debe a que su cine ya no interesa o es fruto de una presión ambiental? ¿La repentina presencia de un elevado número películas dirigidas por afroamericanos refleja el fin de una injusticia histórica o tiene algo de acomplejado desagravio? ¿La escasísima presencia de cine latinoamericano, superado por el cine africano, se debe a falta de calidad o a que el continente no ha sabido promocionarse? ¿El cine español digno de destacarse se limita a la incombustible El espíritu de la colmena de Erice (ahora en el puesto 85), a Almodóvar (Todo sobre mi madre en el puesto 157) y, si le adjudicamos el sello patrio por sus directores, Un perro andaluz, que ocupa el 169? ¿O acaso se debe a que cineastas excelsos como Berlanga, Edgar Neville o Fernán Gómez son vergonzosamente desconocidos fuera de nuestras fronteras? Además, como ya es habitual, son menospreciados y quedan infrarrepresentados la comedia, todavía considerada al parecer como un arte menor, y el cine de género en su conjunto.

Jeanne Dielman es de algún modo una película hecha contra el espectador, una película-manifiesto sin duda interesante y valiosa, pero más apta para analizar que para disfrutar. Su directora —que no ha podido celebrar su triunfo, porque se quitó la vida en 2015— evolucionó después hacia un cine más amable con el espectador. Ya se apuntaba en la autobiográfica Los encuentros de Anna —para mí su obra maestra— y posteriormente rodó un par de películas románticas (Noche y día y Romance en Nuevas York, esta última con William Hurt y Juliette Binoche) un singular musical (Golden Eighties) y adaptó a Conrad y a Proust (La cautiva y La locura de Almayer, respectivamente).

La gran pregunta es si la consagrada como mejor película de la historia del cine debería ser una que invitase a apasionarse con este arte y descubriese a las nuevas generaciones su riqueza y posibilidades, o una que sirva a los pomposos académicos para soltar peroratas profesorales y pergeñar crípticas elucubraciones. Al final, lo importante es, como dice Garci en su libro, que «lo que te gusta tiene que ser lo que te gusta de verdad, y no lo que te gusta por prescripción crítica». Pues eso, cada espectador está invitado a elaborar su propio canon, que además irá cambiando con los años.

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