'La mujer del presidente', una comedia sobre Bernadette Chirac en el Elíseo
La película, protagonizada por Catherine Deneuve, hace un retrato amable y ameno de la antigua primera dama francesa
¿Se puede hacer una comedia sobre la esposa de un presidente? En España parece impensable, aunque quién sabe, quizá dentro de unos años se estrena una película titulada Pedro y Begoña, amor y negocios en La Moncloa. Nuestros vecinos tienen menos complejos al respecto, tal vez porque hace ya tiempo que han entendido que la política es teatro, puro teatro… Llega a las pantallas La mujer del presidente, cuyo título original es a secas Bernadette, porque todo francés sabe a quién se refiere: Bernadette Chirac, primera dama del país durante la presidencia de su marido Jacques.
En Francia la película ha sido recibida con hostilidad por la prensa de izquierdas, indignada desde las atalayas de la superioridad moral con la aberración de que a alguien se le ocurra hacer una comedia sobre una señora de derechas. ¡Hasta ahí podíamos llegar!, eso solo es admisible si es para mofarse de ella, como en su día hicieron, con muy mala baba, los guiñoles del Canal Plus galo. Sin embargo, la imagen que de ella proyecta La mujer del presidente es mucho más amable y, aunque le falta mordiente, parte de una premisa seductora: convertir en farsa la vida doméstica del Elíseo. Si además a Madame Chirac la interpreta nada menos que la incombustible Catherine Deneuve, la seducción aumenta muchos puntos.
Cuando se convirtió en primera dama, la mayoría de franceses veía a Bernadette Chirac como una señora estirada, antipática y altiva, que proyectaba la imagen de una mujer conservadora y rancia a la sombra de su marido. No obstante, la realidad tenía algunos matices. La altivez le venía de sus orígenes aristocráticos, con una infancia marcada por el rigor católico de la madre y un padre que pasó toda la guerra prisionero de los alemanes. Conoció a su futuro esposo cuando ambos estudiaban en Sciences Po, el Instituto de Estudios Políticos de París que forma a la élite política y diplomática. Y según cuentan, la lista era ella, que le pasaba los apuntes a Jacques. Sin embargo, siguiendo los patrones de la época, al casarse abandonó los estudios. Además de primera dama, fue durante muchos años concejal del Ayuntamiento de Sarran y después del consejo del departamento de Corrèze, una región con la que tenía vínculos familiares.
La premisa cómica de La mujer del presidente parte de hechos reales: Chirac tenía como una de sus principales asesoras a una de sus hijas, Claude. En cambio, a su esposa, anticuada en el vestir y de trato seco —lo cual le generó más de un roce con la prensa—, tendía a dejarla en un discreto segundo plano. Pero resulta que ella poseía un notable olfato político. La escena en la que Bernadette, contra la opinión de todos los asesores de su marido, le sugiere que no adelante elecciones porque percibe en el ambiente que la jugada le va a salir mal y le va a obligar a la cohabitación con un primer ministro socialista, puede parecer fantasiosa, pero es cierta. Chirac no le hizo caso y, en efecto, la jugada le salió mal.
A partir de determinado momento Bernadette decidió cambiar su imagen pública y construirse una personalidad propia. Para ello se puso al frente de la campaña Opération Pièces Jaunes para recaudar fondos destinados a los hospitales infantiles, que acabó derivando en la presidencia de la Fundación Claude Pompidou, lo cual le garantizaba presencia televisiva. Y modernizó su look con ayuda de Karl Lagerfeld, que aparece brevemente como personaje.
Realidad y ficción
Al poco caso que políticamente le hacía su marido, se sumaban las andanzas extramatrimoniales de este, con lo cual la película funciona como una típica trama de guerra de sexos con un tenue toque feminista. El problema es que, para desarrollar esta confrontación, se caricaturiza a Jacques Chirac hasta hacerlo parecer un completo botarate. Y siendo cierto que su físico y actitud pomposa tenían ya algo de caricatura, hay un exceso de brocha gorda. Incluso se ridiculiza su pasión por la cerámica, que era de las pocas cosas que le daban un punto entrañable.
La directora, Léa Domenach, es hija de Nicolas Domenach, un periodista político que escribió varios libros sobre Chirac, de modo que ha tenido acceso a abundante anecdotario sobre sus protagonistas. La cinta construye una imagen fantasiosa de Bernadette, algo que se deja claro con la aparición de un coro que canta los títulos de crédito y advierte que no todo lo que vamos a ver es rigurosamente cierto. Este coro reaparece en momentos puntuales, a modo de distanciamiento brechtiano, pero sin hacerse nunca molesto.
Sin embargo, pese a la incorporación de algunas situaciones y personajes ficticios, hay escenas que podrían parecer pura invención y sin embargo están sacadas de la realidad. Por ejemplo, la presencia de un oso amaestrado en una fiesta en los jardines del Eliseo; o la visita a Francia de Hillary Clinton, que acompañó a la primera dama a su feudo de Corrèze y sin embargo no se vio con su marido; o el papel de Bernadette en la reconciliación de Jacques con Nicolas Sarkozy, al que consideraba un traidor… El encuentro secreto no se produjo en un confesionario, como en la pantalla, pero sí es cierto que ella movió los hilos para reconducir la situación.
Tono liviano
El tono es de comedia ligera, que nunca muerde, y esto genera los dos mayores retos a los que se enfrenta la propuesta. Uno está resuelto de forma muy satisfactoria y el otro no. Acierta Léa Domenach en el modo de abordar el gran secreto que la familia Chirac mantuvo durante años fuera de los focos: tenían dos hijas, Claude, asesora de su padre y con visibilidad pública, y la mayor, Laurence, invisible y protegida de los focos porque padecía anorexia y depresiones (habría que añadir una tercera, una niña vietnamita adoptada, que no aparece en la película). El tono liviano de la cinta hace que no resulte fácil introducir a Laurence, pero la directora logra incorporarla en la trama sin caer nunca en el melodrama facilón. Y al hacerlo, consigue dar una capa de mayor complejidad al personaje de Bernadette.
En cambio, cuando aparece el espinoso asunto de los escándalos de corrupción que afectaron de forma grave la etapa final de la presidencia de Chirac y lo persiguieron después como una insidiosa sombra, la cineasta no acaba de saber cómo abordarlo sin que parezca que se está frivolizando como si se tratara de un pecadillo sin demasiada importancia. Y es que no estamos ante una sátira feroz de los pasillos y las alcobas del poder. La mujer del presidente queda muy lejos de Crónicas diplomáticas, la ácida farsa sobre la alta política francesa que rodó Bertrand Tavernier en 2013.
Sería interesante saber qué le ha parecido a Bernadette Chirac, que tiene ahora 91 años, esta disfrutable película y la encarnación que de ella hace en la pantalla Catherine Deneuve, dotándola de una sofisticación y un glamur que nunca tuvo en la vida real.