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El otro talento de Alain Delon era inmenso

Los obituarios del actor han celebrado algunas de sus cualidades, pero han pasado por alto su impertérrito laconismo

El otro talento de Alain Delon era inmenso

Alain Delon en una escena de la película de 1967 'El samurái'. | Movie Star News (Zuma Press)

Tras la columna del otro día en THE OBJECTIVE en la que Jesús Ferrero glosaba el encanto del actor francés que acaba de fallecer, con frases tan certeras —«había en su mirada y en su ser cierta frialdad», «había en su indiferencia la sombra de una ausencia, una tristeza de fondo»— poco más se puede decir sobre Alain Delon.

Salvo, quizá, que es para partirse de risa la retórica con que se comenta en la prensa internacional su fallecimiento: supuestamente, con él ha muerto toda una época del cine francés, con su pérdida se extingue un star system europeo, y no sé cuántas grandiosas banalidades más, más o menos ingeniosas.

Son cosas que se dicen para no tener que reconocer la cruda y sencilla verdad, que puede resultar incómoda: que Alain Delon nos fascinaba porque era guapísimo, con un atractivo arrebatador que llenaba la pantalla. De menor importancia era que hasta cierto punto fuese también un actor competente, gracias a aquel aura que describe Ferrero, y a esa cualidad de lo que los franceses llaman un beau ténébreux: ese tipo de figura común en la literatura y el cine donde el «guapo tenebroso» suele presentarse como un personaje complejo, a veces atormentado por traumas del pasado, que resulta atractivo precisamente por su aura de misterio y su actitud distante. Ejemplos literarios clásicos de este arquetipo son personajes como Heathcliff en Cumbres borrascosas de Emily Brontë o Mr. Rochester en Jane Eyre de Charlotte Brontë.

En la belleza de Alain Delon convivían un aire de chico desvalido y solitario y de sujeto sin contemplaciones y potencialmente peligroso. (Potencialidad, por cierto, confirmada por su vida pública, entre cuyos hechos curiosos destaca el que en su mansión de Douchy, en el valle del Loire, donde murió el otro día, tuviera nada menos que 72 armas, bastantes más de las necesarias para practicar con soltura una afición cinegética).

Personalmente, me gustan muchas películas en las que figura Delon, desde Rocco a Mr Klein, pasando por A pleno sol y El samurái, obviamente, ya que estaban dirigidas por grandes cineastas, pero también me gustaban las policiales de estar por casa, sólo por ver aquellos ojos de Alain Delon, por lo menos hasta que el tiempo le arrebató la parte decisiva de su belleza física, la que separa lo sublime de lo más o menos común. Belleza que, como dice el poeta, reside exclusivamente en la juventud. 

Ahora bien, lo más admirable de Alain Delon, por lo menos desde mi punto de vista, sucedió fuera de la pantalla, y es el breve texto que escribió para cortar con su pareja, la también actriz Romy Schneider. Al llegar una noche ésta a su casa de París, esperando encontrarse con Alain, en vez de eso encontró un papel en el que éste había garabateado el siguiente mensaje: «Je suis parti a Mexico avec Nathalie. Mille choses. Alain.» 

«Me he ido a México con Nathalie. Mil cosas. Alain.» Esto es monumental. Un mensaje así demuestra sin discusión posible que si Alain Delon no era un prodigio de delicadeza, sí era un maestro de la ruptura, un hombre decidido, con metas claras, e incluso algo parecido a un filósofo panteísta. 

Nada de explicaciones vergonzantes y babas al uso. Nada de «Necesito mi propio espacio». Nada de «Démonos un tiempo para pensar…». Nada de «No, no hay otra mujer». Nada de «No te merezco, soy un fracasado, tú eres maravillosa, te mereces a alguien mejor». Nada de «no sé amar, no he madurado». Nada de «Siento mucho hacerte daño, ojalá algún día puedas perdonarme el daño que ahora te hago y seamos buenos amigos», y demás discursitos que pretenden atenuar el golpe y en realidad sólo sirven para que el que rompe atenúe su sensación de culpa.

En vez de eso, laconismo, claridad y franqueza: oye, que me voy con la otra. Y luego la explicación: «Mil cosas».

¡Mil cosas! ¡Mil cosas, en sólo dos palabras! Qué capacidad de síntesis la de Alain Delon. «Mil cosas» alude a la inmensa variedad del mundo, que es inabarcable, inexplicable, y comparada con la cual somos barquitas en un mar agitado, así que no le demos a este asunto de nuestro amor y ruptura demasiada importancia.

«Mil cosas» puede referirse a esa legión de fuerzas dispares, de causas y efectos que provocan los acontecimientos, y entre éstos, éste del abandono de Romy en beneficio de Nathalie. ¿Qué ha pasado? Pues nada en concreto. Mil cosas.

Éste es el verdadero gran legado de Delon, en agradecimiento a quien ahora mismo voy a volver a ver «El otro señor Klein». Mil cosas. 

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