'La virgen roja' y el 'caso Hildegart': la fanática y la mujer del futuro
La espléndida película de Paula Ortiz vuelve sobre uno de los crímenes más famosos de la crónica negra española
«Hay que llevar a Freud en el sexo, a Nietzsche en el pecho y a Marx en la cabeza», sentencia Aurora, la madre de Hildegart, en La virgen roja de Paula Ortiz. Se trata de una nueva incursión en una historia que ha sido abordada previamente en ensayos, novelas, documentales y películas. No es para menos, ya que es uno de los crímenes de la crónica negra española más descabellados. Es tan perturbadoramente fascinante que sus personajes nos parecerían inverosímiles en una ficción, pero resulta que protagonizaron un hecho real.
Sucedió en tiempos de la Segunda República y es célebre, pero por si algún lector no lo conoce se lo resumo. Hildegart Rodríguez fue concebida y educada con mano de hierro por su madre, Aurora Rodríguez Carballeira, para convertirla en una suerte de criatura de Frankenstein —«estatua humana» la llegó a llamar— feminista y revolucionaria, destinada a abrir el camino hacia un mundo nuevo. La progenitora, una mujer culta y con ideas adelantadas a la época, estaba obsesionada con la eugenesia, la liberación de las mujeres y la transformación de la sociedad. Para llevar a cabo su plan, utilizó a un cura lujurioso como inseminador, porque así se aseguraba de que no iba a reclamarle la paternidad. Después instruyó personalmente a su hija, a la que convirtió en niña prodigio, que siendo todavía muy pequeña ya tocaba el piano y hablaba varios idiomas.
Antes de cumplir la mayoría de edad, Hildegart ya había publicado varios libros, nada menos que sobre sexualidad femenina (en los que al parecer la madre metía mucha mano). Esto llamó la atención de la prensa y la convirtió en un fenómeno, con el peligro de devenir fenómeno de feria. Modelada y teledirigida por la fanática, psicótica y cada vez más paranoica madre, que odiaba a los hombres y consideraba a su hija como su propiedad particular, la niña creció y quiso emprender el vuelo por su cuenta para alejarse del aplastante regazo materno. Tenía un pretendiente, y además el sexólogo Havelock Ellis y el escritor H. G. Wells —fascinados por sus escritos, que se habían traducido al inglés—, la invitaron a viajar a Londres. Entonces su progenitora, que no estaba dispuesta a ceder el control sobre la estatua humana que había cincelado con tantos sacrificios y dedicación, la asesinó con tres disparos de pistola.
Hay abundante producción sobre el caso. El primero en abordarlo en profundidad fue Eduardo de Guzmán en el pionero ensayo Aurora de sangre, publicado en 1972. Si me permiten un apunte, Guzmán es un personaje interesante: periodista vinculado con el anarquismo y la CNT durante la República, fue represaliado en la posguerra, y durante décadas sobrevivió escribiendo novelitas policíacas y del oeste con seudónimos como Edward Goodman, Eddie Thorny o Anthony Lancaster, hasta que volvió al periodismo con este libro. Inspirado en él, Fernando Fernán Gómez rodó en 1977 Mi hija Hildegart con Amparo Soler Leal como una trastornada Aurora. El asunto ha sido también abordado en varios ensayos y documentales, y novelado por Fernando Arrabal en La virgen roja —que no tiene nada que ver con la película de la que hablamos, aunque compartan título— y por Almudena Grandes en La madre de Frankenstein.
Vuelve ahora sobre el tema la cineasta Paula Ortiz, a partir de un sólido guion de Eduard Sola y Clara Roquet, que se toma unas cuantas licencias con respecto a los hechos —por ejemplo en las figuras del pretendiente Abel Velilla y del periodista Eduardo de Guzmán—, pero que en lo sustancial atrapa muy bien la tragedia. Se centra en el conflicto entre el fanatismo y la libertad. El personaje de Aurora es la personificación del dogmatismo intransigente en el que el fin justifica cualquier medio, de la fe ciega que arrasa con todo, empezando por la sensatez y la empatía. Es una representación simbólica, a pequeña escala, de las ideologías totalitarias: el fascismo y el comunismo, que queriendo edificar el mundo ideal acabaron provocando el infierno en la Tierra y llenando el siglo XX de barbarie.
Duelo de actrices
Ortiz es una directora con un potente lenguaje visual, capaz de una puesta en escena seductora y envolvente. Sabe transmitir mediante la composición de las imágenes y el uso de las luces y las sombras la opresión y el ambiente claustrofóbico, el creciente clima de amenaza. Su largometraje va más allá del realismo chato y construye una suerte de cuento gótico con una madre siniestra, una virgen en peligro, un príncipe azul salvador, en este caso un joven revolucionario. Para ello es fundamental el trabajo de las dos actrices. Una espléndida Najwa Nimri como la adusta Aurora, vestida siempre de negro y con el siniestro aire de la ama de llaves de Rebeca o madrastra de Blancanieves. Y Alba Planas como la niña prodigio que acaba sacrificada en el altar del fanatismo.
Ninguna de ellas se parece físicamente a las reales: Hildegart era una chica rolliza y Aurora una mujer todo lo inteligente y culta que se quiera, pero de aspecto rústico. Se acercaban mucho más a la verdad las dos intérpretes de la versión de Fernán Gómez: Amparo Soler Leal —desatada y chillona frente a la imperturbable frialdad de Nimri— y Carmen Roldán. Pero la estilización que propone Paula Ortiz tiene sentido, ya que no busca el verismo, sino una dimensión simbólica y una poética de tintes goticistas.
En el choque entre madre e hija tiene un papel relevante la sexualidad —la real frente a la teórica de los libros y las ideas abstractas— y los muy carnales deseos y emociones que Hildegart empieza a sentir en su despertar adolescente y acaban doblando los barrotes de la claustrofóbica jaula en la que Aurora tiene siempre custodiada a su creación. La película otorga más peso como desencadenante de la tragedia final a la historia de amor con el joven Abel Velilla que al proyectado viaje a Inglaterra, porque proporciona más dramatismo, aunque todo apunta a que fue al revés. Y se permite una licencia poética con los tres disparos de la asesina: uno en el sexo, otro en el pecho y otro en la cabeza. En la realidad, más prosaica, fueron uno en el pecho y dos en la cabeza. Aurora, con sus ideales a cuestas y sin arrepentirse jamás de su crimen, paso el resto de su vida encerrada en un psiquiátrico, pero eso ya no aparece en esta espléndida película.