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'La habitación de al lado': Almodóvar frente a la muerte

Fallos de guion, con abundancia de soflamas y clichés, deslucen la última película del director manchego

‘La habitación de al lado’: Almodóvar frente a la muerte

Fotograma del último largometraje de Pedro Almodóvar, 'La habitación de al lado'. | © Iglesias Mas

Pedro Almodóvar se nos pone serio. Atrás han quedado las iniciales astracanadas punk de la Movida madrileña, el petardeo, las comedias alocadas, los melodramas desbocados, las pasiones desaforadas… En 2019, inició un giro con la diáfanamente autobiográfica Dolor y gloria hacia esta etapa de mayor austeridad y gravedad. La decrepitud y el desgarro íntimo recorrían aquella película. Siguió el tono serio en la fallida Madres paralelas, con un tratamiento didáctico y tramposo de la memoria histórica. Llega ahora La habitación de al lado, en la que, con 75 años, el cineasta se enfrenta a la muerte y el derecho a morir dignamente.

La presencia de la muerte ha asomado en más de una ocasión en su obra. La abordó en la fallida Matador mezclando amor loco, psicopatía y tauromaquia. Tenía entonces 37 años y la Parca se atisbaba muy a lo lejos, lo cual permitía jugar con ella con desacomplejada frivolidad. Volvió sobre el asunto, con tono más grave, en varios de los melodramas de su etapa de madurez: Todo sobre mi madre, Hable con ella y Volver.

Sin embargo, es en La habitación de al lado donde aborda el tema de frente. Es su primer largometraje rodado en inglés, después de dos caprichos en forma de cortometrajes a modo de ensayos: La voz humana y Extraña forma de vida. Y es la segunda ocasión en toda su carrera en que no parte de un guion original, sino de una novela (la primera fue la que para mí es su mejor película, cóctel de melodrama hiperbólico y terror de serie B: La piel que habito, que partía de Tarántula del francés Thierry Jonquet). En este caso, el origen es un texto de la neoyorquina Sigrid Nunez, Cuál es tu tormento.

La literatura de Nunez tiene un alto componente autobiográfico y su concepción de la novela es muy abierta, de modo que sus tramas están trufadas de excursos y divagaciones, e introduce abundantes referencias culturales y variopintos apuntes. Buena prueba de ello son sus libros centrados en la muerte y el duelo —El amigo y Cuál es tu tormento—, ambos editados por Anagrama, al igual que el recién publicado Los vulnerables.

Cuál es tu tormento está narrada en primera persona por una escritora de nombre Ingrid —como la autora— y cuenta su reencuentro con una antigua amiga periodista, ahora enferma terminal de cáncer. Esta amiga le pide que la acompañe en sus últimos días de vida, porque ha decidido ahorrarse una agonía humillante y va a hacer uso de unas pastillas que le han conseguido para ejercer su derecho a una muerte digna. En la novela merodea de fondo el tema de la eutanasia, pero el centro de la historia lo ocupa la amistad entre las dos mujeres y las reflexiones de la narradora sobre la decrepitud, la muerte y la pulsión de la vida, algunas muy sagaces, como esta: «La única cosa más dura que verte a ti misma envejecer es ver cómo envejecen aquellos a los que quisiste».

Problemas de guion

En principio la literatura dispone de más instrumentos para abordar este tipo de temáticas que el cine, y el tono intimista e introspectivo del texto de Nunez no es fácil de trasladar a la pantalla. La opción Almodóvar pasa por reequilibrar el protagonismo y dar la misma relevancia a ambas mujeres. El problema es que mientras que el cineasta se muestra cada vez más virtuoso en su manejo de la puesta en escena, como guionista sigue adoleciendo de algunas carencias que le han perseguido a lo largo de su carrera, en parte por el empeño de escribir siempre en solitario.

Esto se hace muy evidente en la primera mitad de la película. Los flashbacks sobre la vida pasada de la periodista enferma a la que da vida Tilda Swinton no acaban de funcionar ni aportan nada relevante. La historia del novio que luchó en Vietnam y con el que tuvo una hija aparece también en la novela de Nunez, pero lo que allí es una pincelada bien resuelta se convierte en la pantalla en una sucesión de clichés verbalizados en diálogos demasiado explicativos. En cuanto al segundo flashback, situado en la guerra de Irak y con un colega de la periodista liado con un carmelita, es de cosecha almodovariana y más prescindible si cabe.

Tampoco funciona el personaje del exmarido de Ingrid (interpretada por Julianne Moore). Ya en la novela es un personaje cargante, un arquetípico intelectual progre, pomposo y apocalíptico, pero en la película queda reducido a una mera oquedad que suelta soflamas previsibles sobre el triunfo de la ultraderecha y el cambio climático. No aporta nada y casi hace sufrir ver a John Turturro tratando de insuflarle vida.

En el segundo tramo, a partir de que las dos amigas se instalan en la casa de diseño de Woodstock, la cosa mejora de forma sustancial y el cineasta maneja con buen pulso la intimidad entre las dos mujeres, con algún muy tenue eco de la complejidad de Persona de Ingmar Bergman en la relación entre ellas.

A favor de la eutanasia

Sin embargo, pierde fuerza cuando al final se separa de la novela. El tema del derecho a la eutanasia y las consecuencias legales que para Ingrid puede tener acompañar a su amiga en su final está apuntado en la novela de Nunez, pero nunca ocupa el centro, porque lo importante es la relación entre ambas amigas y la digestión que hace la narradora de lo vivido. Almodóvar, en cambio, se siente en la obligación de lanzar un panegírico en favor de la eutanasia con una escena de interrogatorio por parte de un policía integrista que desvía la atención de lo verdaderamente relevante.

También es discutible el uso que hace del célebre —y bellísimo— párrafo final de Los muertos de Joyce y de la versión que rodó John Huston. Lo reitera hasta en tres ocasiones y lo utiliza para cerrar la película, valiéndose de un préstamo que resulta demasiado obvio. Hubiera sido preferible forjar una imagen poética propia en lugar de recurrir a la nieve del relato de Joyce. Es cierto que Nunez en su libro tira de una frase de Faulkner, pero la utiliza de un modo mucho más sutil.

Pese a estas pegas, La habitación de al lado, propulsada por el buen desempeño de las dos infalibles protagonistas, es una cinta solvente sobre la vivencia de la muerte. Pero aun con el aval del León de Oro ganado en el Festival de Venecia, está lejos de ser la obra maestra del cineasta. Me permitirán terminar con un apunte personal y no muy científico como método de valoración: confieso que soy de lágrima fácil viendo películas, y sin embargo esta historia que, aun con su contención, aspira a ser profundamente conmovedora, en ningún momento me ha provocado un nudo en la garganta.

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