Marta González de Vega: «El verdadero empoderamiento es reírte de tus debilidades»
La actriz y guionista, una de las mujeres más influyentes del cine español actual, repasa su trayectoria
Asistir a De Caperucita a loba en seis tíos es comprobar hasta qué punto el ser humano –mujeres, hombres, jóvenes, mayores– está hermanado. Sobre todo, cuando se trata de amor y desamor. La risa que arranca al público Marta González de Vega (Santa Cruz de Tenerife, 1976) proviene de la observación más aguda y del sentido común –¡incluso de la ciencia!– y, quizás por eso, lleve nueve temporadas seguidas en cartel, llenando todos los sábados la sala del Pequeño Teatro Gran Vía de Madrid. Sobre eso y su carrera –que incluyen varios reconocimientos y la coautoría de las películas más taquilleras del cine español– conversa en Bambalina, el podcast de THE OBJECTIVE.
PREGUNTA.- ¿Tú te imaginabas en 2015, cuando convertiste en obra el libro De Caperucita a loba en seis tíos que ibas a estar nueve años seguidos en cartel, llenando el teatro, con colas en la Gran Vía?
RESPUESTA.- Ni loca. De hecho, yo estrené diciendo: «Mira, si me dura dos meses, ese gusto que me he dado». Yo voy a hacer la inversión como si me fuera de viaje, a disfrutarlo y ya está. Recuerdo que me decía mi amigo Eduardo Aldán, que estuvo 17 años con Espinete no existe: «Marta, tú plantéate que es como un videobook muy caro, para que la gente te vea, un par de meses, y luego ya lo que venga». Y de pronto, pasó esto, gracias a la gente, absolutamente, porque al final por mucha publicidad que le des a algo, lo que sea, es –yo siempre he dicho el boca a boca, ahora parece que hay que decir el boca a oreja–, el boca a oreja de la gente, que se lo dicen unos a otros. Mi agradecimiento es infinito, imagínate. Ahora que ya estoy aquí, me he picado con llegar a la décima, claro. Le pido a la gente que siga viniendo, porque ahora no me quiero quedar en la nueve.
P.- Cuando escribiste este libro, que es un poco un homenaje a Eduard Punset, pero es algo más, ¿cómo se te ocurrió la idea, de dónde partió?
R.- En realidad, no es tanto que yo escribiera con la idea de homenajear a Punset. Mi idea era analizar lo que nos pasa cuando nos enamoramos y por qué tenemos esos comportamientos tan idiotas, a veces, tan apegados, por qué sufrimos tanto, por qué padecemos tanto. En un intento de vencerlo, porque lo que no conoces no lo puedes vencer. Si tú no sabes lo que te pasa por el cuerpo ni por el cerebro cuando te pasa algo, no puedes atajarlo. Esa introspección, casi espiritual, me llevó a leer también los libros de Punset, en los que daba mucha explicación neurológica y neurocientífica a todas las cosas que nos pasan. Te ayuda a despegarte, porque dices: «Ah, vale, estoy súper enganchada, pero no soy yo, que sea gilipollas, es la oxitocina, que está actuando por mí». Eso ya, en cierta medida, te libera. Es que el cuerpo haciendo cosas, va por otro lado. Tú no te sientes gilipollas cuando te duele la barriga, pues tampoco te tienes que sentir gilipollas cuando te cambian determinadas cosas en el cuerpo que te provocan otras cosas. Me pareció muy divertido todas las cosas científicas que aprendí de él a través de sus libros, introducirlas como parte del proceso para entendernos a nosotros mismos y poder cambiar los pensamientos. Él, por ejemplo, decía que muchas de las cosas se basan en los pensamientos que tenemos, así que hago un proceso para cambiar la forma de pensar y que no te afecten tanto las cosas. Ha quedado un compendio de búsqueda espiritual, científica y psicológica.
«La satisfacción es que la gente no solo se ría durante el espectáculo, sino que desarrolle herramientas para aprender a reírse en la vida real»
R.- A través del humor, claro. Hay una cosa que es muy importante, que lo que nos pasa por dentro no es lo mismo a los hombres que a las mujeres, y eso también lo documentas.
R.- Sí. A ver, es que es cierto que hay unas diferencias biológicas que están ahí, y también es verdad que hay muchas cosas en las que somos muy iguales, también lo digo en el espectáculo. De hecho aclaro que es para todos los sexos, porque todos somos igual de idiotas cuando nos enamoramos. Lo que pasa es que es verdad que tenemos ciertas especificidades, propias de cada uno. En ese sentido, le doy mucha caña a cómo se comportan ellos en ocasiones y mucha caña a cómo nos comportamos nosotras. Yo creo que el verdadero empoderamiento es ser capaz de reírte de tus debilidades. Yo precisamente me siento tan igual a los hombres, obviamente, que me puedo permitir el lujo de demostrar debilidades. A veces creo que en el proceso de igualarnos emocionalmente, o sea desde la fortaleza y desde «a nosotras nada nos afecta», hemos caído en la trampa de no reírnos de nuestra vulnerabilidad, que es lo que nos da la verdadera fortaleza. Obvio que somos iguales, pero somos diferentes en nuestra igualdad.
P.- Y es muy distinto eso al victimismo, tan en boga.
R.- Esto es todo lo contrario al victimismo, porque yo de lo que hablo es del empoderamiento a través de la risa. Si tú en vez de victimizarte, te ríes de ti misma, te ríes de lo que estás sintiendo, te ríes de tus actitudes, lo que haces es empoderarte, más que victimizarte. Lo que digo siempre: si nadie se puede reír de ti más fuerte que tú, nadie te puede hacer daño con nada, con lo cual ese es el mayor superpoder que existe. Teniendo ese superpoder a la mano y no utilizarlo… Y utilizarlo es: «Esto que me está doliendo, le voy a dar la vuelta hasta que me haga reír». Voy a pelearme con mi cerebro hasta que se ría de esta idiotez.
P.- Por eso los psicólogos recomiendan ir a tu espectáculo. Ya puedes añadir: «Nueve de cada diez psicólogos lo recomiendan».
R.- Once de cada diez, como digo en el show. Es verdad, eso me da mucho honor. Viene mucha gente que me ha dicho: «Mme ha mandado mi psicólogo», o psicólogos que han venido y han dicho: «Te voy a mandar gente». De hecho, me he hecho muy amiga de Silvia Congost, que es una gran psicóloga, maravillosa, a raíz de que ella vino a ver el espectáculo. Luego hemos colaborado en cosas y ahora somos amigas. A mí me hace muy feliz. La satisfacción es que la gente no solo se ría durante el espectáculo, sino que desarrolle herramientas para aprender a reírse de esas mismas situaciones en la vida real, cuando le ocurran. Lo que hacemos las personas que nos dedicamos al humor es simplemente ponerle el filtro del humor a todo lo que pasa a la realidad. Ese es un superpoder que cualquiera tenemos y que se puede desarrollar, solo tienes que cambiar la forma de ver y el chip. Cuando tú te pones las gafas del humor para todo, tu vida cambia automáticamente, porque la realidad no es ni buena ni mala, es como tú la ves. La realidad es la que es. Es el prejuicio que tú tengas hacia la realidad lo que la va a convertir en buena o mala para ti. Mi vida, que estoy viendo como un drama, está en mi mano que sea una comedia.
P.- Cuando una pasa de Caperucita a loba, ¿puede volver a ser Caperucita o de loba ya no se vuelve?
R.- No volver nunca de loba sería el equivalente a estar iluminado espiritualmente. La vida nos está sometiendo continuamente a cosas que nos sacan el caperucitismo, pero lo importante es tener los resortes para volver a tu sitio. Yo suelo poner un símil que está en el libro –en la obra no, porque no podía resumir todo–: cuando tú tienes el mecanismo mental y los resortes para volver a tu sitio, cada vez que te pasa algo que te hace caer, no solo puedes volver a donde estabas, sino que das un salto más alto de donde estabas. Yo lo veo como que caes a un precipicio pero tú tienes la seguridad, mientras estás cayendo, de que al fondo hay una cama elástica, y que de esa cama elástica vas a rebotar aún más alto del piso donde caíste. Incluso cuando estás cayendo y no puedas evitar estar cayendo y estar llorando, hay algo en ti que sabe que abajo está la cama elástica y eso te hace decir: «vale, vale, estoy cayendo, que vértigo, ¡pero a dónde voy a llegar!». Entonces, esos pensamientos negativos se acortan cada vez más, y entonces cuando te deja el novio, automáticamente eres capaz de decir: «¡A ver qué va a pasar! Y saltarte cada vez con más velocidad la parte de la caída».
P.- Es una obra que empezó siendo libro y que luego también tuvo su versión en película el año pasado. En teatro es un monólogo, pero en la película están Santiago Segura, José Mota, Berto Romero, Antonio Resines, Elena Irureta, Martita de Graná, un montón de actores y actrices maravillosas. ¿Te pones un chip especial para cada formato? ¿Cómo fue el proceso de creación para cada uno?
R.- Es muy diferente. Yo llevo 25 años escribiendo guiones, y es muy diferente. Y lo bonito es que sea diferente, que le des a cada medio las particularidades propias, que no podrían reproducirse en otro. Al venir del monólogo, fue complicado, porque yo en el monólogo hago todas las reflexiones, represento a la vez a la Caperucita y a la loba, porque estoy hablando desde mi conversión ya de loba, recreando cuando era Caperucita y riéndome de eso. Eso en la película tenía que estar distribuido entre todos los personajes. Incluso crear mi propio personaje era complicado, porque en la película no podía ir de una a otra, porque estoy instalada en el proceso cronológico de ir convirtiéndome. Entonces, mientras soy Caperucita, soy Caperucita todo el rato. Esa parte de loba tienes que focalizarla en una amiga que lo está viendo desde fuera y te lo sabe decir, porque esa es otra: todas somos, y todos, muy lobas para aconsejar a los demás y muy Caperucitas para lo nuestro. ¿Por qué? Porque ahí estamos sometidos por las hormonas, por todas las inseguridades, por todas las cosas que nos quitan toda la objetividad. El mérito es aplicarse el loberío, separarse de uno mismo, verse como personaje de una serie, como sabes que digo en la obra, de una sitcom, de una comedia de situación, y ser capaz de hablarte a ti misma como le hablarías a tu amiga o a tu amigo.
«Como todo es mejorable, siempre que te hagan cualquier crítica te viene bien para para cambiarlo»
P.- Y, como recomiendas, en lugar de hundirse en la miseria, decir: ¡capitulazo!
R.- Capitulazo, exacto, eso es lo que decimos en la obra. Claro, si tú empiezas a oír las risas en tu cabeza cada vez que te pasa una cosa dramática, esto en vez de ser patético es eso: capitulazo. Y me dice la gente que lo usa mucho.
P.- La película tiene un momento genial que es Caperucita-Marta, el personaje, cabalgando un unicornio por la Gran Vía. Era la primera vez que se cerraba la Gran Vía desde Abre los ojos.
R.- Eso fue un momento mítico. Solo por eso, me compensa haber hecho todo. Efectivamente, nos cerraron la Gran Vía para ir en unicornio, y fue brutal. La gente se quedaba así como loca.
P.- Una pieza fundamental de la obra, que obviamente no está en el libro ni en la película, es la interacción con el público, que creo que es parte del secreto de su triunfo. En este tiempo, ¿te has encontrado con alguna situación incómoda a la hora de interactuar?
R.- No, que yo recuerde, porque la gente viene muy predispuesta a pasárselo bien. A la gente le encanta participar o que le interpele. También va contando tu psicología: si tú le preguntas a alguna persona y ves que es súper tímida y lo va a pasar mal, dices «venga, te dejo, te dejo». Ahí tienes que tener tú mano izquierda. Sí que me han pasado cosas con el público graciosas. Una vez había una chica hablando todo el rato, pero todo el rato, hablando, hablando, hablando, y entonces ya vino el acomodador a llamarle la atención y dice ella: «Pero bueno, la gente se está riendo todo el rato súper fuerte y a ellos no les dices nada». Ah, bueno, visto así, estamos haciendo más ruido que ella.
P.- Está claro que con el público te llevas muy bien. ¿Cómo te llevas con la crítica? ¿Haces caso?
R.- Súper bien. Sí, sí. Lo puedo decir con orgullo, no es pose. Tengo muchos caballos de batalla, pero ese no es uno y me enorgullece, porque me ayuda un montón. Toda crítica, incluso aunque no esté de acuerdo con ella. Intento ejercer la psicología para llevarlo a algo que pueda mejorar. A lo mejor te dicen, yo que sé, «eres una machista». Evidentemente no lo soy, pero ¿cómo puede haber llegado esta persona a este razonamiento? ¿Podría pulir un poco más la forma en que expreso tal, por si acaso? Bueno, pues lo cuido. Como todo es mejorable, siempre que te digan cualquier cosa te viene bien para para cambiarlo. Y de hecho, mucha gente, ahora ya llevo nueve años, pero al principio del espectáculo la gente te iba diciendo: «ay, me encanta esto», «esto otro, no sé». Lo apuntas y vas perfeccionando. Y no hace falta que sean críticas, la propia reacción del público te va indicando. Hay una cosa que nos pasa cuando cuando hacemos chistes, que es muy curiosa: a veces hay chistes en los que tú crees muchísimo, y lo tienes clarísimo, y no entra. Y tú dices: «No puede ser que este chiste no entre, no puede ser». Hay chistes que te cuesta tres años encontrar la forma de tirarlo para que la gente se ría.
P.- ¿Y cuándo sabes de qué forma lo tienes que decir?
R.- Vas probando. Normalmente, si tienes cierta experiencia, tú ya sabes la forma en que tienes que tirarlo para que entre. Normalmente ocurre, pero hay de repente algún chiste que dices «pero si esto es gracioso, por qué no me está entrando», y vas probando, vas probando, y de repente un día, al cuarto año, la gente se ríe. Era ahí. ¡Lo sabía, he ganado! Pero hay que perseverar. Por eso hay que ser humilde, porque si te empeñas y dices: «Esta persona que me está diciendo que esto no hace gracia es porque es idiota y no lo ha entendido». ¡No! A lo mejor no has encontrado la vía. A mí me pone. Igual, fíjate, acepto tan bien las críticas por el mucho ego que tengo. Que esto puede ser sorprendente. Yo uso el ego para bien. Es decir, como le quiero gustar a todo el mundo, acepto súper bien la crítica porque quiero acabar gustándote. Es una forma positiva de tener ego.
P.- Eres de las mujeres más influyentes en el cine, según la revista Yo Dona, Premio Berlanga el año pasado, coguionista, junto a Santiago Segura, de las películas más taquilleras del cine español –Padre no hay más que uno, por ejemplo, va por la quinta parte, que se va a estrenar el verano próximo–, colaboradora con José Mota… Siempre tuviste claro que querías dedicarte al mundo del espectáculo, eso te lo he oído decir. Pero no es normal querer ser guionista para empezar en este mundo, que es una profesión de la que se tiene la imagen de estar en la sombra, de estar subestimada, de que no les pagan lo suficiente, que no lo valoran lo suficiente. Vienes de Canarias a Madrid y llamas a los de El Club de la Comedia para ver si necesitan guionistas. ¿Cómo se te ocurrió eso?
R.- Pues mira, yo vine para ser actriz, principalmente. Yo soy exactamente igual actriz que guionista. Y de hecho, lo que había hecho desde pequeñita en Tenerife era teatro. De hecho, hago un llamamiento, porque estoy cansada de escribir tanto y quiero actuar más. Escribir es muy sacrificado, es precioso, pero es muy sacrificado, y yo me siento actriz exactamente igual y lo que quiero es actuar todo el rato. Me vine a Madrid para para ser actriz, pero es verdad que escribía obras de teatro en Tenerife. Siempre he escrito en humor. Así como en la interpretación me encanta el drama –me encantaría hacer época y cosas dramáticas–, a la hora de escribir siempre me sale con humor, y además me cuesta mucho renunciar al as en la manga que supone el humor para decir cosas serias. Cuando estaba en Madrid iba haciendo castings, hacía algunas cosas como actriz, y vi efectivamente El Club de la Comedia por la tele y pensé que también era una manera de entrar en la industria. A mí me gusta mucho escribir. Justo estaban buscando guionistas y entré.
Claro, al dedicar tantas horas al día a escribir, al final he compatibilizado la carrera echando muchas más horas a escribir, pero también interpretando en todo lo que he escrito. Cada vez voy equiparando más las dos vertientes. Hubo una época en la que era mucho más escribir. Y sí es verdad que es una profesión que yo defiendo muchísimo. Anímicamente me identifico plenamente con las dos, pero me posiciono mucho más del lado de los guionistas, porque me parece que están muy poco considerados para la importancia que tiene el guión, que para mí es la base de todo. Y me alegra poder decirlo sin que parezca guerra de guerra, porque soy las dos cosas y soy muy consciente, siendo las dos cosas, de que el guión es la base de todo. Es fundamental.
Yo me siento mucho más orgullosa y mucho más madre de mis películas por haberlas escrito que por hacer un papel en ellas, que adoro hacer. Evidentemente, claro, la gente te reconoce por la cara, entonces todo el reconocimiento viene porque «ah, tú eres la madre chunga de las películas», pero en realidad a mí me enorgullece mucho más decir: «no, pero es que con Santiago [Segura] he escrito todo lo que ocurre en la película, todo lo que dice cada personaje, todo lo que te está haciendo feliz en la película». Me parece más importante, y no lo digo ya respecto a mí, sino en general.
Me parece que la figura del guionista necesita estar considerada –en ese sentido, Alma, el sindicato, ha hecho muchísimo– y que además es muy importante que la gente sepa los nombres de los guionistas exactamente igual que sabe de los directores o de los actores, porque lo que realmente te va a hacer ir a ver una película que te ha gustado es la historia. A mí me mueve mucho más que la haya escrito una persona con la que ya me reí, que ya me dio una historia que me gustó, que que la haya protagonizado un actor, porque ese actor, si el guión no es bueno, no va a poder hacer nada con un mal guion, y un director exactamente igual. La base de la historia está en el guión, entonces es muy importante. No es por ego del guionista, «yo también quiero que sepan mi nombre», es que el público necesita saber quién ha escrito eso, porque eso a mí como espectadora y creo que a cualquiera, le mueve muchísimo más que un actor que está al servicio del personaje.
«Yo me siento mucho más orgullosa y mucho más madre de mis películas por haberlas escrito que por hacer un papel en ellas»
P.- Decías que empezaste como actriz, y he leído que en las obras de tu padre, que era dramaturgo también, Gustavo González Garrido. Tu padre también estudió Derecho, como estudiaste tú. Eso me llama la atención. No sé si te gustaba estudiar Derecho o estabas deseando terminar Derecho para dedicarte verdaderamente a lo que te gusta.
R.- Efectivamente. Es que mi padre de joven también hubiera querido venirse a Madrid, y le encantaba escribir y quería ser actor, y mi abuela no le dejó. Él empezó a escribir obras de teatro precisamente para que yo actuara. Y lo primero que escribió fue un monólogo que yo interpreté con 19 años en Tenerife, y luego hice actuaciones a nivel nacional. Teníamos una compañía en la que íbamos representando sus obras, y la verdad que fue una época preciosa. Lo hicimos hasta que yo terminé la carrera y me vine a Madrid. Yo era muy madura; yo sabía que quería ser actriz, ese era mi plan A desde siempre, desde que tengo uso de razón, pero también sabía que es medio complicado. De hecho, a estas alturas de mi vida yo no sé cómo me hubiera ido si no hubiera sido también guionista, no lo puedo saber. Yo no conocía a nadie en la profesión y podía pasar cualquier cosa. Entonces, por mi propia voluntad, dije: «Vale, voy a estudiar una carrera para tener plan B, y luego ya me voy a Madrid». Pero durante toda la carrera tenía claro que ese era mi plan B y que ojalá no lo tuviera que usar nunca, como así ha sido.
P.- ¿Y lo disfrutabas? Da esa sensación cuando hablas de ello, ya que lo hiciste por propia voluntad.
R.- Sí, sí, sí. O sea, no creo que hubiera sido una persona frustrada dedicándome al Derecho. Sí, sí. De hecho, mucha gente me pregunta: ¿qué tiene que ver con el Derecho con escribir? Digo: mira, pues un montón. Porque precisamente un abogado lo que tiene que hacer es defender con argumentos verosímiles cualquier posición, y eso es lo que haces cuando creas personajes. Para crear un buen conflicto entre personajes, mis argumentos tienen que ser tan buenos como los tuyos si nos vamos a enfrentar, y tengo que querer a los dos personajes por igual para que realmente haya un conflicto real y para que sean personajes interesantes, controvertidos. No puedo crear un personaje que sea claramente malo o que sea claramente estúpido y que sus argumentos no tengan ningún sentido frente a otros.
P.- ¿Qué humoristas tenías y tienes de referente? ¿Cuáles son tus tus top?
R.- Pues mira, la verdad es que no soy de referentes. De hecho –esto lo digo mucho y la gente se sorprende– no soy muy público de comedia. A mí la comedia me gusta hacerla, pero no me gusta que me la den hecha. A mí lo que me encanta es la realidad para yo darle la vuelta, o el drama. Disfruto mucho más ver dramas que comedias. Yo no veo comedias.
«La comedia tiene que hacer todo el recorrido que hace el drama y, encima, hacer el chiste»
P.- Qué cosa más rara.
R.- Pero por supuesto tengo compañeros que me flipan, que me parecen maravillosos y que admiro muchísimo y que ya además puedo disfrutar. Porque hubo una época, sobre todo cuando dejé de hacer El Club, que estuve seis años, 600 monólogos…
P.- Párate un poco en esa cifra, que se dice pronto: 600 monólogos.
R.- Ir a ver monólogos era como «me pego un tiro». Ahora ya, después de tantos años de profesión, he conseguido separarme y no estar siempre pensando «ay no, pero si este chiste lo pones aquí», ya no; no me olvido y digo «ah, qué bueno esto». Empiezo a disfrutar de la comedia ahora.
P.- Hay cosas que recuerdan, por ejemplo, a la gran Lina Morgan cuando se te ve en el escenario, pero veo que también es un poco inconsciente, por lo que estás contando.
R.- Seguro que está ahí, porque todos tenemos nuestras influencias. De pequeñita me encantaba Lina Morgan. La recuerdo, cuando transmitían por la tele sus obras, Vaya par de gemelas y todo aquello. Evidentemente todo, todo, todo se te va quedando, pero es verdad que no tengo conciencia. Tengo más referentes en obras que en personas.
P.- Eso que llaman el «síndrome del payaso triste» no asoma en ti para nada. ¿Existe o es un lugar común?
R.- Sí, claro que sí. De hecho es lo que digo en la obra y es un poco la filosofía: para tú encontrarte con la comedia, no se trata de volverte superficial. Se trata de profundizar del todo en el drama y hacerte consciente de que cuando llegas al verdadero fondo del drama, brota la comedia como si fuera un surtidor de petróleo cuando excavas. Para mí eso es fundamental. Todo auténtico cómico es un gran profundizador en el drama. Esto también lo digo mucho, pero como he encontrado la manera de decirlo que lo explica muy bien, ya me repito. No está la comedia a un lado del espectro y el drama al otro. La comedia tiene que hacer todo el recorrido que hace el drama y, encima, hacer el chiste. Por eso, cuando se banaliza la comedia o se la tacha de superficial con respecto al drama, digo pero si tenemos que hacer el mismo proceso y luego encima nosotros sobre eso hacemos chiste.
P.- Una dificultad doble.
R.- Claro. Es todo lo contrario a pensar que es superficial, cuando realmente utilizas la la comedia para decir cosas serias, que es casi siempre. Además, el análisis que requiere la comedia es muy pormenorizado, aunque sea para decir lo que hacemos todos cuando nos despertamos. La capacidad analítica que tiene un comediante es de pura profundización.
P.- Y la capacidad, como tú dices, de contar cosas que a lo mejor de otra manera no se podrían contar si no fueran con el humor.
R.- También, también. Es una manera muy rápida de llegar, porque además la risa es una de las emociones más instintivas que tenemos. La risa brota.
P.- Si no te sale, no te sale.
R.- La risa es una cosa absolutamente instintiva que brota en cualquier ser humano, en cualquier situación que esté, en cualquier estrato social, sexo, edad, da igual. La risa es algo súper instintivo. Entonces, cuando consigues llegar a alguien a través de la risa, es una forma súper certera, porque se le clava en el corazón. Tú puedes hacer cosas y que yo intelectualmente diga «tienes razón», pero no sentirlas. Pero la risa es puro sentimiento. Si tú consigues hacer sentir eso a través de la risa, lo grabas en el corazón y automáticamente estás transformando la persona de una manera que no podrías hacer con diez horas de charla.
«Respeto mucho a los humoristas que juegan con los límites, porque están ofreciendo felicidad»
P.- Que de ahí viene recordar, precisamente, pasar por el corazón.
R.- Exacto, pasar por el corazón.
P.- Algunos actores que se dedican a la comedia dicen que el humor ha cambiado, que hay cosas que ya no hacen tanta gracia y entonces hay que cambiar la manera de decirla. Han pasado nueve años desde que pusiste en marcha esta obra, ¿sientes esto, que el humor ha cambiado en estos nueve años, que hay cosas que ya no puedes decir?
R.- Yo en la obra no lo he notado porque nada de lo que digo ha dejado de decirse. Sí lo noto, por ejemplo, con respecto a algunos monólogos de El Club de la Comedia, lo hemos comentado los guionistas de aquella época. «Ay, mi madre, esto ahora no lo podríamos escribir». Porque efectivamente la sociedad va evolucionando, tu propia mente va evolucionando. Nosotros también hemos heredado micromachismos, cosas que estaban ahí, que hasta que nos las hemos empezado a plantear como sociedad y hemos dicho «Jolín, cómo decíamos esto tan alegremente y nos parecía tan normal», porque lo teníamos asumido y no lo habíamos reflexionado, y que tú misma vas quitando de tu mentalidad.
Por ejemplo, en Caperucita no ha ocurrido porque realmente creo que la escribí con una mentalidad muy moderna. A lo mejor podía haber pasado que tocara algún punto de los que sí han evolucionado en estos años, pero no es el caso. También es cierto que todo depende mucho de en que márgenes del humor te muevas. Es cierto que yo en Caperucita apelo a cosas que van muy directamente a la emoción del ser humano, que podrías decirlas ahora, en el siglo XIX o en el siglo I antes de Cristo, porque los seres humanos a nivel muy profundo no hemos no cambiamos tanto. El amor lo sentimos igual, las cosas profundas las sentimos igual. Pero hay humoristas que se manejan más en lo que venimos a llamar los límites del humor, que me parece muy sano, y como esos límites se van moviendo en función de la sociedad, a veces, claro…
P.- ¿El humor tiene límites?
R.- Yo creo que la gente que se dedica al humor tiene la obligación con los demás de ayudarles a reírse de sí mismos, y eso implica ayudarles a ampliar sus límites. Porque les estás haciendo un favor. Porque cuanto más te ríes de ti mismo, lo que hemos hablado, más feliz eres y más superpoder tienes, y todo el que piense que se están riendo de él es porque no se ríe lo bastante de sí mismo, y eso es lo que lo convierte en víctima. Se está convirtiendo él a sí mismo en víctima, no se lo está haciendo el cómico. Se está convirtiendo él y él se está sintiendo atacado, se está sintiendo agredido y está siendo mucho más infeliz. ¡Qué va! El cómico lo que te está dando es la oportunidad de ampliar esos límites y de darte felicidad. Por eso yo respeto mucho a la gente que juega con los límites, porque está ofreciendo esa felicidad. Lo que pasa es que es verdad que cuando haces eso, tienes que hacerlo con habilidad, para que el espectador sienta eso, sienta que le estás dando la oportunidad de reírse de sí mismo y de ser más feliz, para que no se ponga a la defensiva, y entonces todos crispados.
«Cuando empezó el stand up comedy se decía mucho «las mujeres no tienen gracia» porque no estaban acostumbrados a ver expresar a las mujeres determinados pensamientos»
P.- Cuando tú empezaste, había pocas mujeres en stand up comedy y era normal oír cosas como «las mujeres no sirven para esto». ¿Cómo has visto evolucionar ese mundo?
R.- Eso sí que ha sido una evolución radical, gracias a Dios. Me hacía mucha gracia cuando a lo mejor había una cómica que no te gustaba porque no te hacía gracia, decían: «no, es que las mujeres no tienen gracia». Vamos a ver, ¿cuándo se ha dicho, porque no te gusta un cómico, que los hombres no tienen gracia? Si tú te lo planteas así, qué locura, claro. ¿A quién se le ocurre comparar un hombre con todos los hombres? ¿Entonces a una mujer sí? ¿Por qué? ¿Porque es un subgénero dentro de la especie humana? Es absolutamente demencial. Y se hacía. Ese es el machismo que estaba como asumido. Yo he reflexionado también mucho sobre este tema y he hecho una consideración que creo que es interesante: es verdad que cuando empezó el stand up comedy se decía mucho «las mujeres no tienen gracia» porque no estaban acostumbrados a ver expresar a las mujeres determinados pensamientos. Porque si lo piensas, nunca ha pasado eso con las actrices. Si es una actriz intérprete, que interpreta el guión de otro, yo nunca he oído decir «los actores tienen gracia, las actrices, no».
Hay grandísimas actrices, Lina Morgan, Mary Santpere, Rosa María Sardà, cómicas maravillosas, fin. ¿Cuándo se dicen esas cosas? Cuando la mujer expresa el pensamiento, entonces, en realidad lo que no se le está concediendo es la autoridad intelectual, que es más grave. La autoridad intelectual para que un cerebro femenino genere humor. Eso es de de de un machismo integrado loquísimo. Yo tardé mucho en darme cuenta de eso, porque me parecía demencial. Además, yo he tenido suerte. Cualquier prejuicio solo sobrevive en la generalidad. O sea, puedes ser racista en general, pero cuando conoces a una persona de otra raza pueden decir «no, pero es que este es bueno». Qué casualidad, el que tú conoces.
El machismo también funciona en la generalidad. En cuanto empiezan a trabajar contigo, te salvan: «no, pero es que ella no». Bueno, seguramente yo y muchas más, pero claro, me has conocido a mí. También tiene que ver con que había menos mujeres que se dedicaban a eso. Es proporcional. En todos los oficios habrá gente que te guste y gente que no, pero si tienes 100 donde elegir, te gustarán diez, y si solo tienes diez donde elegir, te gustará una. Eso es un poco lo que pasaba. Yo he tenido la suerte de que siempre vencí el prejuicio trabajando, entonces no lo sufrí. De hecho, durante toda mi carrera he sido jefa de guion y coordinadora de guion en casi todos los proyectos donde he estado, coordinando a un montón de hombres. En el propio Club de la Comedia fui coordinadora de guion coordinando un equipo masculino durante varios de los años que estuve allí. Eso nunca lo había sufrido, y como en mi universo mental no cabía, pero luego sí ves cosas, por ejemplo, de gente que no te conoce y tiene la desfachatez de decirte: «mira, es que estoy montando un equipo de guion y me falta una chica».
P.- ¿Para cubrir la cuota?
R.- Claro, para el punto de vista femenino. Bueno, les decía: «¿no tienes hermanas?». Como ese es un argumento que le gusta tanto a los machistas –«Yo no soy machista porque tengo hermanas»–. Si lo que necesitas una chica contrata a tu hermana. Necesitarás un guionista. Si luego además, encima consideras que tengo un superpoder por el hecho de ser mujer, porque además te voy a dar un punto de vista femenino –que también es un prejuicio en contra de los hombres, ojo, que los hombres tienen mucha sensibilidad femenina, hay muchos chistes que han escrito compañeros míos que parecen escritos por mujeres de lo bien que se meten en su mente–, ¿qué haces llamándome la última? Porque te falta una chica, porque ya has cubierto el cupo de tíos. Llámame la primera, que seré lo más importante, que tengo un superpoder que no le atribuyes a los demás.
P.- ¿Y el público ha cambiado?
R.- No, no. Yo escribí el libro y luego el espectáculo que deriva de él en un momento en que, claro, yo había tenido un montón de intentos de relaciones amorosas y lo hice para decir: «paso, ya, me retiro, ya he escrito el libro, yo ya he cumplido, ya he facturado como Shakira todo el drama». De hecho,cuando yo estrené, estaba súper retirada y yo decía: ¿la gente se va a identificar con esto? Porque claro, cuando tú dejas de estar identificado con algo, piensas que ya nadie está en eso y de repente, sí se identifica. Te lo digo porque tiene que ver con que me preguntas. ¿El público ha cambiado? Del público a veces no sabes qué te vas a encontrar, porque en ese en ese sentido lo viví así, cuando estrené. Entonces, no ha cambiado porque la gente está todo en eso, la gente está todo el rato enamorándose y desenamorándose. De hecho, una cosa muy buena que es que yo pensé que a lo mejor el espectáculo iba a estar más acotado a lo mejor a lo femenino, por hacerlo desde el punto de vista femenino, y no.
P.- Bueno, hay un autoescarnio continuo.
R.- Claro, y hablo todo el rato de que a todos nos afecta por igual el amor, y más cuando los hombres cada vez tienen menos miedo a demostrar su sensibilidad, su tacto. Cada vez nos igualamos más, a todos los niveles. Pensaba que iba a estar más acotado por edad o por sexo, y qué va. Se ríe igual una chica de 20 que un señor de 70. Porque apelo a cosas a las que todos hemos pasado, y si no las estamos pasando, las hemos pasado, y si no, las vamos a pasar. Y encima estamos en una época en la que a cualquier edad se puede acabar una relación. O sea, la gente entra y sale del mercado emocional todo el rato. Lo que sí me ha pasado es cambie el estado emocional de las personas que vienen, porque viene mucha gente que repite. Me lo dicen cuando salgo a hacerme fotos, a hablar con la gente. Un día me dijo una chica: «Mira, yo vine a verte por primera vez cuando estaba casada, que llevaba 20 años casada con mi primer novio, y me reí mucho, pero no me identifiqué con nada; he vuelto ahora, cuatro años después que me he separado, y ya lo he pasado todo y ha sido otra obra para mí».
P.- Claro, el «núcleo caudado» se satisface de distintas manera con la obra.
R.- Exactamente.
P.- Para acabar siempre le pido a mis invitados que recomienden sencillos placeres, algo de ocio.
R.- Cuando me emociono con algo, siempre lo recomiendo. Lo último que he visto en teatro es un musical que se llama Come from away, que recomiendo fervientemente. Está en el Teatro Marquina, es una compañía argentina que va a estar seis meses. Es el musical que ganó el Tony a mejor musical de Broadway el año pasado, y es maravilloso. Sales siendo mejor persona, queriendo ser mejor persona, está interpretando magistralmente y además está basado en hechos reales, en una historia maravillosa.