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'Marco', el impostor que se hizo pasar por víctima del Holocausto

La película de Aregui, Garaño y Goenaga narra la historia del farsante que presidió la Asociación Amical de Mauthaussen

‘Marco’, el impostor que se hizo pasar por víctima del Holocausto

Eduard Fernández caracterizado como Enric Marco en la nueva película del trío de cineastas vascos Aitor Aregui, Jon Garaño y José Mari Goenaga. | BTEAM Pictures

En toda gran tragedia siempre surge algún espabilado que, haciéndose pasar por víctima, trata de sacar provecho. Sucedió en el atentado de las Torres Gemelas, tras el cual pillaron a una española que pretendía haber estado allí para cobrar la indemnización. Volvió a suceder con la masacre parisina del Bataclán, con otra mujer haciéndose pasar en este caso por amiga íntima de un herido grave, para introducirse en una asociación de supervivientes (a esta, por cierto, le han dedicado una serie, La confidente, recién estrenada en Max). También la gran tragedia del siglo XX, el Holocausto, tuvo su impostor, que en este caso fue un señor de Barcelona llamado Enric Marco.

Entre los detalles fascinantes de su rocambolesca historia está el que no urdió su patraña con la intención de sacar algún tipo de beneficio económico. Lo hizo simplemente por un afán de notoriedad, por conseguir ser el centro de atención, acaso por construirse una vida falsa más interesante que la suya, tan anodina. Es probable que recuerden el caso, porque fue sonado cuando se destapó el engaño en 2005. Sobre él ya se había hecho un documental (Ich bin Enric Marco de Santi Fillol y Lucas Vermal, que pueden ver en Filmin) y una novela de no ficción (la estupenda El impostor de Javier Cercas). Llega este viernes a los cines una nueva aproximación al personaje: Marco, del trío de cineastas vascos Aitor Aregui, Jon Garaño y José Mari Goenaga (este último aquí solo en labores de guionista), creadores de Loreak, Handia, La trinchera infinita y la serie de Disney + Cristóbal Balenciaga.

La película narra las andanzas del impostor Enric Marco, que se hizo pasar por superviviente republicano del campo nazi de Flössenburg y durante años engatusó a todo el mundo. Llegó a ser presidente de la Asociación Amical de Mauthaussen y Otros Campos, dio emocionadas charlas en colegios relatando los horrores que presuntamente había sufrido y recibió la Creu de Sant Jordi de la Generalitat de manos de Jordi Pujol (otro farsante, por cierto: el ejemplar padrecito de la patria que se pasaba el día dando lecciones morales que después no se aplicaba). Marco también habló ante una comisión del Congreso de los Diputados, provocando con su sentido relato tanta conmoción que a la ya fallecida Carme Chacón se le saltaron las lágrimas. Y estuvo a punto de generar un lío de altos vuelos políticos cuando consiguió que le adjudicaran el discurso inaugural de la conmemoración de la liberación de Mauthaussen en Austria y convenció a los asesores del entonces presidente Rodríguez Zapatero para que este acudiera como invitado.

El hoy lobbista y liante se salvó por los pelos del bochorno. Porque fue justo antes de ese acto cuando el historiador Benito Bermejo (que aparece en la película como personaje) destapó el embuste: Marco jamás estuvo en un campo de concentración ni fue un exiliado republicano. Sí había estado en Alemania durante la guerra, pero como parte de un contingente de trabajadores voluntarios enviado por el franquismo, y allí fue detenido por la Gestapo bajo sospecha de repartir propaganda comunista, pasó una semana en una cárcel, fue absuelto y devuelto a España.

La película desvela más engañifas del personaje —sobre su presunto pasado antifranquista y sobre su vida privada—, porque este hombre era un fabulador patológico. Lo interpreta con brillantez el camaleónico Eduard Fernández, que antes había dado vida al espía Paesa en El hombre de las mil caras. Su actuación es muy convincente: cincela al personaje mediante una suma de sutiles gestos cotidianos, lo dota de humanidad y consigue hacer creíble que un individuo tan gris lograse urdir un engaño tan disparatado y salirse con la suya durante años.

El arte de la impostura

Dado que se trata de una cinta sobre el arte de la impostura, los directores se permiten un par de jugosos guiños. Lo primero que vemos en la pantalla es una claqueta y oímos el grito de «¡acción!» que da inicio al rodaje. De este modo hacen evidente la ficción fílmica mediante la cual nos van a contar, recreándola, una historia real. Y hay un segundo guiño hacia el final, cuando Enric Marco protesta airadamente en una presentación del libro que sobre él escribió Javier Cercas, ya que considera que el autor se ha aprovechado de él. La escena sucedió en la realidad y los cineastas combinan las imágenes grabadas entonces del auténtico Cercas, entre perplejo y divertido, en ese acto en Olot, con los contraplanos del falso Marco interpretado por Eduard Fernández, al que acaban expulsando de la sala.

La película, muy bien construida narrativamente y de factura visual impecable, trata de entender los motivos de este individuo con una enfermiza obsesión por la notoriedad. Una obsesión tan irrefrenable que cuando lo desenmascararon, en lugar de desaparecer abochornado, siguió empeñado en mantenerse en el foco público reivindicando de forma peregrina lo que había hecho en los platós de televisión a los que lo invitaban como personaje estrafalario que había hecho algo tan infame como hacerse pasar por víctima del Holocausto sin serlo. Ahí estaba él, defendiendo su labor —como tenía labia, había logrado fondos y notoriedad para la Amical Mauthaussen— y quitando importancia a su mentirijilla.

Defendiéndose muy ofendido de quienes habían aireado sus embustes. Convertido ya en un hombrecillo patético, perdido en su laberinto de mentiras. Como eran otros tiempos, el impostor Enric Marco no pudo echar mano de la excusa de la que ha echado mano nuestro nuevo gran impostor celtíbero: ese Íñigo Errejón, que ha confesado que se debatía entre la persona y el personaje, y se ha marchado diciéndonos que la culpa fue, no del chachachá como en la canción de Gabinete Caligari, sino —¡agárrense!— del neoliberalismo.

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