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'Las vidas de Sing Sing': Shakespeare os redimirá

Los presos de la cárcel más famosa del lejano Oeste interpretan textos del Bardo para rehabilitarse en este largometraje

‘Las vidas de Sing Sing’: Shakespeare os redimirá

Imagen promocional de 'Las vidas de Sing Sing'. | Alfa Pictures

El subgénero carcelario maneja dos puntos de partida argumentales básicos: presos que se fugan o presos que se redimen. Las vidas de Sing Sing pertenece al segundo grupo, pero tiene algunas singularidades que la dotan de un interés especial. Está inspirada en una historia real y rodada en el verdadero escenario: Sing Sing, la prisión más famosa del mundo junto con Alcatraz. Además, salvo dos actores profesionales, el resto del reparto principal son reclusos que se interpretan a sí mismos (o a versiones o variaciones de sí mismos). Todo esto puede sonar a docudrama testimonial o a proyecto de tono amateur, pero no, la película funciona como una competente obra de ficción

El punto de partida es un artículo aparecido en la revista Esquire, firmado por John H. Richardson y titulado Sing Sing Follies. Contaba la preparación en 2005 de una obra teatral interpretada por reclusos de esa cárcel de máxima seguridad. Era un disparate cómico escrito por el director de la pieza. Se titulaba Breaking the Mummy’s Code y en ella se mezclaban viajes en el tiempo, un faraón, piratas, vaqueros, Freddy Krueger y el monólogo de Hamlet. Este peculiar montaje, que es el que los protagonistas preparan en la película, formaba parte de un proyecto de rehabilitación de presos a través de las artes llamado RTA (Rehabilitation Through Arts). Empezó a aplicarse en Sing Sing y dado el éxito que cosechaba como vehículo de reinserción –según las estadísticas, solo un 3% de los convictos liberados que habían formado parte de este programa reincidían– empezó a aplicarse en otras prisiones estadounidenses. 

Al hecho de basarse en una historia real, se añade además el aliciente de que son los propios reclusos quienes se interpretan a sí mismos. Con dos salvedades. Al profesor de teatro que dirige la función le da vida de un modo muy convincente el actor Paul Raci. Y al protagonista, un convicto llamado John Divine G Whitfield, lo interpreta Colman Domingo, dotándolo de una gran humanidad y vulnerabilidad. Es el personaje más conmovedor, acusado de un asesinato que no cometió, según parecían demostrar las pruebas reunidas después del juicio, gracias a las cuales acabó saliendo en libertad. Entre rejas empezó a actuar y escribir, y llegó a publicar un libro. El verdadero Divine G aparece en un cameo, como el reo que le pide al Divine G de la película que le firme su libro. Es un guiño simpático. 

El coprotagonista es otro preso mucho más conflictivo y agresivo, que es reclutado para el programa de teatro pese a sus reticencias iniciales. Y este personaje de mucho peso en la trama se interpreta a sí mismo: Clarence Maclin. De rostro patibulario y pasmosamente convincente como actor, su sola presencia en pantalla genera tensión, una sensación de no saber qué puede pasar. El motor narrativo de la película es la interacción entre Divine G y él, que tienen visiones contrapuestas sobre la vida, la cárcel y la esperanza de recuperar la libertad. 

El resto de participantes en la obra de teatro son auténticos internos, tal como se desvela en los créditos finales, durante los cuales también aparecen filmaciones en vídeo de las funciones reales. Al ver la película en ningún momento se perciben actuaciones justitas o chapuceras, todo funciona de un modo muy creíble, mérito que hay que atribuir al director, Greg Kwedar, que había colaborado en estos programas de rehabilitación y conocía bien las dinámicas. 

Quedan por tanto apuntados el mérito testimonial y las nobles intenciones del largometraje. Pero más allá de estos valores humanos, ¿funciona y tiene interés? La respuesta es sí, con un matiz, que no es aplicable solo a esta propuesta, sino que suele afectar a todo este subgénero. Hay un ejemplo muy claro: El hombre de Alcatraz, el clásico de 1962 de John Frankenheimer, en el que Burt Lancaster interpretaba a un preso que se redimió convirtiéndose en ornitólogo. La película, y el libro en el que se basaba, se tomaban unas cuantas licencias y edulcoraban la conflictiva personalidad de la figura real, Robert Stroud, para potenciar la fuerza emocional de su transformación. 

En Las voces de Sing Sing es lógico que la historia se centre en la parte luminosa de la redención de estos seres humanos encarcelados a través del teatro. Pero los motivos por los que cumplen condena y las agresiones, ajustes de cuentas, trapicheo con drogas y otras situaciones violentas cotidianas en una prisión de máxima seguridad solo asoman de puntillas, de modo que hay una parte de la realidad más cruda que se le hurta al espectador. Se esquiva el lado más oscuro de los personajes para facilitar el espectador empatice con ellos al verlos como víctimas –y algunos lo son– y no como criminales con graves delitos de sangre. 

Más allá de este aspecto, la película funciona muy bien e incluso se permite un par de elipsis muy osadas que hay que aplaudir. La preparación de la pieza teatral sirve para que unos tipos encallecidos y destrozados por las vicisitudes de la vida se abran emocionalmente y aprendan a expresar sentimientos. Este proceso la película lo sabe reflejar muy bien y de un modo muy veraz, porque hay escenas que es evidente que se han rodado con margen para la improvisación, dando libertad a los actores para expresarse. 

Obviamente, el autor que más les ayuda a profundizar en las interioridades de cada uno es el bardo inmortal: William Shakespeare, cuyas obras contienen todos los matices posibles del alma humana. La película arranca con los versos finales de El sueño de una noche de verano, que cierra la función previa del grupo. En otro momento, el recluso conflictivo explica que, cuando descubrió por casualidad El rey Lear, pensó que quien la había escrito tenía que saber lo que era estar privado de libertad. Y sobre todo, está omnipresente el monólogo de Hamlet, que interpreta este convicto en la nueva función. A través de los matices que le va dando en los sucesivos ensayos vamos viendo su proceso evolutivo como ser humano. 

No es la primera vez que se utiliza a Shakespeare en un drama carcelario. En 2012 los hermanos Taviani filmaron César debe morir, que contaba el proceso de creación de un Julio César interpretado por los internos de una cárcel de Roma. Rodada en blanco y negro, creaba un fascinante juego de espejos entre la realidad de los presos y la ficción de los personajes de la obra que representaban. Este cruce entre realidad y ficción también está presente en Las voces de Sing Sing, que plantea que todos somos actores en el teatro de la vida, todos interpretamos un papel. A algunos les toca el de malo, en ocasiones porque el entorno en el que han crecido –barrios marginales y conflictivos– los aboca a convertirse en el personaje que los demás ven en ellos. Pero si el teatro de la vida los condena, acaso Shakespeare puede ayudar a redimirlos. Suena ingenuo, pero en el caso que cuenta la película parece que funcionó. 

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