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'Black dog': la China desarrollista a través de los ojos de un perro callejero y un expresidiario

Para poder entender los enormes avances del gigante asiático hay que escuchar a los que quedaron por el camino

Este verano, dos interesantes películas chinas comparten cartel: Black dog y Breve historia de una familia. Proponerles una sesión doble de dos películas de corte autoral no parece, a priori, el mejor de los pasatiempos posibles en la torridez de un verano asfáltico. Pero las salas están fresquitas igual, y ya que acuden, quizás no sea mal plan asomarse a una sociedad que nos es prácticamente desconocida, a pesar de su creciente empuje en la esfera internacional.

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China, como cualquier otro país –y más si se trata de uno con una historia milenaria a sus espaldas–, no puede definirse a golpe de plumazo. Tampoco es conveniente caer en brazos de un miedo atávico y catastrofista, ni, por supuesto, en un racismo que desfigure. Para dotar de perspectiva y complejidad a cualquier análisis, el cine puede ser buena herramienta. Y en ese sentido, Black dog y Breve historia de una familia son dos caras de una misma moneda. 

Antes de lanzar esta moneda al aire, quizás conviene que les haga una tercera recomendación, también de producción china, lógicamente, pero producida hace unos años. Se trata de Más allá de las montañas, del maestro Jia Zhangke, probablemente la mejor película que pueda ver un espectador occidental si siente el deseo de orientarse en la evolución social de un país tan complejo como el gigante asiático. De su espíritu, en fondo y forma, bebe en gran medida la primera de las películas que voy a hablarles, Black dog

La cinta nos sitúa en la China de los perdedores, en alguna región perdida, desolada, con un paisaje regado de edificios abandonados, la elocuente expresión del fracaso de algún plan de producción comunista del pasado. Pero ahora estamos en la China del desarrollismo que se prepara para celebrar las Olimpiadas de Pekín. En ese contexto, el protagonista, recién salido de la cárcel, se hará amigo de un galgo callejero, uno al que deberían encerrar con el resto de perros a los que un nuevo mandato político ve preciso eliminar como parte del lavado de cara de la desolación urbanística. 

La rabia de los perros callejeros y los habitantes de estas ciudades han quedado atrás. Molestan. Nuestro solitario protagonista cruza su alma con la del perro, y acaban haciéndose inseparables. En el desarrollo de esa historia, aparentemente sencilla, que saca a flote valores universales como la lealtad incondicional, su director nos ofrece un interesante retrato de su país. De la otra cara de la moneda que les prometí, es decir, del retrato de la clase alta contemporánea que aborda Breve historia de una familia, les hablaré en un par de semanas. Hasta entonces. 

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