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Cine

'Leer Lolita en Teherán': los libros te harán libre (o te llevarán al exilio)

La adaptación al cine del ‘bestseller’ de la opositora iraní Azar Nafisi subraya en exceso el mensaje militante

‘Leer Lolita en Teherán’: los libros te harán libre (o te llevarán al exilio)

Fragmento de la película.

Azar Nafisi regresó a Irán en 1979. Tras la caída del Sha, muchos iraníes progresistas que habían estado viviendo en el extranjero volvieron a su país con la esperanza de construir una sociedad democrática. Nafisi, que había estudiado literatura en Estados Unidos, viajó desde allí con su marido ingeniero. Consiguió un puesto de profesora de literatura anglosajona en la universidad, pero las cosas no tardaron en torcerse. Jomeini afianzó el régimen de los ayatolás y las mujeres fueron las primeras víctimas, aunque no las únicas, mientras en Occidente algunos papanatas, como Michel Foucault, mostraban su entusiasmo por los barbudos clérigos y su revolución.

Se impuso la obligación del velo, apareció la policía moral, las lecturas que proponía Nafisi a sus alumnos empezaron a cuestionarse porque atentaban contra la moral islámica… Ella y su marido permanecieron en Irán y tuvieron allí dos hijos, pero en 1997 decidieron dejar el país y regresar a Estados Unidos. En 2003, Azar Nafisi escribió unas memorias tituladas Leer Lolita en Teherán, en las que contaba cómo, tras dejar la universidad, montó en su casa un grupo de lectura con varias alumnas, para comentar en la discreta intimidad las novelas occidentales que ya era imposible analizar en un aula universitaria. El libro fue un bestseller mundial y ayudó a visibilizar la situación de la población femenina en la teocracia iraní. Ahora, dos décadas después, llega la adaptación al cine.

Encabeza el reparto Golshifteh Farahani, que además de actriz es una combativa activista por los derechos de las mujeres en su país de origen. Se exilió en 2008 y en 2012 provocó las iras de los ayatolas al posar desnuda -en unas fotos muy artísticas y bastante pudorosas- en la revista Egoïste de Le Figaro, reivindicándose dueña de su cuerpo.

También el resto de actrices de la cinta están fuera de Irán y comparten la misma lucha. Por ejemplo, Zar Amir-Ebrahimi, estrella de la magnífica Holy Spider de Ali Abasi. También protagonizó y además codirigió (con Guy Nattiv, ¡un cineasta israelí!) Tatami, basada en la historia real de un judoca iraní -en la cinta pasaba a ser una judoca- que optó por el exilio después de que las autoridades le prohibieran enfrentarse a un atleta israelí. Y como guinda a tanta actriz rebelde, resulta que el director es el israelí Eran Riklis, autor, por cierto, de una notable película sobre el conflicto israelí-palestino: Los limoneros.

Leer Lolita en Teherán se divide en cuatro partes, cada una de las cuales lleva el título de una novela: El gran Gatsby, Lolita, Daisy Miller y Orgullo y prejuicio. Aunque ambientada en la capital iraní, ya se habrán imaginado que no se rodó allí, sino en Italia.

Mirada crítica

Es una cinta claramente concebida para concienciar al público occidental, porque no se estrenará en Irán. Este carácter militante se le nota en exceso y juega en su contra, porque a ratos se empeña en recalcar el mensaje de forma innecesaria. Son muy superiores otras miradas críticas, construidas con más pericia y sutileza y, por tanto, eficacia. Por ejemplo, la mencionada Holy Spider, un angustiante thriller en el que una periodista encubierta investiga los crímenes de un fanático religioso que asesina a mujeres que se prostituyen. Está inspirada en hechos reales, ocurridos en una ciudad del norte de Irán, aunque se rodó en Jordania, y retrata de forma demoledora la hipocresía del régimen.

Otro ejemplo: La semilla de la higuera sagrada de Mohammad Rasoulof, filmada de forma semiclandestina en Irán, tras las manifestaciones de protesta por la muerte de la joven Mahsa Amini en una comisaría, tras ser detenida por llevar mal colocado el velo. Las autoridades respondieron con una brutal represión, incluidas varias sentencias de muerte ejecutadas con prontitud. La cinta retrata ese momento histórico a través de una familia y solo en la parte final pierde un poco el rumbo al derivar hacia un simbolismo demasiado obvio. Fue candidata al Oscar a mejor película extranjera por Alemania, el país que asiló al director cuando este tuvo que huir de su país tras ser condenado a ocho años de cárcel y no sé cuántos latigazos.

Leer Lolita en Teherán es una propuesta más modesta y previsible. Con todo, tiene sus buenos momentos, como cuando la protagonista trata de consolarse comentando que «ya sé que al menos no estamos tan mal como en Somalia o Afganistán». Triste consuelo cuando tu libertad acaba aplastada por férreos dogmas religiosos. Es también interesante su relación con un viejo intelectual apasionado de la literatura occidental, que provoca los celos del marido. O el regreso de un fanático exalumno de la guerra contra Irak para comprobar, desolado, que en Teherán, pese a la estricta moral que predica el régimen, todo el mundo mira las televisiones occidentales con parabólicas.

Frente al opresivo clima social, las sesiones de lectura en casa de la profesora son un espacio de libertad. Los libros son peligrosos. Todo Estado autoritario los teme, porque estimulan la imaginación e invitan a pensar y a soñar, y por tanto a rebelarse. Aunque para las protagonistas de este largometraje, el único gesto de rebelión al que pueden aspirar es a marcharse del país, de modo legal o de forma clandestina si se les niega el pasaporte (como hace una de las alumnas).

Hay otra mirada sobre la imposición de la teocracia en Irán tras la caída del Sha que les recomiendo vivamente: la novela gráfica Persépolis de Marjane Satrapi -después largometraje de animación dirigido por ella misma-, que retrata esa época a través de sus recuerdos de niña. Es una obra maestra. En cambio, Leer Lolita en Teherán es una película más valiosa por su mensaje que por sus logros artísticos.

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