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'Niki': el arte como terapia para superar un pasado traumático

La actriz Céline Sallette debuta como directora llevando a la pantalla la vida de la escultora parisina Niki de Saint Phalle

‘Niki’: el arte como terapia para superar un pasado traumático

Charlotte Le Bon en 'Niki'. | Vercine

La Niki del título de la película es Niki de Saint Phalle (1930-2002), escultora vinculada con el grupo de los llamados «nuevos realistas» franceses de los años sesenta del pasado siglo. Justamente ahora, en el Grand Palais parisino hay una exposición (abierta hasta enero de 2026) en la que ella es una de las protagonistas: Niki de Saint Phalle, Jean Tinguely, Pontus Hulten. Tinguely, el escultor suizo de las máquinas estrambóticas e inútiles, fue su amante y después segundo marido, y colaboraron en muchas obras. Hulten, coleccionista sueco, fundador del Moderna Museet de Estocolmo y paladín de la obra de Saint Phalle, tuvo un papel relevante en el nacimiento del Centro Pompidou parisino, como primer director de su colección artística.

Precisamente en el exterior de ese singular edificio está una de las obras más célebres de Saint Phalle, en colaboración con Tinguely: la llamada Fuente Stravinsky, un conjunto de 16 esculturas móviles y coloristas en un estanque. La artista es conocida sobre todo por este tipo de instalaciones públicas –la más monumental de las cuales es el Jardín del Tarot, en Pescia Fiorentina, en la Toscana– y por las Nanas. Es el nombre que reciben sus esculturas de colores chillones y aire naif, que celebran la feminidad recreando las voluptuosas formas curvilíneas de la Venus de Willendorf, símbolo de la fertilidad. Una de las Nanas más famosas es la llamada Hon, que es una escultura habitable, es decir que el espectador puede entrar en ella. Se trata de una gigantesca mujer echada boca arriba en el suelo, con las piernas flexionadas y abiertas, y el acceso a su interior es por la vagina a modo de puerta; toda una inmersión en el útero materno.

Fallecida en 2002, Saint Phalle pasó unos años medio olvidada e incluso denostada por algunos como una artista banal. Hay quien considera que sus festivas Nanas y otras producciones tardías de corte naif están más cerca del merchandising que del verdadero arte. No ayudaron a consolidar su pedigrí artístico detalles como que en 1982 sacara su propio perfume o que hiciera el Golem, una escultura pública en Jerusalén, de cuya boca salen tres toboganes para disfrute de los niños. Sin embargo, se la empezó a reivindicar de nuevo a partir de 2015, con una monumental retrospectiva de toda su carrera que pasó por el Guggenheim Bilbao.

Lo cierto es que quien solo la conozca por sus Nanas y por las instalaciones de gran formato como la mencionada Fuente Stravinsky puede llevarse la impresión equivocada de que se trata de una escultora juguetona, tontorrona y algo trivial. Pasa un poco lo mismo –salvando las distancias que se quiera– con Botero y sus gordos. Sin embargo, la figura de Niki de saint Phalle es mucho más compleja y rica. Y el biopic Niki pretende ayudar a entenderla con todos sus matices y aristas. Dirige la actriz Céline Sallette (que ha trabajado con muchos pesos pesados del cine francés y debuta aquí detrás de las cámaras) y encarna a la artista Charlotte Le Bon, muy convincente y con un físico que se adecúa a la perfección a la estilizada figura de Saint Phalle. La actriz quizá les suene, porque tiene un papel relevante en la tercera temporada de The White Lotus.

Niki se centra en los inicios de su protagonista en el campo del arte, al que llegó como autodidacta, sin formación ninguna. Para ella fue una suerte de liberación terapéutica, un modo de exorcizar a los demonios de una infancia traumática. En apariencia, debería haber sido idílica: hija de un banquero francés de linaje aristocrático y de una estadounidense, nació en París y se crio en Nueva York, en la sofisticada y elitista Park Avenue. De niña protagonizó un incidente –que refleja la película– en la escuela de monjas católicas de la que era alumna, que le costó la expulsión. Pintó de rojo las hojas de parra que cubrían los genitales de las esculturas que había en un pasillo. ¿Un temprano impulso artístico de corte iconoclasta? ¿O el síntoma de que algo iba mal? El trauma de su infancia, que ella misma desveló en uno de sus libros de memorias, es que sufrió abusos sexuales por parte de su padre desde que tenía 11 años.

Modelo de Vogue

Bellísima y exquisita, Niki empezó trabajando como modelo y ocupó portadas de Life, Vogue y Harper’s Bazaar. La retrataron genios de la fotografía como Irving Penn y Robert Doisneau. La película arranca, de un modo muy inteligente, justo ahí, en una de esas sesiones de fotografía de moda. Lo primero que escuchamos es una voz que pide «Silencio», mientras terminan de maquillarle el rostro, y al acabar la sesión ella pregunta: «¿Ya estoy libre?». Ninguno de estos dos comentarios está ahí por azar, pretenden ser una declaración de intenciones. Como en el caso de Lee Miller –que pasó de modelo a fotógrafa y que también arrastraba un trauma infantil por abusos, en este caso cometidos por un amigo de la familia–, Saint Phalle pasará del rol pasivo de modelo al rol activo de artista.

Se casó, muy joven, con Harry Mathews, un escritor sobre cuya relevancia la cinta pasa muy por encima. La pareja vivió primero en Harvard y después se instaló en Francia, donde él fue miembro del OULIPO, el colectivo literario experimental fundado por Raymond Queneau. En ese círculo se hizo muy amigo del gran Georges Perec, al que tradujo al inglés.

Mathews y Saint Phalle tuvieron dos hijos y en los años cincuenta hicieron un viaje por España que será muy importante para ella. Se instalaron una temporada en Deià, en la Sierra de Tramontana mallorquina, donde vivía Robert Graves, y visitaron Madrid y Barcelona. En esta última ciudad, Niki quedó fascinada con el Parque Güell de Gaudí, cuyos mosaicos ejercerán una influencia muy evidente en su futura obra artística.

La pareja vivió algunos altibajos por infidelidades de él, pero eso era peccata minuta en comparación con el comportamiento cada vez más errático de ella. Un día –la película lo refleja muy bien en una escena– él descubre que su mujer acumula objetos punzantes –cuchillos, tijeras…– debajo del colchón y comprende que hay que internarla. En esa época el tratamiento estaba claro: electroshocks e insulina. Pasa varias semanas en un psiquiátrico y a partir de ahí empieza a tantear una vocación artística haciendo collages con juguetes de sus hijos, con las consiguientes rabietas de estos.

Rabia y sexualidad

Acaba abandonando a su familia para instalarse en una colonia artística en el llamado Impasse Ronsin en Montparnasse, una antigua fábrica reconvertida en talleres para creadores. Allí trabajaba en aquella época nada menos que Brancusi, y allí Saint Phalle conoció a Tinguely y su entonces esposa Eva Aeppli. En seguida la cosa derivó en triángulo y lío amoroso.

El espectador que conozca este periodo del arte parisino disfrutará con las apariciones de personajes como Arman; Spoerri; el crítico Pierre Restany, que fue quien les puso el nombre de «nuevos realistas»; y la estadounidense Joan Mitchell, una de las figuras femeninas más interesantes del expresionismo abstracto, salvaje y bebedora compulsiva, que pasó buena parte de su vida en la capital francesa.

Es en estos años iniciales como artista, que refleja la película, cuando Niki de Saint Phalle realiza sus obras más potentes, enfrentando de un modo visceral los traumas que arrastra. La sexualidad conflictiva conectada con la infancia ha sido también central en la obra de otras artistas como la japonesa Kusama o la francesa Louise Bourgeois, que desarrolló su carrera en Nueva York. En el caso de Niki de Saint Phalle da pie a la serie titulada Tirs (disparos), cuadros a los que disparaba con una escopeta, liberando su rabia. La rabia está también presente en el Retrato de mi amante, realizado tras una ruptura tormentosa: consiste en una camisa pegada al lienzo, con una diana a modo de cabeza, y se invitaba a los espectadores a lanzarle dardos. De esta época son también el Collage de la mort (con pistolas y objetos punzantes) y Le Hachoir (que acumula hachas y cuchillos). Creaciones perturbadoras, que nada tienen que ver con las joviales inofensivas Nanas que la harán famosa.

Eso sí, si quieren ver estas obras de las que les hablo, busquen un catálogo o exploren por internet, porque en la película ni las van a oler. La directora pone tanto empeño en no mostrar ni una que todo lleva a sospechar de algún problema con los herederos, que parecen haberle prohibido que aparezcan en pantalla. Se hace muy raro, la verdad, pero la cineasta salva los muebles como puede.

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