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Cine

'Eddington': ¡el mundo se ha vuelto loco!

La película de Ari Aster dibuja un retrato nada complaciente de la sociedad contemporánea

‘Eddington’: ¡el mundo se ha vuelto loco!

'Eddington'. | Universal Pictures

La película arranca con un loco caminando hecho unos zorros por una carretera, mientras monologa disparates. Al llegar al pequeño pueblo de Eddington, una localidad ficticia en Nuevo México, monta un pollo en un bar y protagoniza un incidente con el sheriff (Joaquin Phoenix). En el bar está también el alcalde (Pedro Pascal). Son dos personajes relevantes de un reparto coral en el que no tardaremos en ir comprobando que los supuestamente cuerdos están más chiflados que el loco. 

Eddington de Ari Aster viene a decirnos que el mundo está loco, loco, loco, loco (como proclamaba el título de una deliciosa comedia sesentera por la que siento devoción). O peor aún, viene a decirnos que los humanos somos idiotas o al menos nos comportamos como tales. La historia se sitúa en 2020, en plena pandemia, a lo que pronto se sumará la muerte de George Floyd en manos de un policía blanco. El microcosmos del pueblo de Nuevo México perdido en mitad de la nada se convierte en símbolo del macrocosmos de Estados Unidos en plena polarización. 

En Eddington rige la norma de uso de la mascarilla en los espacios públicos, que el sheriff, asmático -y tirando a negacionista- rechaza colocarse. Es un punto de fricción del representante de la ley, que además de asmático es blanco, con el alcalde, latino, progresista, promascarillas y encima padre coraje que ha criado solo a su hijo cuando la esposa y madre los dejó plantados. Vamos, un dechado de virtudes. Sin embargo, su plan de crecimiento económico para la zona con la construcción de un centro de datos tal vez esté más al servicio del tipo más rico e influyente del pueblo que de la comunidad. 

Un retrato nada complaciente

El motor de la trama es que el sheriff antimascarillas se pilla un rebote y decide presentarse como candidato en las inminentes elecciones y plantar cara al actual alcalde. La rivalidad entre ambos viene de lejos: se remonta a algo que sucedió -o tal vez no- entre el alcalde y la esposa del sheriff (Emma Stone) cuando ella era adolescente. 

A partir de aquí, la película se va poblando de pirados, anormales y simples idiotas, que dibujan un retrato nada complaciente de la sociedad contemporánea. La esposa del sheriff, que combate su depresión cosiendo unas muñecas perturbadoras, se deja obnubilar por un gurú de internet (Justin Butler). Este promociona una de esas terapias regresivas capaces de inducir recuerdos falsos, y los suyos tienen toda la pinta de serlo. La suegra del sheriff (Deirdre O’Connell) está dispuesta a creerse a pies juntillas las más descabelladas teorías conspiranoicas estilo QAnon. Los ecologistas locales se oponen al previsto centro de datos, porque consumirá demasiada agua. Los chavales del pueblo, que se aburren por las restricciones pandémicas, se sobreexcitan con las manifestaciones del Black Lives Matter que ven por la tele y organizan una protesta contra la violencia del cuerpo de policía local, que jamás no ha hecho nada recriminable. La jovencísima Sarah (Amélie Hoeferle), la más gritona de las activistas, cada vez que habla suelta lo de que «estamos pisando tierra robada a los pueblos originarios», porque colindan con el territorio de los indios Pueblo, que disponen de su propia policía (uno de sus agentes, un sabueso tipo Colombo, es uno de los pocos personajes sensatos de la película, pero acaba igual de mal que el resto). 

Humor negro

Cuando se suman a la fiesta los de Antifa y un grupo de supremacistas blancos armados hasta los dientes, el virus empieza a contagiarse en la zona y al sheriff se le va la olla, se organiza la de dios. Y lo que había empezado como una mordaz sátira se va tiñendo de un humor negrísimo y hasta siniestro. 

Ari Aster entusiasmó con sus dos primeros largometrajes de terror –Hereditary y Midsommar– y dividió al personal con la ambiciosa, irregular, rara y fascinante Beau tiene miedo, cuya primera hora -de las tres que dura- es la mejor plasmación visual de la paranoia que he visto jamás en pantalla. En Eddington, que dura casi dos horas y media, la paranoia adquiere tintes políticos, en un retrato despiadado de la polarizada sociedad estadounidense contemporánea. 

Inusual hostilidad

El largometraje fue recibido con inusual hostilidad en su estreno en Cannes, por dos motivos. Por un lado, aunque está repleto de buenas ideas y buenos momentos, tiene también sus fallos: hay algunos problemas de ritmo y se echa en falta ese brío que no da tregua estilo hermanos Coen. Para desarrollar mejor algunos personajes, habría sido necesario convertirlo en una serie de seis u ocho capítulos. Esto se hace evidente en lo desaprovechados que están los interpretados por Emma Stone y Austin Butler

Sin embargo, el motivo último de la hostilidad que ha generado la cinta se debe a que ha incomodado. Aster arrea guantazos a diestra y siniestra, y habrá quien la tilde de cínica y hasta nihilista. Lo de criticar a diestra siempre suele ser recibido con aplausos, pero atreverse con la siniestra es más delicado, porque la crítica es mayormente liberal y no ha hecho ni pizca de gracia la mofa del movimiento Black Lives Matter. Es, en efecto, una de las partes más despiadadas de la película, pero también una de las más agudas y punzantes. Con escenas como la de la niñata blanca que lleva un libro de Angela Davis y un chaval blanco se pone a buscar rápidamente por internet quién demonios es la tal Angela Davis para ligar con ella. Ese chico después lanza una soflama llamando a la revuelta racial durante la cena familiar, hasta que su padre tiene que recordarle que él es blanco y darle un pescozón. 

Al respecto, un apunte en defensa del cineasta, por atreverse a jugar con fuego. Es cierto que mete bastantes maldades sobre el tema racial, pero lo hace con muy medida intención. No se trata de hacer chistes racistas, sino de ridiculizar la manipulación interesada e indocumentada del tema por parte de la ideología woke y alrededores.

Eddington es un estimulante e imperfecto fresco social salido del espejo deformante del Callejón del Gato. Habla de Estados Unidos, pero muchos de los comportamientos idiotas que muestra también los podemos ver por aquí. Lo que nos salva -de momento- es que en España no se puede comprar en una tienda un fusil de asalto como si fuera una bolsa de ganchitos. 

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