'Una batalla tras otra': delirante y ácida mirada sobre Estados Unidos
Paul Thomas Anderson firma una película mezcla de comedia disparatada, drama sobre la paternidad y ‘thriller’

'Una batalla tras otra'. | Warner Bros.
Inauguramos 2025 con el estreno en enero del ambicioso drama The Brutalist de Brady Corbet, una exploración del alma de Estados Unidos, a través de las desventuras de un arquitecto judío que huía de la Europa devastada por la guerra. Llega ahora a los cines una nueva mirada sobre el alma de ese país, con un tono muy diferente: Una batalla tras otra de Paul Thomas Anderson. En este caso la ambientación es contemporánea y la mirada pasa por la lente del absurdo, con una mezcla de comedia disparatada, drama sobre la paternidad y thriller. Una película tan singular -incluso rara, si lo prefieren- como fascinante. Hay otro detalle que hermana a estos dos títulos: ambos están rodados en VistaVision, un formato de los años cincuenta del pasado siglo, que después cayó en desuso y proporciona una calidad de imagen excepcional.
En Una batalla tras otra hay un grupúsculo terrorista llamado French 75 (el nombre está tomado de un cóctel), un coronel que captura inmigrantes y los encierra en jaulas, un maestro de kárate latino que ayuda a sus compadres a escapar de la migra, un puñado de supremacistas blancos que forman el clandestino Club de los Aventureros de la Navidad, un implacable sicario indio, una comunidad de monjas que cultivan marihuana… El punto delirante proviene de la novela del que parte la película: Vineland de Thomas Pynchon. El autor, que tiene hoy 88 años, forma con Salinger el dúo dinámico de los escritores escurridizos de la literatura norteamericana. Es un fantasma, del que solo existen un par de presuntas fotos de juventud y otra tomada por un paparazzi de un anciano con un bastón que se supone que es él.
Su obra literaria es ambiciosa, enrevesada, chiflada, experimental y extraordinaria (si no lo han leído y sienten la tentación, la mejor vía de acceso es La subasta del lote 49, su obra más breve y accesible). En sus novelas abundan los guiños, las referencias históricas y científicas, los secretos y las conspiraciones. A priori es un escritor inadaptable al cine y sin embargo, Paul Thomas Anderson lo ha llevado a la pantalla ya dos veces. Si alguien se puede permitir tamaña osadía es él, porque es el cineasta estadounidense en activo más potente narrando historias en imágenes, como ha demostrado sobradamente en títulos como Magnolia, Pozos de ambición, El maestro, El hilo invisible…
Adaptó a Pynchon por primera vez en Puro vicio (la novela aquí se tradujo como Vicio propio), un policiaco lisérgico, ambientado en el Los Ángeles de la contracultura, con un detective que anda siempre colocado. Insiste ahora en el autor con esta versión muy libre de Vineland, de la que toma algunos personajes y situaciones, aunque cambia el marco temporal e incorpora muchos elementos nuevos. Puede parecer paradójico, pero es tomándose tantas libertades como logra ser muy fiel al espíritu de la novela.
En el libro y en la película los protagonistas son un grupo de activistas radicales que en el pasado cometieron actos terroristas y ahora viven bajo falsas identidades, tratando de pasar desapercibidos. Pero el pasado se niega a desaparecer y regresa en forma de despiadado perseguidor. Escrita en 1990, Vineland estaba ambientada en 1984, en plena era Reagan, y los antiguos terroristas vivían semiocultos en un pueblo de California para esquivar a la justicia, que los buscaba por sus acciones violentas de los años sesenta. Una batalla tras otra traslada la acción a un difuso presente -sin referencias políticas y culturales concretas- y por lo tanto el pasado de las acciones guerrilleras también se mueve hacia adelante, situándose en torno a principios del siglo XXI.
Leonardo DiCaprio y Sean Penn
En ambos casos, el punto de partida es una pareja de terroristas que tuvieron durante su tiempo de activismo una hija. La madre (Frenesí en la novela, Perfidia Beverly Hills en la película) desapareció y se convirtió en informante de las autoridades y traidora. Y el padre (al que da vida Leonardo DiCaprio) ha tenido que criar solo a la hija Willa (interpretada por la estupenda Chase Infiniti, en su debut en la gran pantalla).
Ha pasado el tiempo, Willa tiene 16 años y de pronto emerge un fantasma del pasado: el siniestro coronel Steven Lockjaw (vendría a ver algo así como Mandíbula cerrada o Mandíbula prieta), al que da vida un aterrador Sean Penn. Como a estas alturas habrá observado el lector, los nombres de los personajes son peculiares y lo que acontece también. Empezando por la chocante tensión sexual que se desata al principio entre la revolucionaria Perfidia y el coronel, muy relevante para lo que sucederá después…
Cuando reaparece el coronel Lockjaw, el personaje de Leonardo DiCaprio se ve obligado a huir precipitadamente para emprender el rescate de su hija. Con las prisas, no le da tiempo a cambiarse y se pasa media película en bata. Como además ha abusado del alcohol y los porros es incapaz de recordar la contraseña para contactar con sus excompañeros de lucha, lo cual da pie a una de las escenas más hilarantes, cuando un revolucionario con alma de burócrata se niega a darle ninguna información si no responde a la pregunta «¿Qué hora es?» El actor borda este registro cómico contenido, que debe combinar con la tensión emocional del padre que busca a su hija secuestrada. En la búsqueda lo ayuda el maestro de kárate latino que se hace llamar Sensei (Benicio del Toro, también muy en forma).
La América de Trump
La búsqueda deriva en una enloquecida persecución, propulsada por la estupenda música de Jonny Greenwood, el guitarrista de Radiohead, en la que es su sexta colaboración con Anderson. Ha compuesto las hipnóticas bandas sonoras de todos sus largometrajes desde Pozos de ambición.
Paul Thomas Anderson terminó el rodaje antes de que Trump ganara sus segundas elecciones. Sin embargo, la película parece anticipar, a modo de profecía, el clima de estos primeros meses de su presidencia. Va a ser interesante ver cómo se recibe la película allí, en la enrarecida situación política actual, marcada por el asesinato de Charlie Kirk y con Trump derrapando cada vez con más desfachatez hacia el autoritarismo.
Hay en Una batalla tras otra una ácida mirada sobre Estados Unidos, pero por encima de todo es una deliciosa comedia majareta, una película emocionante sobre la paternidad y un ejercicio cinematográfico virtuoso, con poderosas imágenes y un dinamismo digno de aquellas persecuciones del Coyote y Correcaminos.