'Caza de brujas', algo más que una controvertida película 'antiwoke'
El film de Luca Guadagnino no es solo un alegato contra el fanatismo sino una reflexión sobre los riesgos de tomar partido

Ayo Edebiri y Julia Roberts en 'Caza de brujas'. | Sony Pictures España
Su estreno mundial en el Festival de Venecia causó revuelo, incomodidad e incluso cierto escándalo. Buena parte de la prensa mostró su indignación contra Caza de brujas de Luca Guadagnino. ¿Por sus deméritos artísticos? No, más bien porque si se hace una lectura superficial de la película puede parecer maniquea y con un mensaje controvertido. Y porque se atreve a cuestionar cosas hoy asumidas como incuestionables (como el «no existen denuncias falsas» que proclamaba Errejón antes de tener que echarle la culpa de su rijosidad al neoliberalismo).
En realidad, Caza de brujas es un sofisticado artefacto de una deliciosa perversidad, con personajes dedicados a la maquinación, la destrucción mutua y en algunos casos la autodestrucción. Algo así como Las amistades peligrosas del siglo XXI, con el despliegue woke en las universidades de élite estadounidenses como telón de fondo. La película arranca con esta leyenda, como si de un cuento moral se tratase: «Sucedió en Yale…»
Resumo el argumento evitando cualquier espóiler: una alumna de doctorado en filosofía (Ayo Edebiri, seguramente les sonará como la joven chef llena de ambiciones de la serie The Bear) acude a una fiesta en casa de su tutora (Julia Roberts, que ha pasado de sex-symbol a sólida actriz dramática). Cuando la alumna se marcha, lo hace en compañía de un profesor de filosofía presuntuoso y ligón (Andrew Garfield).
A la mañana siguiente, la alumna lo acusa de haberla agredido sexualmente. Él lo niega de forma vehemente y lo atribuye a una venganza, porque ha descubierto que la chica está plagiando su tesis (nada menos que del Homo Sacer de Agamben, lo cual no es muy creíble, la verdad, por demasiado descarado). Completan el plantel de personajes principales el marido de la profesora (un excelso Michael Stuhlbarg) y una psiquiatra que ejerce también de profesora en el campus (Cloë Sevigny).
A partir de la denuncia, se desencadenan una serie de giros de guion en los que tienen un papel relevante los intensos dolores que sufre el personaje de Julia Roberts, la complicada relación que mantiene con su marido y algo comprometedor que la noche del supuesto abuso la alumna ha descubierto en el lavabo de la casa de su tutora. Ante lo que supone hoy una denuncia de este tipo en una universidad de la Ivy League, cada uno de los personajes muestra sus cartas y sus flaquezas.
Guiño a Woody Allen
Caza de brujas arranca como una peli de Woody Allen: la tipografía de los títulos de crédito –la muy característica Windsor Light– y el listado a los actores por orden alfabético sobre fondo negro, con música de jazz, es un guiño explícito. ¿Un guiño cómplice a un cineasta cancelado en Estados Unidos a pesar de que fue declarado inocente en dos juicios? Desde luego no parece que sea una casualidad, porque más adelante, en una escena en un bar, suena Morrisey –otro caído en desgracia por sus declaraciones polémicas– con los Smiths. Guadagnino no da puntada sin hilo.
En realidad, más que con Woody Allen, Caza de brujas está emparentada con Tár de Todd Field, que abordaba el #MeToo y la cancelación en el ámbito de la música clásica. Hay similitudes en el tono narrativo, en el cromatismo de colores fríos de la fotografía y en el uso de una banda sonora que busca inquietar al espectador. En la cinta de Guadagnino, se trata de su cuarta colaboración con Trent Renzor y Atticus Ross, que entre otras cosas se sirven del percutivo sonido de un metrónomo para crear tensión.
Ambas obras incluso tienen alguna escena de corte similar, para poner en evidencia los dislates censores de la cultura woke. Si en Tár la compositora protagonista se confrontaba con un alumno histérico que se negaba a tocar una pieza de Bach porque era un representante del colonialismo y el heteropatriarcado, en Caza de brujas hay una situación parecida. Cuando, en un seminario en el que se está comentando un aforismo de la Minima Moralia de Adorno, una alumna dice sentirse muy incómoda con el tema, a lo que la profesora a la que interpreta Julia Roberts le responde airada que «no todo tiene que hacerte sentir cómoda».
Esta presencia de una inmadurez quejosa es uno de los puntos fuertes de la película de Guadagnino. Pone en evidencia lo peligroso que es otorgar poder censor y hasta aniquilador a personas muy jóvenes, emocionalmente inestables, que con suma facilidad van a dejarse arrastrar por el dogmatismo y el fanatismo. Representa este perfil la ya mencionada alumna de doctorado, que se arroga el papel de víctima por ser negra y mujer, cuando en realidad sus padres son muy ricos y donantes de la universidad. Es más, en lugar de asumir su sexualidad como lesbiana, mantiene una relación con un elle no binario, porque eso parece darle más pedigrí en el universo de identidades fluidas en el que se mueve.
Relación tutora-alumna
Pero la película va más allá, y su verdadero núcleo es la compleja y especular relación que se estable entre la alumna y su tutora, que da pie a una de las mejores escenas, cuando el personaje de Julia Roberts se encara con su pupila y pone en evidencia sus desequilibrios emocionales, bajo la superficial apariencia de tener las ideas muy claras.
El guion de la debutante Nora Garrett para Caza de brujas no alcanza las cotas de brillantez del de Tár. Adolece de algunas flaquezas, pero aun así, muestra una sorprendente audacia –tratándose de una autora primeriza– para orquestar una trama compleja de tensiones y manipulaciones. Y en cuanto a la dirección del prolífico Luca Guadagnino –ha encadenado tres largometrajes muy distintos entre sí a un ritmo frenético: Rivales, Queer y ahora Caza de brujas–, demuestra una vez más que es un virtuoso de la puesta en escena.
Caza de brujas se va a interpretar como un alegato antiwoke. Lo es y por eso la va a acompañar la polémica. Pero es mucho más que eso, como apunta el título original en inglés, After the Hunt (después de la cacería): es una cinta que explora cómo reacciona cada uno en situaciones que obligan a posicionarse, con el riesgo de equivocarse. La profesora siente el impulso de defender a su colega, pero acaso lo que cuenta la alumna sea cierto. Y, por otro lado, si defiende a su amigo, se pondrá en una situación complicada ante las autoridades universitarias y ella misma tiene un secreto no muy decoroso en su pasado. Pese al empeño del movimiento woke de abandonar la complejidad en favor de los dogmas –por ejemplo en la lectura simplista del pasado–, resulta que la realidad es compleja. Y así lo refleja esta película adulta para adultos capaces de asumir esa complejidad.