'Springsteen: Deliver me from nowhere': un rockero en la encrucijada
La película recrea con sensibilidad y veracidad la depresión que sufrió el músico y dio origen al álbum ‘Nebraska’

Jeremy Allen White interpreta a 'the boss' en 'Springsteen: Deliver me from nowhere'. | Walt Disney Entertainment
«El lugar de donde vienes ya no existe, el lugar al que pensabas ir nunca existió, y el lugar donde estás ahora no te vale para nada a menos que puedas escapar de él. ¿Dónde hay un lugar para ti? En ningún sitio. Nada fuera de ti puede proporcionarte un lugar. En este momento, el único el lugar del que dispones está dentro de ti». Es un fragmento de Sangre sabia de Flannery O’Connor. Lo recita de memoria uno de los personajes de la película y sirve como síntesis de la situación personal en la que se encuentra el protagonista. Hablamos de Springsteen: Deliver Me From Nowhere, recreación de la depresión en la que se sumió el cantante, que dio como fruto el álbum Nebraska.
Lo de los biopics de rockeros tiene mucho peligro y uno de entrada se los mira con recelo, porque abundan la mitomanía tontorrona, la celebración de los excesos autodestructivos de tarugos dados al desenfreno con las drogas y la tergiversación interesada de los hechos. Les ahorro un repaso a los ejemplos más escandalosos. Sin embargo, este año se han estrenado dos biopics estupendos: a principios de año nos llegó A Complete Unknown, sobre Bob Dylan, y ahora este Springsteen: Deliver me from nowhere. Ambas comparten un punto de partida muy inteligente. En lugar de intentar cubrir toda la carrera del artista, se centran en un momento decisivo, que funciona como un parteaguas que redefinirá sus trayectorias. En el caso de Dylan era la «traición» al folk al empuñar la guitarra eléctrica en el Festival de Newport. Y en el caso de Springsteen es un periodo de crisis personal del que salió su disco más sombrío y honesto.
En ambos casos los personajes se encuentran ante una encrucijada que les obliga a decidir qué quieren ser en el futuro y a dejar atrás su pasado. Dylan lo hace de forma rabiosamente voluntaria, mientras que para Springsteen el salto es traumático. Dylan rompió en Newport con aquello en lo que lo querían convertir contra su voluntad —un cantautor de folk de protesta—, mientras que Springsteen se enfrenta a la imposibilidad de seguir siendo ese chaval provinciano y blue collar de Nueva Jersey que se va de birras al bar con sus colegas del instituto y toca con la banda del local.
Springsteen: Deliver Me From Nowhere parte del libro del mismo título de Warren Zanes (hay edición española, publicada por la editorial Neo Person), que cuenta el proceso de creación del álbum acústico Nebraska. La película arranca en 1981, en el concierto final de la gira de promoción del doble elepé The River, el quinto disco del cantante y el que lo situó en la pista de despegue para alcanzar el estrellato planetario. En su discográfica, Columbia, se frotaban las manos, porque sabían que por fin había llegado el momento de poner el turbo en la máquina de hacer dinero. Sin embargo, al terminar la gira, Springsteen regresó a su Nueva Jersey natal, sintió vértigo ante lo que intuía que se le venía encima y se hundió en una depresión.
El dilema principal del personaje está bien plasmado, como una suerte de pacto fáustico: para triunfar debe renunciar a seguir siendo quien de verdad es, debe romper con sus raíces. En este proceso introspectivo, el cantante se encierra en una casa aislada frente a un lago y empieza a componer nuevas canciones. Decide grabarlas en el dormitorio, con un rudimentario Echoplex de cuatro pistas. El sonido es áspero. En principio no es más que una demo —es decir un esbozo—, pero cuando intenta grabar esos temas con su banda, algo no funciona. Y cuando se decide dejarlos como acústicos, pero se intentan limpiar las imperfecciones en el estudio para darle a un aire profesional, tampoco. Springsteen quiere preservar la tosquedad. Es algo muy similar a lo que fueron las Basement Tapes de Dylan y The Band. Y lo que años después sería una corriente estética llamada Lo-Fi, como contraposición al Hi-Fi o alta fidelidad, o la moda de los unplugged.
Sonido sombrío
Pero no solo el sonido de Nebraska era sombrío, también lo eran las temáticas de sus canciones. Viendo en la tele Malas tierras de Terrence Malick, Springsteen se interesó por el personaje real en el que se inspiraba la película: Charles Starkwheather, un desperado, un asesino adolescente en fuga, que entre finales de 1957 y principios de 1958, acompañado de su novia de 14 años, dejó un reguero de 11 cadáveres entre Nebraska y Wyoming. Una historia descarnada de la América más profunda —similar a la que contó Truman Capote en A sangre fría—, que sirve de inspiración para la canción que dará título al álbum.
Cuando los ejecutivos de Columbia escuchan la grabación, tragan saliva. Y cuando el fiel mánager de Springsteen, Jon Landau (interpretado por Jeremy Strong), les anuncia que además el cantante no va a hacer gira promocional, no va a dar entrevistas y no quiere aparecer en la portada, entran en pánico. Pero saben que tienen que aceptar, porque para la compañía es una apuesta de futuro. En realidad, Nebraska no fue el suicidio comercial que se temía, llegó al puesto tres en la lista de más vendidos.
En paralelo a esta grabación, la película rescata los fantasmas del pasado que atormentan a Springsteen —un padre alcohólico y violento, con el que acabará reconciliándose— y desarrolla una relación sentimental con una camarera madre soltera (a la que da vida Odessa Young). Este es el único personaje ficticio de la historia, un compuesto de varias parejas que tuvo el cantante en esos años. Esta historia amorosa es lo más endeble de la cinta, porque tiene demasiados cabos sueltos y algunos giros poco creíbles.
Desolación
A Bruce Springsteen lo interpreta Jeremy Allen White, lanzado al estrellato con la serie The Bear. Es una buena elección, porque es un actor magnético y visceral, que sabe al mismo tiempo hacer creíble el lado sensible y herido de sus personajes. Aunque tiene tendencia a abusar de las muecas de desolación —ya lo hacía en The Bear— como recurso fácil para transmitir emociones.
Detrás de las cámaras está Scott Cooper, que debutó en 2009 con Corazón rebelde, la historia de un ficticio cantante country con muchas penurias a sus espaldas al que daba vida Jeff Bridges. Y es además el autor del mejor wéstern que se ha rodado desde que desaparecieron Sergio Leone y Sam Peckinpah: Hostiles, con Christian Bale y Rosamund Pike. Este cineasta aporta al biopic de Springsteen su talento y un guiño cinéfilo impagable: de niño la futura estrella ve con su padre en un cine La noche del cazador de Charles Laughton. Los fans de Bruce Springsteen disfrutarán y hasta echarán alguna lagrimita. Los que no conozcan bien su trayectoria es posible que se pierdan en algunos detalles, pero aun así podrán deleitarse con una película sólida.
Con los descartes de Nebraska, Springsteen reunió de nuevo a la E Steet Band y grabó Born in the USA, su consagración definitiva como estrella de estadios y fama universal. Es a partir de ese álbum cuando a mí dejó de interesarme, porque todo empezaba a sonar impostado. Yo me quedé en Nebraska, su obra más oscura, una joya de ese género que llamamos americana, una road movie en forma de elepé, un desgarrado ejercicio introspectivo, un disco perfecto gracias a la imperfección de su sonido. Springsteen: Deliver Me From Nowhere recrea ese momento de su carrera con sensibilidad y veracidad.
