The Objective
Cine

'Bugonia' y 'El imperio': ¿habitan los alienígenas entre nosotros?

Las películas del griego Lanthimos y del francés Dumont son dos comedias, sombría la primera, estrafalaria la segunda

‘Bugonia’ y ‘El imperio’: ¿habitan los alienígenas entre nosotros?

Aidan Delbis y Jesse Plemons en 'Bugonia'. | Atsushi Nishijima (Universal Pictures)

¿Habitan los alienígenas entre nosotros? No se asusten, no se han confundido al clicar, no están en Cuarto milenio, sino en una crítica de cine. Se estrenan hoy en salas dos películas que juegan con esta hipótesis. Son dos comedias, una sombría, retorcida y muy ambiciosa; la otra un puro y estrafalario divertimento. La primera es Bugonia, del griego Yorgos Lanthimos, y la segunda El imperio, del francés Bruno Dumont.

Bugonia, con guion de Will Tracy, es un remake de la película coreana de 2003 Salvar al planeta Tierra, sobre dos tarados que secuestran a un ejecutivo y lo someten a todo tipo de sevicias, convencidos de que es un alienígena procedente de Andrómeda, disfrazado de ser humano. En la versión de Lanthimos el secuestrado cambia de sexo y se convierte en Emma Stone, en el papel de la agresiva CEO de una compañía farmacéutica. La raptan un par de chalados: un zumbado abducido por las teorías conspiranoicas que circulan por las redes (estupendo Jesse Plemons) y su primo todavía más tarugo, que lo secunda en todo sin chistar (el debutante Aidan Delbis).

Los primos son apicultores y de ahí surge el título. El término bugonia o bugonía hace referencia a una creencia de la Antigüedad según la cual podía generarse vida de manera espontánea. En las Geórgicas de Virgilio se relata que del cadáver de una res nacen insectos voladores. Lo cual se liga con la tragedia del apicultor Aristeo, al que se le mueren las abejas como consecuencia del castigo divino por haber provocado de forma involuntaria la muerte de Eurídice. Tras expiar su culpa, Aristeo conseguirá nuevas abejas mediante la bugonía. El personaje de Jesse Plemons está convencido de que la reducción de las poblaciones de abejas está vinculada con la presencia entre nosotros de los alienígenas de Andrómeda, que llevan a cabo experimentos con productos químicos.

Mientras que la cinta coreana original se quedaba en simple comedia estrambótica, Bugonia se adentra en mayores complejidades y oscuridades. En un primer momento, parece una corrosiva sátira sobre la estulticia del mundo actual, azuzada por la posverdad, y sobre las relaciones de poder entre los triunfadores sociales y los parias que se quedan en la cuneta. Pero conforme avanza la trama, va adquiriendo tonos más siniestros. Porque se desvela que entre secuestrador y secuestrada hay algún vínculo previo que va más allá de las teorías alienígenas y además hace su aparición un obeso sheriff local (el cómico estadounidense de ascendencia griega Stavros Halkias), que cuidó del cabecilla del secuestro cuando era niño e hizo con él cosas impropias.  

Este largometraje es la cuarta colaboración consecutiva de Lanthimos con Emma Stone —tras La favorita, Pobres criaturas y Kinds of Kindness—, convertida en musa dispuesta a someterse a todas las exigencias del guion de un cine como el del griego, que busca sorprender, impactar y sacar al espectador de su zona de confort. La entrega le valió el Oscar a mejor actriz por su papel de mujer Frankenstein de Pobres criaturas. En Bugonia la encierran en su sótano, la rapan y la embadurnan de crema antiestamínica (los dos primos chalados están convencidos de que es la manera de impedir que pida ayuda a sus congéneres extraterrestres). Emma Stone calva adquiere un perturbador aspecto reptiliano, con el que consigue que al espectador le entre la duda de si al final no resultará que los chiflados raptores están en lo cierto y resulta que es una auténtica alienígena.

Provocación y parodia

No todos los giros del guion de Bugonia funcionan con la misma eficacia y el final no va a convencer a todo el mundo, pero por encima de sus altibajos, el largometraje es una nueva muestra de la osadía y radicalidad del provocador Lanthimos, cuyas propuestas nunca dejan indiferente. Como a él, también al francés Bruno Dumont le gustaba en sus inicios incomodar al respetable, con películas descarnadas como el thriller existencial L’Humanité o Camile Claudel 1915, áspero relato del internamiento de la escultora en un manicomio. Pero de pronto cambió de registro y se pasó a la comedia disparatada, con la La alta sociedad y la serie televisiva El pequeño Quinquin y su continuación Coincoin y los extrahumanos. Todas están rodadas en localidades costeras de la región de Pas de Calais, escenario que repite en El imperio.

Un anodino pueblo se convierte en el epicentro del enfrentamiento entre dos razas alienígenas —capaces de disfrazarse de humanos— que tratan de proteger o eliminar a un niño destinado a regir el destino del universo. Combinando, como suele hacer, a actores profesionales —el histriónico Fabrice Luchini se lo pasa bomba haciendo de emperador— con amateurs de rostros singulares, plantea una suerte de parodia de las guerras galácticas de George Lucas, en este caso con unas naves espaciales que son una mezcla de catedrales góticas y palacios renacentistas.

Si en Bugonia se juega con la duda sobre si la secuestrada es o no una alienígena, en El imperio los extraterrestres se pasean en biquini por el pueblo (una seductora Anamaria Vartolomei), se entrenan con sus espadas láser en la entrada de una casa o aterrizan con sus naves en un campo recién segado.

¿Habitan los alienígenas entre nosotros? Dumont crea con ellos un excéntrico divertimento, mientras que Lanthimos los utiliza para explorar miserias muy humanas.

Publicidad