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Michael Caine y Anthony Hopkins: las memorias de dos grandes actores británicos

Coinciden en librerías las autobiografías –’No mires atrás, tropezarás’ y ‘Lo hicimos bien, chico’– de dos leyendas del cine

Michael Caine y Anthony Hopkins: las memorias de dos grandes actores británicos

El actor británico Michael Caine. | Ferdaus Shamim (Zuma Press)

«No mires atrás, tropezarás», sentencia Michael Caine en la frase que cierra su libro y le da título. Él mismo no parece haberse aplicado su propia admonición, porque esta no es su primera incursión en el terreno de las memorias. La han precedido otros dos volúmenes: ¿De qué va esto? y La gran vida. Con respecto a los anteriores, No mires atrás, tropezarás (Erasmus) tiene un tono más distendido. Se trata de una larga conversación con su amigo Matthew D’Ancona, que fue director de The Spectator. Coincide en librerías con la aparición de las memorias de otro grande del cine británico, Lo hicimos bien, chico (Libros Cúpula) de Anthony Hopkins.

El tono de ambos libros es muy diferente. Caine repasa los hitos de su carrera, cuenta anécdotas y opina relajadamente —desde la sabiduría de sus 92 años— sobre lo divino y lo humano. Incluido el asunto de la esencia y las peculiaridades del carácter inglés: «Mi modo de ser inglés es ser generoso, orgulloso y tradicional, pero también abierto al cambio; amante de lo antiguo, pero cómodo en la vida moderna; y serio cuando hay que serlo, pero siempre con un fondo de humor. (…) No es casualidad que Inglaterra haya tenido tan pocas revoluciones, pues siempre ha preferido adaptarse; gusta de un progreso gradual, más lento en algunos momentos que en otros, pero siempre en la dirección correcta». Es de los pocos miembros de su gremio que se declara conservador y votó a favor del Brexit.

Las memorias de Hopkins, más allá del repaso a su carrera, cuentan una historia de redención. La de su hundimiento en el alcoholismo y posterior renacimiento. Tocó fondo en 1975, cuando estaba representado Equus en Broadway y casi muere en un accidente. Lo salvaron sus amigos y Alcohólicos Anónimos. Galés como Richard Burton, al que conoció de joven, habla en el libro de cómo le impactó su temprana muerte por los excesos etílicos. Similar conmoción sintió Caine, quien también lo trató: «El alcoholismo es muy triste. Vi los efectos de la bebida en él y en Peter O’Toole. No es de extrañar que hoy en día yo beba tan poco».

Caine y Hopkins forman parte de una generación de actores que cambiaron para siempre el cine británico y en la que hubo legendarios y autodestructivos bebedores. A los mencionados Burton y O’Toole habría que añadir a Oliver Reed y al irlandés Richard Harris, los bautizados como los Hellraisers (los alborotadores), protagonistas de anécdotas alcohólicas legendarias, como aquella que contaba O’Toole, cuando con Peter Finch se negaron a abandonar un pub que cerraba y optaron por comprárselo a su dueño firmándole sendos cheques en plena curda.

Más allá de estos excesos, estos actores —a los que habría que añadir a figuras como Alan Bates, Albert Finney, Sean Connery, Terence Stamp, Tom Courtenay, Dirk Bogarde…— trasformaron el cine británico en dos aspectos esenciales. Frente a los ídolos y galanes con algo de petimetres de la preguerra, como el rey de las matinées Stewart Granger, o los shakesperianos Laurence Oliver, Michael Redgrave y Ralph Richardson, o el camaleónico Alec Guinness, los jóvenes intérpretes que iniciaron sus carreras en los años cincuenta o principios de los sesenta eran muy físicos y en su mayoría exudaban una sexualidad hasta entonces inaudita en el cine británico. Y por otro lado, buena parte de ellos hablaban con acentos proletarios o regionales, algo también insólito en los escenarios y las pantallas, regidos hasta ese momento por el pulcro inglés posh y la dicción shakesperiana que se aprendían en las academias.

Acentos proletarios

En la Gran Bretaña de la posguerra, primero el teatro de los angry young men —con Mirando hacia atrás con ira de John Osborne como estandarte— y después el free cinema apostaron por las historias de crudo corte realista, repletas de jerga, con las que estos actores lanzaron sus carreras. Caine y Hopkins son de esos intérpretes cuyos acentos rompieron moldes por su procedencia humilde. Michael Caine —cuyo verdadero nombre es Maurice Miclewhite— era hijo de un trabajador de un mercado londinense y hablaba con un marcado acento cockney. Por su parte, Anthony Hopkins era hijo de un panadero de la ciudad galesa de Port Talbot y su acento tampoco era precisamente sofisticado.

Michael Caine triunfó pronto en el cine, mientras que a Anthony Hopkins pasó años dedicado sobre todo al teatro y le costó mucho más tiempo encauzar su carrera en la pantalla; es en su madurez cuando obtuvo sus mejores papeles.

Tras unos años como secundario, Caine saltó al estrellato con Zulú y en los sesenta encadenó personajes icónicos: el espía Harry Palmer, que era una suerte de versión para adultos de James Bond; el seductor Alfie, con el que pudo desplegar su acento cockney; el ladrón de Un trabajo en Italia… Y se convirtió en emblema cool del Swinging London con aquella foto con gafas de pasta que le hizo David Bailey. Ya en los setenta llegarían la mítica Asesino implacable (Get Carter) y sus encuentros con dos estrellas: Laurence Olivier en La huella y Sean Connery en El hombre que pudo reinar.

Ganadores de Oscar

Hopkins, en cambio, empezó a dar lo mejor de sí mismo a partir de los ochenta, con El hombre elefante de Lynch y el circunspecto librero de La carta final. Y dio la campanada con Hannibal Lecter y con el mayordomo de Lo que queda del día. Sobre cómo abordó el personaje del psicópata más célebre de la historia del cine —con permiso de Anthony Perkins en Psicosis—, cuenta que optó por «un tono de voz neutro, como el de HAL cuando, con certeza plana y controlada, hablaba a la tripulación de la nave de 2001». Y para la celebérrima frase del hígado del encuestador que se come «con habas y un buen chianti» seguida del perturbador siseo, explica que se inspiró en el Drácula de Bela Lugosi cuando ve la sangre de un corte. También Caine tuvo su personaje psicópata, más modesto y travestido, en Vestida para matar. De Hopkins hay que destacar también sus interpretaciones de personajes históricos: C.S. Lewis en Tierras de penumbra, Picasso en Sobrevivir a Picasso, Nixon y Alfred Hitchcock.

Algunas coincidencias curiosas entre ambos: han sido nominados al Oscar seis veces y lo han ganado en dos ocasiones: Hopkins como actor principal por El silencio de los corderos y El padre; Caine como actor secundario por Hannah y sus hermanas y Las normas de la casa de la sidra. Ambos han trabajado en una ocasión con Woody Allen: Caine en Hannah y sus hermanas, Hopkins en Encontrarás al hombre de tus sueños. Y los dos han participado en franquicias superheroicas interpretando a ancianos tutelares y aportando pedigrí: Caine fue Alfred en los Batman de Nolan y Hopkins Odín en la saga de Thor. Coincidieron en una única película, aunque sin compartir escenas: Un puente lejano, una de las mejores cintas bélicas de la historia, sobre la desastrosa Operación Market-Garden de los aliados en suelo holandés durante la Segunda Guerra Mundial.

Ambos cierran sus libros de memorias con poesía: Anthony Hopkins opta por un amplio repertorio que incluye versos de Shakespeare, Longfellow, Christina Rossetti, Gerard Manley Hopkins, Yeats, Edward Thomas y Eliot. Michael Caine, más sucinto, se limita al If de Kipling, que concluye así: «Si puedes llenar un minuto implacable con sesenta intensos segundos/Entonces tuya será la Tierra y todo lo que hay en ella; y lo que es más, serás un hombre, hijo mío».

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