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'Núremberg', Hermann Göring frente al juicio de la Historia

La película aborda la relación entre el psiquiatra Douglas M. Kelley y el jerarca nazi, interpretado por Russell Crowe

‘Núremberg’, Hermann Göring frente al juicio de la Historia

Escena de 'Núremberg'. | DeAPlaneta

Cuando salieron a la luz las primeras imágenes filmadas por los aliados al liberar los campos de exterminio nazis, emergió una pregunta: ¿los jerarcas que había orquestado el Holocausto eran psicópatas o personas normales y corrientes tomando bárbaras decisiones políticas? Núremberg, dirigida por James Vanderbilt y que se estrena este viernes, trata de responder a este interrogante.

La película está basada en el ensayo El nazi y el psiquiatra de Jack El-Hai, que aborda la figura de Douglas M. Kelley, uno de los especialistas estadounidenses que entrevistaron y estudiaron a los dirigentes nacionalsocialistas durante el juicio de Núremberg. Se centra en la particular relación —entre la fascinación y repugnancia— que mantuvo con Hermann Göring, el detenido de más alto rango, seductor, manipulador, embaucador, mentiroso, adicto a los opioides, narcisista de manual… y una persona muy inteligente.

A diferencia de otros altos cargos nazis, Göring no era un fanático, sino un cínico. No odiaba a los judíos como Himmler, pero consideraba que perseguirlos daba rédito político. No era un exaltado, sino un hábil estratega que, al justificar con argumentos sus decisiones durante el nazismo ante el tribunal, puso en apuros a los fiscales que pedían para él la horca.

El corpulento y obeso Göring ocupa el centro de la película, y buena parte de la pantalla cuando aparece en toda su inmensidad. Lo interpreta con maquiavélica precisión Russell Crowe, que lo humaniza y lo aleja de la caricatura fácil. Además, el actor neozelandés se maneja con notable solvencia en los diálogos en alemán (Göring hablaba inglés, pero al principio simuló no entenderlo para disponer de más tiempo para pensarse bien las respuestas que daba a sus captores).

A su alrededor orbitan los otros tres personajes principales del largometraje. En primer lugar, Robert H. Jackson (Michael Shannon), enviado por Roosevelt como fiscal principal estadounidense a Núremberg. A través de él, el espectador se adentra en el reto legal y logístico que supuso poner en marcha esos juicios, involucrando a todos los aliados bajo el paraguas del derecho penal internacional. En segundo lugar, está el ya mencionado psiquiatra Douglas Kelley (Rami Malek). Y por último, el sargento Howie Triest (Leo Woodall), el traductor que posibilitaba a los psiquiatras entrevistar a los prisioneros. Ocupa ese puesto porque es un joven alemán de origen judío; él logró huir a Estados Unidos, pero perdió a su familia en el Holocausto. Este personaje podría parecer inventado para representar la búsqueda de justicia de quienes sufrieron en sus carnes el nazismo, pero es estrictamente histórico. De hecho, en 2006 se le dedicó el documental Journey to Justice.

Grandes escenas y algunas flaquezas

Aparecen en la cinta algunas figuras reales más: el coronel Burton C. Andrus (John Slattery), que dirigía con mano de hierro la prisión en la que estaban retenidos los capitostes nazis, y el psicólogo Gustave Gilbert (Colin Hanks), que junto con Kelley los sometió al test de Rorschach y otras pruebas para tratar de determinar si eran psicópatas o personas normales.

Núremberg tiene grandes escenas y algunas flaquezas de guion. Entre las primeras está la recreación del célebre interrogatorio al que Jackson sometió a Göring. El alemán se defendió tan bien que puso en apuros al fiscal estadounidense. Tuvo que intervenir su colega británico, Sir David Maxwell-Fyfe (un estupendo Richard E. Grant), que, utilizando a su favor el ego del acusado, logró acorralarlo y hacerle admitir implícitamente su culpabilidad. Una de sus estrategias de defensa era aducir que él no sabía nada de los campos de exterminio, que creía que eran solo de prisioneros para disidentes políticos.

Al principio, tal vez el espectador sienta cierta perplejidad por el modo en que se humaniza a Göring; puede parecer en exceso benevolente. Pero hacerlo es crucial para que se comprenda cómo es posible que Kelley llegara a sentirse tan obnubilado por él. Hasta el punto de que visita a la esposa e hija del acusado, se muestra cariñoso con ambas —y hasta preocupado por su destino cuando después las detienen— y se presta a llevar y traer las cartas entre ellas y Göring. Tanta cordialidad fue uno de los motivos de su destitución.

La película despliega varias subtramas con los personajes antes mencionados, pero uno llega a preguntarse si lo más interesante no hubiera sido centrarse en la figura trágica y desconcertante de Kelley. Apartado de su puesto en Núremberg, regresó a Estados Unidos obsesionado con la idea de que los nazis no eran locos sino personas comunes y corrientes. Lo cual resultaba mucho más inquietante, porque mostraba hasta qué aberrantes límites podía llegar el ejercicio del poder. Trató de advertirlo escribiendo un libro —22 Cells in Nuremberg: A Psyquiatrist Examines the Nazi Criminals—, que no tuvo éxito. Empezó a empinar el codo y se acabó suicidando en 1958, con el mismo método que había utilizado en 1946 Göring para evitar la humillación de la horca: una cápsula de cianuro. ¿No les parece perturbador?

Seductor y seducido

La relación entre Göring y Kelley, el juego entre del gato y el ratón, entre el seductor y el seducido, entre dos intelectos que creen poder manipular al otro, es lo más novedoso que aporta este largometraje. La otra trama principal, la de la búsqueda de justicia internacional con un castigo ejemplar, ya la había abordado en 1961 ¿Vencedores o vencidos? (Judgement at Nuremberg). La dirigió Stanley Kramer —uno de los más combativos liberales de Hollywood— a partir de un sólido guion de Abby Mann. Se centraba en los juicios posteriores al de Góring y los otros cabecillas, en los que se llevó al banquillo a los funcionarios y mandos intermedios del régimen.

En este clásico los acusados eran jueces y juristas que habían colaborado con el nazismo. Los personajes eran ficticios, aunque estaban claramente inspirados en figuras reales. Entre ellos destacaba el silencioso y compungido juez interpretado por Burt Lancaster, consciente de su culpa por haber servido a un régimen monstruoso. No era la única estrella, lo acompañaban Spencer Tracy, Richard Widmark, Marlene Dietrich, Judy Garland, Montgomery Clift y Maximilian Schell.

Kramer exploraba con inteligencia y profundidad las causas de que un pueblo culto tolerase y apoyase a un líder como Hitler. Y se adentraba en los dilemas éticos de la obediencia debida y el mal menor con los que pretendían defenderse los acusados. También en el dilema político de los vencedores: la duda de si mostrarse magnánimos con los nazis de menor rango en un contexto de Guerra Fría —la película se tomaba libertades con las fechas para meter la invasión soviética de Checoslovaquia y el bloqueo de Berlín— en el que el nuevo enemigo era el comunismo. Para combatirlo los estadounidenses necesitaban tener de su lado a los alemanes occidentales.

Más de seis décadas después, ¿Vencedores o vencidos? presenta pocas ingenuidades y se mantiene como una cumbre del cine judicial. No sé si Núremberg —con todas sus virtudes y algunas flaquezas— aguantará con igual firmeza el paso de los años. Coincidiendo con su estreno, Taurus ha reeditado Las entrevistas de Núremberg, que recopiló Leon Goldensohn, el sustituto de Kelley como psiquiatra. En la que mantuvo con Göring, este le dice: «Nadie conoce al verdadero Göring. Soy un hombre con muchas caras».

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