'Father Mother Sister Brother', la familia según Jim Jarmusch
El director compone tres retratos minimalistas de las relaciones familiares

Escena de 'Father Mother Sister Brother'. | Yorick Le Saux (Vague Notion)
«Conseguir que algo parezca liviano lleva muchísimo trabajo» ha dicho en más de una ocasión Jim Jarmusch. Esto es algo que sabe cualquier buen aficionado al ballet clásico: los bailarines parecen volar etéreos, sin esfuerzo alguno, pero si se asiste a la función desde las primeras filas, se percibe la tensión de los músculos, la respiración entrecortada por el esfuerzo… En el mundo del cine, Jarmusch es el rey del minimalismo —menos es más— y en Father Mother Sister Brother, con la que ganó el León de Oro en el último Festival de Venecia, lleva esta estética a su máxima expresión.
Su planteamiento ha consistido siempre en despojar las tramas de todo exceso melodramático y colocar dosis homeopáticas de humor deadpan (de cara de palo, de rostro inexpresivo), siguiendo las lecciones de inmutabilidad de Buster Keaton. El ejemplo máximo es el impasible Bill Murray, que visita una a una a todas sus ex en la maravillosa Broken Flowers.
Al modo de entender el cine de Jarmusch le sienta muy bien la concisión y por eso ha utilizado en varias ocasiones el formato episódico, sumando cortometrajes unidos por un hilo conductor. Lo hizo en Mystery Train, que reunía tres historias situadas en Memphis y conectadas por un hotel y el fantasma de Elvis; en Night On Earth, con sus cinco viñetas ambientadas en taxis repartidos por todo el mundo, y en Coffee and Cigarettes, una sucesión de cortos rodados a lo largo de varios años, con escenas de tipos fumando y bebiendo café mientras conversan sobre los temas más peregrinos.
Regresa ahora a esta fórmula con Father Mother Sister Brother, compuesta por tres episodios cuyo eje es la familia. En los dos primeros, los protagonistas son hijos que van a visitar a un progenitor y en el último los personajes visitan el apartamento en que vivieron los padres, que han fallecido.
La primera historia —Father— está ambientada en un paraje rural del noreste de Estados Unidos. El hijo (Adam Driver) y la hija (Mayim Bialik; algunos la recordarán como la chica rarita novieta a Sheldon en The Big Bang Theory) van a visitar a su padre (Tom Waits). El anciano vive solo en una casa aislada junto a un lago y supuestamente sufre carencias materiales y altibajos emocionales preocupantes. Los hijos le traen provisiones y se inquietan por el grifo que gotea, la furgoneta que parece al borde del desguace… La conversación que mantienen los tres, con incómodos silencios, permite entrever resentimientos larvados y soterradas tensiones. Hasta que, en el giro final, cuando los hijos ya se han marchado, asoma una pregunta que se repetirá en los siguientes tramos: ¿hasta qué punto conocemos de verdad a nuestros padres?
Conflictos no resueltos
En este episodio hará las delicias de los fans de Tom Waits (en su quinta colaboración con Jarmusch) el hilarante momento en que, hacha en mano y medio enloquecido, hace una demostración de cómo corta leña para desfogarse.
La segunda historia —Mother— está ambientada en un elegante barrio residencial de Dublín. Dos hijas cumplen con el ritual anual de visitar a su madre y tomar el té con ella. A la mayor la interpreta Cate Blanchett, que en esta ocasión se disfraza de solterona insegura y asexuada. La pequeña (Vicky Krieps con el cabello teñido de rosa) pone empeño en escenificar que las cosas le van de maravilla, lo cual está claro que no cierto. La madre (Charlotte Rampling) es una estirada y exitosa autora de bestsellers, que las trata con adusta severidad, como si siguieran siendo niñas pequeñas necesitadas de una reprimenda. A diferencia de la primera historia, aquí no hay un giro final sorprendente y lo que nos muestra el director es un inteligentísimo esbozo de unas dinámicas familiares nada sanas. Con muy pocos elementos, sin dramatismos desatados, consigue construir un relato breve repleto de sugerencias sobre conflictos no resueltos.
La tercera historia —Sister Brother— se sitúa en París. Dos hermanos gemelos afroamericanos —él es Luka Sabbat y ella Indya Moore— acuden por última vez, a modo de despedida, al piso, ya vaciado de mobiliario y objetos personales, en el que vivieron de niños con sus padres. Estos han fallecido hace poco en un misterioso accidente de avioneta, aunque al parecer no es lo único misterioso en sus vidas. Sentados en el suelo de madera de la vieja casa, los dos hermanos revisan documentos que el chico ha descubierto cuando guardaba las pertenencias de sus padres en cajas para llevarlas a un trastero. Han aparecido carnets con diversos nombres y nacionalidades, una partida de matrimonio falsificada… ¿Acaso sus progenitores fueron espías, o tal vez algo peor? De nuevo aflora la pregunta: ¿hasta qué punto conocemos de verdad a nuestros padres?
En cierto momento, aparece la portera del edificio, que no es otra que Françoise Lebrun, la mítica protagonista de La maman et la putain de Jean Eustache, a modo de guiño para cinéfilos aplicados. No es el único guiño, porque a Jarmusch le gusta jugar con el espectador y coloca en las tres historias ciertos elementos que se repiten, reforzando la conexión entre ellas. En las tres aparecen unos skaters con sus monopatines; un Rolex, que puede ser verdadero o falso; comentarios sobre el agua que se bebe y la frase hecha «Bob’s your uncle» (cuyo equivalente es el «y listo» español o el «voilà» francés).
Al repetirse, estos detalles cotidianos adquieren una sutil dimensión poética. Son como las azarosas e imperceptibles repeticiones a las que presta atención el protagonista de Paterson, la obra maestra del director y una suerte de manifiesto de su visión del cine. El personaje de esa película, un conductor de autobús y poeta aficionado que admira a William Carlos Williams, es capaz de atrapar en sus versos la magia, belleza y sentido que anidan en lo aparentemente anodino. En eso consiste el cine de Jim Jarmusch.
