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Literatura

Santiago Sánchez, el español que pasó 15 meses preso en Irán: «O te adaptas o mueres»

En ‘Cómo sobreviví 15 meses entre rejas’, el deportista alcalaíno cuenta su calvario y su manera de afrontarlo: el altruismo

Santiago Sánchez, el español que pasó 15 meses preso en Irán: «O te adaptas o mueres»

Santiago Sánchez Cogedor durante su truncada travesía hacia Qatar.

El 2 de enero de 2024, Santiago Sánchez Cogedor pisó suelo español tras pasar 15 meses encerrado en el sistema penal iraní. De aquellos 15 meses, 85 días los pasó en aislamiento, en unas condiciones tortuosamente lamentables. Una experiencia así rompería a cualquiera, pero Santi no es un cualquiera. Cuando uno se adentra en su historia y se deja irradiar por su energía positiva, esto se hace evidente. A pesar de haber tenido una vida difícil y de estar viviendo la peor experiencia que ésta le había brindado hasta ese momento, la respuesta de Pambu, —como le llaman sus más allegados— siempre fue la misma: sonreír a todo el mundo, ayudar a todo el que lo necesite, y dejar el mundo un poco mejor de lo que lo encontró.

Tras aquellos 85 días de infierno, lo llevaron al módulo de espionaje de la prisión de Evin, pues ese era el crimen del que se le acusaba (cuyas penas abarcan desde los 10 años de prisión hasta la horca). En este nuevo entorno, donde pasaría el grueso de su encarcelamiento, Santi marcó la diferencia. Curiosamente, había un preso iraní en aquella sección que chapurreaba el español, de nombre Kamal, y ambos se hicieron inseparables. Con su ayuda fue aprendiendo farsi poco a poco, y comenzó a poder comunicarse con el resto de presos. Empezó a impartir clases de boxeo, a alimentar a los presos que no podían permitirse la comida del economato y a organizar partidos de fútbol y voleibol. Se apuntó al taller de carpintería, y comenzó a confeccionar colgantes y rosarios tallados a mano, con los amigos que algún día recibirían estos regalos siempre en mente.

En Cómo sobreviví 15 meses entre rejas (Alienta), Santi cuenta todo esto y mucho más. Su relato es una poderosa historia de resiliencia, pero sobre todo, de generosidad y altruismo, y de cómo en ocasiones ayudando a los demás terminamos por ayudarnos a nosotros mismos. En palabras de su buen amigo Kamal, con el que comparte el intenso vínculo que nace entre aquellos que atraviesan el infierno cogidos de la mano, Santiago Sánchez es «un español que cambió esta prisión para siempre». THE OBJECTIVE ha contactado con él para profundizar en su increíble historia y en los motivos que lo llevan a ser como es.

PREGUNTA.- Ya han pasado 160 días desde que regresaste a España. ¿Cómo has pasado estos meses? ¿Te ha costado reengancharte a tu vida anterior? 

RESPUESTA.- ¿160 días? Pues ni lo sabía. No me he parado a contarlos. Sí que es verdad que los he vivido intensísimamente, como te habrás podido dar cuenta. Estás viendo un día mío con mi gente, con mis amigos. Y es así. Soy una auténtica bomba. Y es que creo que atraemos lo que somos y la energía se comparte. Pero bueno, sin desviarme de la pregunta, creo que me he adaptado perfectamente. Muchas veces pienso que la sociedad y la vida están en este momento tan… no sé cómo llamarlo. Vivimos en esta jungla de hormigón que muchas veces es la que se tiene que adaptar a ti, a tu forma de ser, a tu forma de pensar y a tu forma de vivir. Yo hay muchas veces que pienso que tengo que escaparme otra vez, como que me han atrapado. Por eso cuando me preguntas si me he adaptado, te digo que sí porque no te queda otra. O te adaptas o mueres. Y mi manera de adaptarme es intentar escaparme de esta sociedad loca de consumo que te atrapa. Estamos todos los días obsesionados por esta competición de logros y de bienes y de cosas materiales. Pero la respuesta es sí. Me he adaptado a la fuerza, porque es como la corriente de un río que se ha desbordado y te arrastra.

«Con una sola persona que se lea el libro y le llegue al alma, para mí es un triunfo y una victoria»

P.- ¿Cómo fuiste desarrollando la idea de escribir sobre tu experiencia?

R.- Qué buena pregunta. Cuando me detuvieron, ya he dicho que yo pensaba que era una broma. Pensaba que iba a salir al día siguiente. ¡Al día siguiente! Cuando sonaba la puerta, yo me despertaba, me levantaba de un salto y me iba para allá. Y lo que se supone que iba a ser cuestión de un día o dos, al final terminan siendo 15 meses… 15 maravillosos meses, aunque suene raro. De hecho, el último día no me quería ir. Me dieron la libertad y digo: «¿Ahora? ¡Si no me pilla bien, mejor mañana!». Al principio no tenía acceso ni a bolígrafo, ni a espejo, ni a nada. Mis posesiones eran mis pertenencias: una manta y un vaso de plástico. Cuando tuve acceso a un bolígrafo comencé a escribir cosas, reflexiones… Todos los días iba escribiendo un diario y cosas muy bonitas que han quedado plasmadas en mi libro, y ahí lo podéis ver. Pero la idea surgió en el momento que me dieron un bolígrafo. Fíjate, el ser humano cómo se puede conformar. Se puede llenar con lo más sencillo: un simple cortaúñas que me servía para mirar mi propio reflejo, un abrazo, una sonrisa… En este caso, un bolígrafo que utilicé para escribir sobre estos 15 meses.

P.- Dices que has escrito el libro con la idea de ayudar a los demás, pero ¿de qué manera te ha ayudado a ti escribir sobre una experiencia tan traumática?

R.- En las dedicatorias siempre lo pongo. «Espero que este libro te ilumine, al igual que me iluminó a mí el escribirlo ya en prisión». Ésa era mi obsesión. Me encanta ayudar; me encanta la palabra ayudar. De hecho, cuando me dicen «¿por qué ayudas?» yo les respondo: «¿Y por qué tú no ayudas?». Ésa es la pregunta. Quien me conoce sabe que no tengo nada, yo vivo con la mano abierta -de hecho tengo un agujero-. Y me ayuda mucho el saber que todo este dolor y este sufrimiento no han sido en vano. Han sido para ayudar a los demás. Con una sola persona que se lea el libro y le llegue al alma, para mí es un triunfo y una victoria. Así que estoy totalmente contento y satisfecho del libro. Y si en algún lugar hay algo que no guste a alguien o que le haya ofendido por cualquier cosa, yo lo siento en el alma, pero mi intención no es hacer daño a nadie, bien lo sabe Dios, o Alá o el que sea.

R.- Has hablado mucho de tu viaje interior. ¿Qué es lo más valioso que te ha enseñado la prisión sobre ti mismo? 

R.- Pues en estos 15 meses he hecho un viaje, el más bonito de mi vida, y ha sido por mi interior. Todos nacemos con la llave de la puerta, la puerta de la felicidad, y esa puerta se abre hacia adentro. Luego ocurre que hay momentos de la vida que no te das cuenta de que tienes esa llave, incluso cuando la llevas en la mano, incluso aunque estés sentado encima de ella. La prisión me quitó la libertad, pero me dio mucho tiempo a cambio. Este tiempo lo utilicé para hacer este viaje interior, y ahí es cuando me di cuenta de todas mis zonas oscuras, de la lucha contra mis demonios y contra mí mismo. También para intentar conocerme: saber quién eres, de dónde vienes y lo más importante, hacia dónde vas. ¿Cuál es tu sueño? ¿Cuál es tu propósito? ¿Cuál es tu misión, sea cual sea? Hay que intentarlo, macho, porque cuando tú llegues a los 60 o 70 años —si es que llegas, que yo lo tengo claro: yo estoy preparado para irme ahora mismo—, cuando mires atrás y te preguntes: «¿Qué he hecho con mi vida? ¿qué he hecho estos 40 años en la fábrica moviendo palés?». Ése es un poco el mensaje, decir: «¡Venga, lucha por tus sueños, que se puede, que se puede!».

P.- ¿Cuál es el recuerdo que más atesoras de todos aquellos meses?

R.- Las sonrisas de mis compañeros. ¿Cómo compartíamos ese sufrimiento tan grande? Con un abrazo. Una sonrisa. Este preso, Kamal, lleva siete años ahí y me dice: «Llevo siete años triste, Santiago. Mi hija vio cómo me apresaban, y llevo siete años sin sonreír y muy triste. Y desde que has venido tú he vuelto a sonreír, he vuelto a recobrar la fe y la esperanza». Creo que con contarte eso, sobran palabras. Lo más bonito que guardo es eso: la sonrisa, los abrazos de mis compañeros.

P.- ¿Y el más desagradable?

R.- La soledad y el silencio. No saber cómo mirarle a la cara a la soledad me costó mucho. Como tú no sepas mirarle a la cara, estás perdido. Son dos palabras, dos valores aquí en nuestro país, muy olvidadas, muy lejanas. Soledad y silencio.

«Me quedé con muchas cosas, pero subrayaría esas dos: paciencia y hospitalidad. ¡Fíjate qué dos palabras!»

P.- Charlas con hormigas, misiones espaciales… ¿Cómo de importantes fueron tu capacidad de evasión y tu imaginación a la hora de afrontar esos momentos oscuros?

R.- Como te he dicho antes, todo está en la mente. Hoy hace un día lluvioso. Pero mira, acaba de parar y está saliendo el sol. Está en tu mano poder decir si el día bueno o es malo. Y además, si a mí me dices que el día es malo, no me lo quedo. Para mí es una basura emocional que estás soltando por la boca, y no me la quedo porque yo no soy una papelera. Si a mí alguien me dice que es un día malo, intento apartarme porque prefiero ver que es un día bueno, incluso si he pinchado el coche, si me ha sentado mal el desayuno, lo que sea. Para mí es bueno, porque todo pasa por algo muy sencillo. Creo que todo está en la mente y puedes elegir tú. Si ves el día coloreado, si ves un arcoíris o si lo ves nublado. Hay gente que lleva una nube, un nubarrón encima. Yo saludo a las 5:00, a las 7:00 o a las 10:00 con los buenos días, con los brazos abiertos, con una sonrisa. Y es así.

P.- En tu libro hay varios fragmentos escritos por otros presos que mencionan las lecciones de vida que les diste. ¿Qué lecciones aprendiste tú de ellos? 

R.- La hospitalidad del pueblo iraní. Es de locos la paciencia que tienen. Yo cuando llamaba mi amigo Pablo, me decía: «Estás sentadito en el banco de la paciencia». Y yo no tengo paciencia. Vivimos en una sociedad que todo lo quieres ya, una sociedad de la inmediatez. Te compras un teléfono nuevo y el viernes te dicen que no, que te llega el lunes, y te sienta fatal. Lo quieres ya, rápido, con un chasquido de dedos. Y ahí aprendí a tener paciencia, a intentar ver la vida con calma, a darme cuenta de que todo llega. Todo llega y todo pasa. Disfruta del momento, del aquí y el ahora. El tomarte un té en el en el patio con un compañero, el no tener este teléfono con internet que es como es como un árbol. El teléfono es un árbol que tienes pegado a la nariz y te impide ver el bonito bosque que hay detrás. Me quedé con muchas cosas, pero subrayaría esas dos: paciencia y hospitalidad. ¡Fíjate qué dos palabras!

«Sacar el dedo para señalar a alguien… Al final, cuando tú señalas alguien, tres dedos de la mano señalan hacia ti»

P.- La historia de tu vínculo con Kamal es realmente conmovedora. ¿Cómo llegásteis a fraguar una relación tan estrecha? 

R.- Uf, mira (se señala el brazo para mostrar sus vellos de punta). Nada más llegar a la sección de espionaje veo subir a un hombre bajito, calvo. Le faltaban dos dientes, y me dice «Hola, buenos días» en español mientras subía por las escaleras. Desde ese momento yo ya sabía que iba a ser mi mejor amigo. Tengo contacto con su familia, y él está escribiendo un libro en tercera persona que se llama Una perla en Evin; cuando salga en libertad lo publicará. Esto es inédito, no lo sabe nadie. ¿Y este hombre? Pues imagínate… yo le dejaba notitas todos los días, le cogía la nariz y le hacía bromas. En fin, era una situación… dura pero bonita. Mi amigo Kamal, un fenómeno.

P.- ¿De dónde sacabas la fuerza para responder a los maltratos y a las vejaciones de los guardias con una sonrisa?

R.- Creo que la mejor moneda de cambio es esa, una sonrisa. Había guardias que me exigían sonreír cuando veían que yo me ponía serios con ellos, porque yo a otros guardias les sonreía, les decía: «¿Qué tal, salam, chetori khobi?», así, en farsi. Los otros tenían envidia de eso, y al final una sonrisa era como la mejor moneda. Porque guardar odio, guardar rencor no trae nada bueno. Sacar el dedo para señalar a alguien… Al final, cuando tú señalas alguien, tres dedos de la mano señalan hacia ti. Y creo que señalar a alguien por cualquier cosa no es buena idea. Si está gordo, si está flaco, si está lo que sea, porque el primero que te tienes que superar eres tú, contigo mismo. 

«El día de mañana, si tú vives con el puño cerrado, el día que abras la mano no vas a tener nada»

P.- Si tuvieras que escoger un mensaje con el que deben quedarse los lectores de tu libro, ¿cuál sería?

R.- Que se puede hacer. Que se puede llegar lejos con poco. Que hay que escuchar al corazón. Muchas veces, y no a la razón. Porque ya sabes que todo el mundo tiene su historia. Todo el mundo merece ser escuchado. Porque si juzgas a alguien nada más verle… (niega con la cabeza). Todo el mundo necesita ser escuchado. Que los sueños están para cumplirlos. Que el cementerio está lleno de soñadores y que la vida se escapa, que es como un río de agua dulce. Si tu piensas: «Nunca es el momento. No me voy a tirar al río, el agua estará fría, no tengo toalla, no tengo bañador…», puede que mañana quieras dar por fin el salto y el río ya está seco, y tú te estamparás contra el suelo. Pues así es la vida. Es como un río de agua dulce. Báñate, báñate, disfruta y no pienses si tienes bañador. Es así. 

P .- ¿Qué le depara el futuro a Santiago Sánchez Cogedor? ¿Está preparando alguna nueva aventura?

R.- ¿El futuro más próximo? Te voy a hablar de dentro de un par de meses, que comenzaré mi próxima aventura. Como ya sabéis los que me seguís en redes sociales (@Santiago_Sánchez_Cogedor), me voy a dar la vuelta a España, a mi país, para ayudar, para aportar algo de luz hablando de salud mental. También iré haciendo muchas cosas muy bonitas y lo iréis viendo, pero en un futuro más lejano no te puedo decir porque no me apetece sufrir por cosas que no está en mi mano poder cambiar. El presente —que lo dice la palabra, presente— es un regalo. Para mí esta entrevista, este café, este momento, es un regalo que he disfrutado. Espero que te hayan llegado al alma mis palabras, mi energía y mis ganas, porque al final todo son las ganas. ¿Qué te crees, que yo no lucho contra demonios? Mírame los dedos, ensangrentados de los nervios. Pero hay que decir sí a todo, ayudar, vivir con la mano abierta. Porque el día de mañana, si tú vives con el puño cerrado, el día que abras la mano no vas a tener nada. Así que a sonreír y disfrutar cada momento como si fuera el último, porque la vida se escapa, y mañana puede que sea tarde.

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