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Literatura

Milena Jesenská, ¿quién fue la amiga de Kafka?

Tusquets recupera una biografía y Galaxia Gutenberg publica una novela sobre la mujer que fascinó al escritor checo

Milena Jesenská, ¿quién fue la amiga de Kafka?

Milena Jesenská durante un paseo con Kafka en el bosque de Viena.

Con motivo del centenario de la muerte de Franz Kafka (Praga, 1883-Kierling, 1924), ha resurgido el interés por Milena Jesenská (Praga, 1896-Ravensbrück, 1944), a quien dirigió sus célebres Cartas a Milena (1920-1923). Tusquets recupera Milena (trad. M. A. Grau), una biografía de 1977 escrito por Margarete Buber-Neumann (Potsdam, 1901-Frankfurt, 1989), amiga de la protagonista; y Galaxia Gutenberg, publica una novela basada en hechos reales, Soy Milena de Praga, de Monika Zgustova (Praga, 1957), escritora, traductora y periodista afincada en España desde los años ochenta.

Conocer a quienes se relacionaron con un autor es una forma de saber más sobre este, aunque en este caso hay otra motivación detrás: Milena fue una mujer inspiradora en muchos aspectos, no solo importa por su vínculo con Kafka (que solo duró unos años). Él se alegraría de que, ya que las cartas de ella se perdieron, el lector pueda descubrirla por otras vías. Milena lo fascinó desde el principio con su personalidad, como solo las personas dotadas de esa rara cualidad llamada carisma influyen en los caracteres que, si bien poseen talentos excepcionales, son más débiles y carecen de un motor interior para enfrentarse al mundo que los rodea. Milena lo tenía o, al menos, supo desarrollarlo

Nacida en una familia de la burguesía checa, perdió a su madre y a su hermano muy pronto, y la relación con el padre («un tirano», según le dijo a Buber-Neumann) la marcó. Estudió en la prestigiosa escuela Minerva de Praga para chicas y más tarde comenzó su formación en medicina, siguiendo los pasos de su progenitor, aunque no la terminó. También abandonó sus estudios de piano, y pronto conoció al que sería su primer marido, el crítico judío austríaco Ernst Polak (1886-1947), con quien se trasladó a Viena. Hasta entonces había mantenido sus amistades juveniles; ya en el colegio despertaba una particular atracción sobre las demás. Con el matrimonio, sin embargo, su suerte cambió: repudiada por el padre, incapaz de aceptar al esposo, se vio sola en un país extranjero, junto a un compañero que ya no se comportaba como antes.

Estos libros, al tiempo que recorren su trayectoria, trazan una crónica de la primera mitad del siglo XX en Centroeuropa. Esos años, Viena florecía como núcleo cultural, Milena se codeaba con lo más granado de la esfera bohemia, pero no encajaba; como la retrata Zgustova, era «la extranjera» que se sentía como la chica de provincias. Polak, además, no le facilitaba dinero, de modo que Milena tuvo que apañárselas. Comenzó a trabajar como traductora del alemán al checo; de ese modo llegó a Kafka, por cuya obra se sintió impresionada. Pese a las dificultades —llegó a aceptar un dinero robado para comprarse ropa—, su desarraigo por el rechazo del padre, por la indiferencia del marido y por la falta de encaje en su nuevo círculo le dio coraje para centrarse en la búsqueda de independencia económica. Trabajó duro y sentó las bases para convertirse en la gran periodista que llegaría a ser.

Cuando se conocieron, Kafka ya había roto sendos compromisos matrimoniales y su existencia se resumía en trabajar y escribir. Tenía, eso sí, una sensibilidad especial, la mirada de asombro ante el mundo que solo poseen las mentes creativas. A través de las cartas, junto con la lectura atenta que solo una traductora puede hacer, alcanzaron una complicidad más basada en la comprensión y el afecto mutuos que en los encuentros, que no abundaron. Él describe a Milena en términos que Buber-Neumann —que cita fragmentos de la correspondencia en su libro— comparte, como su incapacidad para «hacer sufrir» a los demás (p. 132) o la huella indiscutible de su carácter en los artículos que escribe. Milena, por su parte, reconoce su inmenso genio y su bondad, así como su incapacidad para integrarse en la sociedad: «Es absolutamente incapaz de mentir o de emborracharse. No tiene el más mínimo refugio ni la más mínima cobertura. Es como un hombre desnudo entre gente vestida» (p. 89).

Compromiso político

Tal vez por eso Milena no se divorció e intentó salvar su matrimonio; aunque Polak, que tenía sus amantes, siempre fue consciente de que con Kafka había algo más. Se distanciaron, y no se sabe con certeza si ella llegó a visitarlo al sanatorio donde pasó sus últimos días (Zgustova sí novela ese hipotético episodio). En aquella época, Kafka estaba acompañado por su última pareja, Dora Diamantová (1898-1952). Con todo, el afecto de y por Milena seguía ahí; llegó a ser tanto que él, consciente de la tensión de ella con su progenitor, le dejó leer su Carta al padre (1919). Ella no experimentó la identificación que él esperaba; cada vínculo tiene sus singularidades.

Con el tiempo, Milena tomó las riendas de su vida: se divorció, regresó a Praga y dio un nuevo empuje a su carrera periodística. Le ofrecieron encargarse de la sección femenina —así empezaron muchas escritoras y periodistas de renombre—, pero le dio su sello y dio algo más que unos meros consejos sobre moda. Escribía desde el yo, con su propia voz, perspicacia para comprender los acontecimientos que la rodeaban y una profunda empatía. Formó a un equipo de mujeres que se convirtieron en amigas. En lo personal también prosperó: se casó con el arquitecto Jaromír Krejcar (1895-1950), con quien tuvo a su única hija, Jana (1928-1981), apodada Honza; para Melina, los primeros años de la relación fueron su etapa más feliz. Sin embargo, un revés de salud, justo cuando acababa de ser madre, la dejó lisiada y adicta de la morfina. El matrimonio se rompió, aunque mantuvieron la cordialidad hasta el punto de que Milena ayudó a Krejcar y a su nueva pareja a escapar de los nazis.

Milena se aferró al trabajo, que le proporcionaba algo más que sustento: era su forma de intervenir en la sociedad checa, de advertir de las amenazas que se cernían sobre el país. Su reputación fue en ascenso, le encargaron piezas políticas, y, a medida que el nacionalsocialismo se imponía, se implicó más, tanto por escrito como con acciones: se afilió al Partido Comunista, del que renegó al conocer los abusos de Stalin. Más tarde, hizo todo lo que pudo por combatir el nazismo, desde teñir de ironía sus artículos para sortear la censura a tirar de contactos para ayudar a huir a los amigos; incluso involucró a su hija en la resistencia. Milena no se marchó: quiso ser coherente con su compromiso.

Y lo pagó. Buber-Neumann, militante comunista que ya había sobrevivido al gulag tras denunciar las prácticas estalinistas, conoció a Milena como presa política en el campo de concentración de Ravensbrück. Su libro es tanto una biografía como unas memorias en clave documental al estilo de Svetlana Aleksiévich, en las que cita textos de Milena y cumple su voluntad de compartir su testimonio del encierro. Habla de temas como el funcionamiento del campo, las jerarquías entre reclusas o la desigual relación con las supervisoras. Milena murió en 1944, de infección renal. Antes, dio lo mejor de sí hasta en las peores circunstancias, como amiga y como defensora del civismo y la libertad. La obra de Buber-Neumann es una contribución imprescindible a la memoria histórica; y la novela de Zgustova, una síntesis amena de la vida de una mujer intrépida que no eligió nunca el camino fácil, sino aquel en el que creía de verdad. Un ejemplo de integridad que deslumbró a Kafka y deslumbrará a todo el que la descubra.

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