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Literatura

Alberto Breccia y ‘Los mitos de Cthulhu’: cómo dibujar lo incognoscible

Astiberri recupera el clásico del cómic de terror, con un gran formato fiel a las ilustraciones oiginales de 1969

Alberto Breccia y ‘Los mitos de Cthulhu’: cómo dibujar lo incognoscible

Viñeta del relato 'La ciudad sin nombre', un a de las nueve historias de Lovecraft que reúne el volumen. | Astiberri Ediciones

Durante los últimos años del siglo XIX, un físico austríaco llamado Ludwig Boltzmann ideó un concepto que acabaría siendo tremendamente importante para el desarrollo de la ciencia moderna: la entropía. Sin querer entrar en nociones demasiado complejas, podríamos definir la entropía como el grado de organización del universo, que siempre tiende hacia el caos. Por naturaleza, toda materia tiende a descomponerse, desintegrarse, y homogeneizarse. 

No obstante, Boltzmann añadió que era posible encontrar pequeños sectores aleatorios de orden en nuestro universo, surgidos del caos de manera espontánea, y demostró matemáticamente que esto era una realidad. Nuestro planeta, un infinitesimal oasis de vida en un vasto vacío helado, es una de esas parcelas en las que reina el orden.  

Partiendo de esta noción, diversos astrónomos aludieron que, técnicamente, sería posible que un cerebro orgánico perfectamente funcional surgiera de este caos en algún lugar recóndito del cosmos, condenado a flotar eternamente mientras sueña con realidades que no existen. Algunos llevaron esta conjetura más allá, y se atrevieron a asegurar que, hasta donde podemos saber, toda nuestra realidad, todo lo que hemos vivido y todo lo que ha ocurrido jamás, no sería más que una suerte de simulación onírica imaginada por este ‘cerebro de Boltzmann‘.  

Si la idea de que toda la experiencia vital de cada humano que ha pisado la faz de la tierra no sea más que el producto de la ensoñación de un grotesco cerebro en ingravidez te resulta estremecedora, te doy la enhorabuena: acabas de experimentar en tus propias carnes una pizca de horror cósmico. 

Howard Phillips Lovecraft (Providence, Rhode Island, 1890) fue un hombre tremendamente adelantado a su tiempo, al menos en lo que a su propia capacidad de abstracción se refiere. Hasta su llegada, las historias de terror habían sido tradicionalmente enfocadas desde una perspectiva puramente antropocéntrica. Las historias de fantasmas, apariciones, muertos vivientes o vampiros habían triunfado durante la época victoriana, pero todas estas criaturas del imaginario colectivo tienen algo en común: en algún momento, tiempo ha, fueron seres humanos. 

Para Lovecraft, la emoción humana más primordial era el miedo, y entre todos los miedos, el miedo a lo desconocido era indudablemente el más puro. Partiendo de esta base, gracias a la afición a la astronomía que cultivó en su juventud y a una insólita conciencia del lugar que ocupa el ser humano en la inmensidad del cosmos, comprendió que el auténtico terror —aquel capaz de volvernos completamente locos— ha de proceder de lo inefable, lo inconmensurable, lo incomprensible; de los rincones más oscuros de las infinitas profundidades del espacio exterior. Donde antes había seres con brazos y piernas, más o menos fantasmagóricos, ahora encontramos tentáculos, alas demoníacas, apéndices vestigiales y probóscides de función indeterminada. 

Este enfoque, radical y perturbador, no solo redefinió el género del terror en la literatura, sino que también ha dejado una huella profunda en las artes visuales. Entre los artistas que mejor lograron plasmar esta terrorífica abstracción, destaca el ilustrador de origen uruguayo Alberto Breccia. Conocido principalmente por sus trabajos junto al guionista argentino Héctor Germán Oesterheld, los cuales solían albergar una fuerte carga política de lucha contra el autoritarismo, Breccia alcanzó la palestra internacional gracias a un estilo cada vez más propio y experimental. Como otros artistas, alcanzó la maestría en técnicas clásicas antes de permitirse abstraerse de las mismas para crear su propio estilo. 

En 1969, llevó a cabo una adaptación de Los mitos de Cthulhu (Astiberri Ediciones) que no sólo interpretaba nueve de los relatos más terroríficos de Lovecraft, sino que los expandía con arreglos de Norberto Buscaglia. Gracias a sus trazos aparentemente toscos pero milimétricamente pensados, Breccia logró capturar con sus ilustraciones el mismísimo espíritu del horror cósmico, plasmando ominosas escenas en su habitual monocromía que trasladan al lector a lugares oscuros de su propia psique. Así, una impecable mezcla de técnicas como la tinta, el gouache y el collage se une a una profunda comprensión del lenguaje pictórico, y acaba dando lugar a un estremecedor volumen, con un estilo único, tremendamente experimental para su época. 

A través de su pluma y de sus pinceles, Breccia supo trasladar a sus lectores a un universo donde la lógica y la comprensión humana quedan relegadas frente a la cosmogonía de los dioses antiguos, seres más viejos que el propio tiempo y que observan a la humanidad con crueldad e indiferencia. En ocasiones, cuando llega el momento de representar las grotescas e inefables geometrías perversas que componen el cuerpo de estos seres, las abstractas ilustraciones que propone Breccia recuerdan a una especie de test de Rorschach cósmico, cuyo fin no es psico-evaluar al paciente, sino trasladarlo directamente hasta el umbral de la locura. 

Cuando uno trata de repetir el ejercicio imaginativo que llevó a Lovecraft a idear su oscuro panteón de deidades atroces, se da cuenta de que la simple capacidad de alcanzar conceptos narrativos semejantes es un hito al alcance de muy pocos. El propio nombre de Cthulhu, el más conocido de estos seres, fue inventado por el autor con la intención de que sonara como algo que sólo podría ser pronunciado por una criatura cuya garganta no fuera humana. Este pequeño detalle, aunque aparentemente irrisorio, demuestra la completa ruptura con el terror antropocéntrico que el taciturno autor puso sobre la mesa. 

Breccia retrata un mundo donde las formas humanas se diluyen en sombras, donde pequeñas islas de orden atraviesan el aparente caos domina cada página, y donde la comprensión de la realidad es reemplazada por la noción de que el ser humano es absolutamente insignificante cuando sale de su esfera de dominancia más inmediata. Por fortuna, no es necesario ser un cerebro flotante para poder experimentarlo. 

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