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Literatura

'Buñuel y los sueños del deseo': un cómic sobre la creación de 'Belle de jour'

Reservoir Books publica la historia en viñetas de cómo se gestó esta mítica película

‘Buñuel y los sueños del deseo’: un cómic sobre la creación de ‘Belle de jour’

El cineasta Luis Buñuel da indicaciones a los actores Michel Piccoli y Catherine Deneuve durante el rodaje de 'Belle de jour'. | Entertainment Pictures (ContactoPhoto)

«Tengo una propuesta prácticamente aceptada —increíble— de Robert Hakim. Entre nosotros, es un tema absurdo, pero tentador. Puse como condición sine qua non realizar la adaptación en El Escorial con usted, si acepta. Se trata de Belle de jour de Kessel. Un enjambre de putas con espantosos conflictos entre el superyo y el ello. Sería interesante ver lo que podemos sacar de ahí (…) Lea el libro antes que nada. Es todo lo contrario a lo que pretende el cine moderno: un argumento muy, muy bien trabado, de una artificiosidad muy tentadora», le escribe Luis Buñuel a Jean-Claude Carrière el 22 de abril de 1966. La carta está recogida en la Correspondencia escogida y es el inicio del proyecto de coescribir el guion de la película. Ahora un cómic —sí, un cómic— narra este proceso en Buñuel y los sueños del deseo (Reservoir Books, a la venta el 12 de septiembre). 

Hace ya tiempo que los cómics se atreven con asuntos de lo más variopinto, y aunque la escritura de un guion puede parecer un tema insulso o disparatado como motor de una narración en viñetas, los autores logran mantener el seguimiento bien documentado de los meandros de este trabajo creativo a cuatro manos, sin por ello perder al lector por el camino. El dibujante Fermín Solís ya había dedicado otro álbum al surrealista de Calanda, Buñuel en el laberinto de las tortugas —sobre el proyecto de Las Hurdes, tierra sin pan—, que se convirtió en película de animación y ganó el Goya en esta categoría. Aquí se suman como guionistas el dramaturgo Esteve Soler y Óscar Arce, uno de los fundadores, junto a los dos hijos del cineasta, del Instituto de Cine Luis Buñuel, lo cual garantiza la veracidad histórica de lo que se explica. 

En 1966 y 1967, años de preparación y rodaje de Belle de jour, el realizador aragonés estaba en crisis: su carrera se movía entre México, donde llevaba años exiliado, y Francia, donde habían empezado a proponerle proyectos. Su obra anterior, Simón del desierto, rodada en México, había acabado convertida en un mediometraje porque los problemas financieros del productor paralizaron el rodaje. Buñuel estaba obsesionado con la idea de que con toda probabilidad esta nueva película sería la última, le rondaban pensamientos negros sobre la muerte y bebía más «buñuelonis» (un cóctel de invención propia, a medio camino entre el Negroni y el Martini, de alto voltaje etílico) de la cuenta. El joven Carrìere ejerció además de coguionista, también de apoyo y vigilante de Buñuel. 

No era la primera vez que colaboraban. Se había conocido en un festival de Cannes en el que el director hizo una suerte de casting de guionistas porque necesitaba uno francés que conociera bien Francia para Diario de una camarera, producida por Serge Silberman en 1964, con Jeanne Moreau como protagonista. Recordaba Carrière en sus memorias, Para matar el recuerdo, la primera pregunta que le hizo Buñuel cuando se encontraron en el restaurante: «’¿Bebe vino?’ No se trataba de una especie de formalidad, de convencionalismo, de frase hecha, sino de una verdadera pregunta que versaba sobre nosotros mismos. Cuando le respondí que no solo bebía vino, sino que incluso provenía de una modesta familia de vinateros, se le iluminó la cara con una sonrisa sincera». Después de esa película, habían trabajado juntos en otro proyecto, una adaptación de la novela gótica de Matthew Lewis, El monje, que no llegó a rodarse por problemas económicos de la productora. La escritura de Belle de jour se desarrolló en varias etapas entre Madrid, París y México. Buñuel siempre había trabajado con coguionistas. En sus inicios lo hizo con Dalí y en la etapa mexicana contó, entre otros, con la ayuda de un par de exiliados españoles como él: Julio Alejandro y Luis Alcoriza. 

Los productores de Belle de jour eran los hermanos Robert y Raymond Hakim, que aparecen en el cómic, aunque no se explica del todo bien quienes eran. Si me lo permiten, se lo apunto. Eran judíos de Alejandría que trabajaban en el cine francés desde los años treinta. Suyos son clásicos como Pépé le Moko de Julien Duvivier o La bestia humana de Jean Renoir. Después del paréntesis de la ocupación, que pasaron en Estados Unidos, tuvieron exitazos como A pleno sol, la adaptación del Ripley de Patricia Highsmith con Alain Delon. Eran, eso sí, productores a la antigua usanza, a los que les gustaba tener el control absoluto. Trabajaron con figuras de prestigio como Antonioni (El eclipse) y Losey (Eva) y el segundo acabó harto de ellos y amargado, por sus continuas intromisiones. 

Con Buñuel actuaron de su manera habitual. Es decir, fueron ellos quienes le propusieron adaptar Belle de jour de Joseph Kessel, publicada en 1928.  En su día fue escandalosa, pero cuatro décadas después las andanzas de Séverine, la esposa burguesa frígida que decide trabajar en un burdel para dar rienda suelta a sus fantasías sadomasoquistas, resultaban folletinescas. Cuenta el director en sus memorias, El último suspiro, que «la novela me parecía melodramática, pero bien construida. Ofrecía además la posibilidad de introducir en imágenes algunas de las ensoñaciones diurnas de Séverine (…) y afinar el retrato de una joven burguesa masoquista. La película me permitía describir con bastante fidelidad varios casos de perversiones sexuales. Mi interés por el fetichismo era ya perceptible en la primera escena de Él y en la escena de los botines de Diario de una camarera». Es decir, que se llevó la historia a su terreno, introdujo toques de humor —por completo ausente en la novela original— y orquestó escenas oníricas convertidas en imágenes icónicas de la historia del cine, como la inicial del carruaje en el bosque y los latigazos. 

El proceso de gestación fue un continuo tira y afloja entre los productores y el cineasta. Los Hakim veían un potencial éxito por lo morboso y escandaloso de la historia, Buñuel no quería limitarse a dirigir un encargo (como había tenido que hacer en más de una ocasión en su etapa mexicana, para alimentar a su familia). Uno de los puntos de fricción —que refleja bien el cómic— fue la elección de la protagonista. Con la propuesta de los Hakim venía impuesta Catherine Deneuve, ya consagrada como bellísima estrella del cine francés desde Los paraguas de Cherburgo de Jacques Demy. Además, la actriz había demostrado agallas para asumir retos al aceptar el arriesgado papel de perturbada en Repulsión de Polanski. Pero Buñuel detestaba a las estrellas, y temía no poder moldearla a su gusto. Además, le parecía fría, lo cual en realidad era idóneo para el papel. 

Con cazurrería, se negó a aceptarla y propuso alternativas como Jeanne Moreau y la mexicana Silvia Pinal, con las que ya había trabajado, o Monica Vitti. Pero los Hakim se mostraron inflexibles y en honor a la verdad hay que decir que en este caso los productores —que siempre son vistos como los malos de la película— tenían razón. La actriz lo pasó mal en el rodaje, preocupada por no mostrar demasiado en las escenas de desnudo, y al principio desconcertada porque Buñuel siempre fue muy reacio a dar indicaciones a los actores. Sin embargo, Denevue estuvo espléndida y este papel se convirtió en uno de los más emblemáticos de su carrera. No solo eso, el director quedó tan encantado con ella que tres años después la llamó para un papel mucho más improbable: el de heroína galdosiana en la versión de Tristana que rodó en Toledo. 

Aunque esto ya no lo explica en cómic, una vez terminada, Belle de jour sufrió un pequeño corte de la censura —en la escena del duque necrófilo en la que Deneuve se mete en un ataúd se eliminaron planos de imágenes religiosas—, pero triunfó en el festival de Venecia, donde ganó el León de Oro. Buñuel y Carrìere siguieron colaborando, unidos por una gran amistad. Prueba de ello es una curiosa carta que el francés le mandó al cineasta español, ya de regreso en México, para contarle el éxito del estreno en París, al que acudió con su mujer de entonces, la pintora Augusta Bouy. La misiva está incluida en la ya mencionada Correspondencia escogida, y me permitirán que les reproduzca un fragmento que muestra la complicidad que había entre ambos y el efecto estimulante que el visionado del largometraje tuvo en Carrìerre: «Tras la proyección, la gente no conseguía separarse. Se quedó más de una hora hablando de la película, y la mayoría estaba aturdida. Augusta y yo regresamos a casa juntos. Bebimos una botella de Beaujolais y luego más alcohol, con queso, y brindamos a su salud con nuestras copas llenas. Estábamos felices, muy enamorados y un poco ebrios. Cuando fuimos a acostarnos era muy tarde. Le pedí a Augusta que se pusiera unas medias negras, un corsé rosa y un sostén de encaje, pero no tiene. Entonces le dije ‘acuéstate’. Me gustaría que naciera un hijo nuestro esta noche».

Cosas del impacto erótico de Belle de jour. Pero Luis Buñuel logró otro, igual de interesante: el desconcierto que provoca en los espectadores la famosa escena en la que un cliente oriental muestra a las chicas del burdel una cajita de la que al abrirla surge un extraño zumbido. Todas se horrorizan, excepto Séverine. ¿Qué hay en ella? Cuenta en sus memorias: «De todas las preguntas inútiles que me han formulado acerca de mis películas, una de las más frecuentes, de las más obsesionantes, se refiere a la cajita… ‘¿Qué hay en la cajita?’ Como no lo sé, la única respuesta posible es: ‘Lo que usted quiera’». Una genialidad del maestro surrealista. 

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