Fran G. Matute relata en un libro la vida de Quico Rivas, uno de los padres de la movida madrileña
En ‘A Quico Rivas. Por una revolución de la vida cotidiana’, el autor explora la figura del artista conquense
Hay personajes clave en las dinámicas de formación de las escenas artísticas, personajes que rehúyen los focos, las celebraciones y festividades, y que trabajan más o menos en la sombra, pero que siempre están ahí: conspirando para que las cosas sucedan. Es el caso de Francisco Rivas Romero-Valdespino (Cuenca, 1953 – Ronda, 1 de junio de 2008), más conocido como Quico Rivas, uno de los creadores de la movida madrileña; personaje multifacético, excesivo: situacionista y agitador cultural, creador de fanzines underground, grupos artísticos, exposiciones, catálogos y colaborador de múltiples diarios y revistas. De linaje aristocrático, pero con voluntad anarquista, quedó siempre en los márgenes de la oficialidad. Más conocido como crítico de arte y comisario de exposiciones, sin embargo, su figura es mucho más compleja que la de un simple conspirador ácrata. Él mismo, dejó dicho en su última entrevista: «Yo mismo cultivé mi leyenda de mi mala fama, que es la única fama respetable».
«Quico Rivas es un personaje que parece que estaba en todos los sitios», nos cuenta el investigador de la contracultura sevillana, Fran G. Matute. Gracias a sus indagaciones en la contracultura del sur de España, y que ya ha venido dando sus frutos como, por ejemplo, en el libro Esta vez venimos a golpear (Sílex, 2022), el crítico literario y escritor sevillano se fue topando sin parar con la figura de Quico Rivas. Un día conoció de manera un tanto azarosa a la familia de Rivas, y estos le dieron acceso a su archivo privado. Ello, sumado al archivo que custodia el Museo Reina Sofía de Madrid, y a diferentes materiales que Matute ha ido encontrando con el tiempo, en diferentes correspondencias, poemas inéditos y entrevistas que ha ido realizando a personas que lo conocieron, le han dado pie a la escritura de este libro; un breviario, en realidad: A Quico Rivas. Por una revolución de la vida cotidiana (Athenaica, 2024).
El libro toma el formato de una carta y su origen nos lo explica el propio autor así: «Es una cosa de carambola, yo me acuerdo de que saqué de uno de los textos de Quico Rivas que más me impactaron, que fue la biografía de Pedro Luis de Gálvez, que se publicó de manera póstuma, ya que cuando fue a sacarla coincidió con la novela de Juan Manuel de Prada, Las máscaras caras del héroe, que hablaba también de Gálvez, entonces Quico pensó ‘ya me ha pisado este hombre al personaje y yo ya no tengo nada que decir’». Aquella novela de De Prada comenzaba con una carta, una carta que escribía Pedro Luis de Gálvez a su carcelero. «Entonces, cuenta Matute, como yo me vi investigando a Quico Rivas y sepultado entre tantísimas cajas, con tantísima información, me sentía también un poco como atrapado, un poco encarcelado entre tantos datos». De ahí, el autor decide servirse del formato carta para «ponerme a hablar con Quico Rivas, para que me muestre un poco el camino de salida, que me ayude a interpretar todos esos papeles que tenía sobre la mesa». A resultas del formato, la breve biografía se lee como el espacio de intimidad de dos amigos, en la que se da la admiración, el agradecimiento, la sorpresa y la perplejidad, el cariño, pero también algunos tirones de orejas (afectuosos, eso sí).
Un teórico militante
Ya de adolescente y en la ciudad de Sevilla, Quico Rivas se inicia como crítico de arte y participa en la creación del Equipo múltiple y en centros de creación como el M-11. A los 25 años su poética como crítico queda establecida en el artículo «Solo tengo ojos para ti (Confesiones de un fan ilustrado)». En adelante, seguirá participando en infinidad de revistas y diarios, ya en Madrid, y propulsando el trabajo de diversos creadores; también en la escritura de múltiples catálogos de exposiciones. Rivas era un crítico silvestre, un anarquista que también prueba suerte (pero no tiene demasiada) en la edición de libros. Un outsider de convicciones situacionistas que siempre prefirió promover a los demás, dejando su obra literaria al margen (la mayoría quedó inédita a su muerte). Se decía, además, «pintor dominguero» (pintaba de puertas adentro) y su obra pictórica de madurez apenas la mostró sino al final de su vida.
Siendo muy compleja la vida de Quico Rivas, Fran G. Matute prefiere concentrarse en su libro en la faceta más intelectual. «Yo creo que él fue una especie de empollón, de erudito, y entonces digamos que tenía muy claras las lecturas que podría hacer sobre el arte y la literatura», afirma Matute. Se movía en el mundo de la teoría intelectual «con cierta soberbia. Pero creo que, como creador, respetaba tanto la creación que él siempre tenía ahí un poco el prurito de sentirse un intruso», añade Matute. Desde muy joven, Quico Rivas escribía poemas, pintaba, pero mostró muy poco. Es cierto que intentó publicar sus versos, pero «digamos que ahí ciertas azarosidades hicieron que no salieran. Podrían haber salido, él quiso publicarlos, pero no salieron». Además de sus versos, queda en el cajón una novela inédita, Lo que dura una canción, y amplios diarios que cubren diversos periodos de su vida. Se ha de hacer notar que gran parte de sus papeles se quemaron en un incendio de su casa de Los Molinos, en la Sierra de Guadarrama, por lo que hay bastante material perdido sobre el que nunca sabremos nada.
La figura de Quico Rivas a veces se podía asemejar a la de otros contemporáneos suyos como Eduardo Haro Ibars o el mismísimo Leopoldo María Panero, sin embargo, opina Fran G. Matute que «yo no lo veo a él como un poeta maldito, quiero decir, él fue una persona que vivió la noche muy fuerte y que estuvo en todos los ambientes, pero yo creo que él nunca llegó a ser maldito. Él era una persona que trabajaba muchísimo, que sí, que podía cogerse unas cogorzas enormes, pero que luego estaba ya al pie del cañón, entregaba los textos en plazo, era muy cuidadoso, muy perfeccionista; es decir: era alguien un poco dionisíaco, a quien el placer y la noche le llamaban mucho».
Y añade: «Pero luego ni su obra poética ni su obra pictórica es la de un maldito, es decir, son poemas bastante estándar, incluso luminosos. No era un borracho ni era un drogadicto, era alguien que disfrutaba de la noche, sí, pero ya te digo que luego tenía la cabeza muy bien amueblada, y sus excesos no te creas que era algo que era tampoco muy conocido, es decir, que lo llevaba con cierta… Vamos, con bastante privacidad». Lo cual no quita, empero, que también fuera un pillo, una suerte de sablista. Aunque «de todos los amigos y de la gente que conoce a Quico nadie habla mal de él», nos cuenta Matute, quien añade que «Quico Rivas también era terriblemente generoso, lo que te desmitifica la ideal del maldito, pues no era un caradura ni un jeta, lo que pedía, lo cogía y lo devolvía en cuento podía; vamos, que tampoco iba abusando de las amistades».
El anarquista vitalista
De cualquier modo, Quico Rivas, en opinión de Fran G. Matute, sostuvo una coherencia en toda su obra: «nunca vendió su alma al diablo». Era un anarquista que explotaba las cosas desde dentro; así consigue que le echen de El País e incluso de Televisión Española (trabajaba en La edad de oro, con Paloma Chamorro). «Se dedicaba un poco a dinamitar su posición cuando podía haber alcanzado una posición de sosiego, pero él la dinamitaba rápidamente. Yo creo que porque se aburría, también, y eso le imposibilitaba el asentarse en ningún sitio. Es que él, más de equis tiempo, no podía quedarse en ningún lugar».
A Quico Rivas. Por una revolución de la vida cotidiana es un libro dividido en dos partes y que participa, de alguna forma, de ese modo juguetón y esquivo de ver la vida del propio personaje. Ya que la primera parte se corresponde con la misma carta y, en la segunda, Fran G. Matute inocula en el texto un juego metaliterario: se supone que la carta que conforma el libro se halla en la caja número 43 del «Archivo Quico Rivas», custodiado por el MNCARS, y ha sido encontrada por el archivero Marius Lazar. A ello le siguen 17 páginas con notas al pie y mucha información con la que poder construir en el futuro una amplia y completa biografía de Quico Rivas. Preguntado sobre si será él, Matute, quien se ocupará de tamaña empresa, nos confiesa que «sí, la quiero hacer yo, pero la haré con muchísima calma. Sigo haciendo entrevistas y no paro de investigar sobre Quico, sigo encontrando textos inéditos; en fin, es un no parar, pero ponerme con la biografía… le queda, le queda todavía un tiempo para que pueda sentarme a hacerla». Habrá que tener un poco de paciencia, pues.