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Literatura

Elena Fortún, la forja de una rebelde

La escritora María Montesinos novela los años de formación en la vida de la creadora de ‘Celia’ en su último libro

Elena Fortún, la forja de una rebelde

Elena Fortún.

En octubre de 1924, una mujer que se acerca a los cuarenta regresa a Madrid con su familia después de unos años en Canarias, donde estuvo destino su marido, Eusebio, militar de profesión y hombre de teatro de vocación. Los acompaña el recuerdo de Bolín, su hijo pequeño, fallecido a los diez años. El mayor, Luis, ya es adolescente, quiere ser diplomático y cada vez va más a su aire. En la capital no les faltan amigos. Las amigas, en el caso de ella: un nutrido grupo de intelectuales que frecuentan las tertulias e impulsan instituciones como el Lyceum Club y la Residencia de Señoritas, que a lo largo de la década se convertirán en su segunda casa.

La recién llegada se encuentra en un punto de inflexión. En Canarias comenzó a escribir artículos para un periódico, y ha descubierto que le gusta escribir, que desea continuar y expandirse. Se siente insegura, porque no ha recibido tanta instrucción como la mayoría de la gente del gremio, aunque su tono ligero en apariencia gusta al público y, aún más importante, ella está dispuesta a aprender. Pero su punto de inflexión va más allá: quiere separarse de su esposo, con quien hace tiempo que no se entiende, una idea impensable por aquel entonces, y también relacionarse más con sus coetáneas, socializar más, ahora que ya no tiene que estar tan pendiente de su hijo. En otras palabras: convertirse en una mujer independiente de verdad y tomar, al fin, sus propias decisiones.

Esta mujer se llama Encarnación Aragoneses, pero se hizo conocida bajo el pseudónimo de Elena Fortún. Nació en Madrid en 1886 y se dio a conocer en 1928, cuando empezó a publicar sus historias sobre Celia, esa niña traviesa y curiosa, en el suplemento infantil del periódico Blanco y Negro. Poco después comenzaron a publicarse en forma de libro, con tanto éxito que se convirtió nada menos que en la escritora española más vendida de su época. Ella, Encarna, Elena, protagoniza Te llamaré Celia (Ediciones B, 2024), la última novela de María Montesinos, que se centra en aquellos 15 años, desde su llegada a la capital hasta el estallido de la guerra que provocó su exilio. Además de convertirse en escritora, llevó a cabo una metamorfosis personal completa.

En el periodo de entreguerras floreció un movimiento de feminismo y progreso social que el franquismo aniquiló y los manuales de historia invisibilizaron. El Madrid que descubre Elena Fortún es el del Lyceum, la Residencia de Señoritas y el teatro del Círculo de Bellas Artes. Escritoras, educadoras, científicas, abogadas, diferentes perfiles con una causa común: la lucha por la educación de las mujeres, el derecho al voto y la creación de espacios donde ellas pudieran intervenir en el debate sociopolítico. La responsable del Lyceum era María de Maeztu, «la locomotora brava e incansable de un tren al que no paraban de subirse pasajeras» (p. 109); y por allí estaban María de la O Lejárraga, Carmen Baroja, Victoria Kent o Isabel Oyarzábal, entre muchas otras.

Organizaban conferencias de alto nivel (Marie Curie, Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral estuvieron allí) y, sobre todo, estimulaban el estudio y se apoyaban entre ellas para que cada una brillara en aquello que mejor sabía hacer. A menudo, las mismas que asistían a charlas impartían luego talleres de su especialidad; era una cadena que se retroalimentaba. En ese contexto, Encarna –porque entonces aún no era Elena Fortún– se sentía pequeña. A diferencia de sus amigas, todas muy cultas, apenas había recibido educación; perdió a su padre a los 13 años y su madre, una mujer vasca de alcurnia, controladora y tradicional, no veía con buenos ojos que fuera al colegio o jugara con otras niñas. Casarse a los 19 con su primo Eusebio, con el que compartía cierta afinidad por las letras aunque no estaba enamorada, fue su forma de escapar del nido.

Pioneras del feminismo español

Esa infancia solitaria, con todo, estimuló lo que sería su mayor talento: un rico mundo interior. La sencillez de sus narraciones, su oído para el lenguaje coloquial, su atención a los niños, le deben mucho a esa trayectoria lejos del ámbito académico. Aun así, ella no estaba dispuesta a quedarse ahí: comenzó a formarse como bibliotecaria –oficio que desempeñó durante su exilio en Argentina– y, sobre todo, continuó escribiendo. Gracias a sus amigas, que creían más en su valía que ella misma, conoció a Torcuato Luca de Tena, el director de la revista Blanco y Negro, que pergeñaba el relanzamiento del suplemento infantil Gente Menuda, del que ella acabó siendo responsable. Las aventuras de Celia eran su gran éxito, pero además elaboraba pasatiempos y otras secciones (de ahí que firmara con diferentes seudónimos), siempre con la complicidad de unos ilustradores que también hicieron mucho por la cultura de la gente de a pie.

La creciente popularidad de Celia llevó al editor Miguel Aguilar a publicar sus historias en forma de libro, y a animarla a atreverse con una narración más larga, una novela. Los libros causaban furor, se vendían nada más llegar a las librerías, se reimprimían ante la estupefacción de su autora. En esta aproximación de María Montesinos, la sororidad del círculo de mujeres resultó providencial para alentar a Encarna, que pese a sus logros se mantuvo humilde. La baja consideración de la literatura infantil también contribuía a ello, empezando por su marido, rabioso porque había conseguido en poco tiempo lo que él había ansiado durante toda su vida. Era un hombre atormentado, que, como Encarna, en su juventud tomó decisiones bajo presión familiar. Ella lo maneja con mano diestra, pero poco a poco va aumentando las distancias.

Nunca descuidó a su hijo, pero el chico cada vez la necesitaba menos: se implicó en el movimiento estudiantil contra la dictadura de Premio de Rivera. Los padres, que en lo relativo a él se mantuvieron unidos, se asustaron por los altercados con la policía y lo convencieron para proseguir sus estudios en el extranjero. Encarna disponía de tiempo para sí misma: trabajadora incansable, dedicaba muchas horas a sus colaboraciones con la prensa, que iban en aumento y se diversificaban. No solo gustaba Celia; también eran bien acogidos sus artículos, precisamente por su tono desenfadado, que conectaba con las preocupaciones de cualquier lector. Y sacaba tiempo para sus amigas, por supuesto. Envidiaba a las jóvenes, las que ya nacieron con la convicción de ser más libres, de aspirar a algo más que el binomio esposa-madre.

Entre ellas, una la influye de forma particular, la escenógrafa y diseñadora de vestuario Victorina Durán, una chica lesbiana que no se esconde. A pesar de las ideas modernas del Lyceum, entre sus socias todavía cuesta aceptar estas identidades, que tachan de «invertidas, desviadas» (p. 277) –esto llevará a las perjudicadas a fundar su comunidad, el Círculo Sáfico–. Para Encarna, lo más difícil fue aceptarse a sí misma tras asumir que también era una de ellas, al enamorarse de la grafóloga Matilde Ras: «sentía que algo había mal en su interior, algo torcido, equivocado» (p. 146). Su relación, que llevaron en secreto, es otro punto fuerte del libro: María Montesinos narra sus luces y sus sombras con elegancia, sutileza y contención, sin edulcorar ni caer en el dramatismo. Pasar de Encarna a Elena Fortún (que, a propósito, estaba tomado de una novela de su marido) fue, en definitiva, mucho más que la adopción de un nom de plume.

Guerra y exilio

El trabajo, la amistad, el amor… Por cambiar, cambió hasta de imagen: más cómoda, a la moda, con chaquetas «masculinas». La mujer discreta que llegó a Madrid como una esposa que apenas daba sus pinitos en la escritura se exilió 15 años después como una escritora querida por los lectores y los amigos que, si bien no llegó a separarse, sí logró una suerte de emancipación emocional que le permitió romper sus límites. Así, al menos, la retrata María Montesinos en su libro, una novela de factura impecable sobre una pionera en muchos aspectos que es a la vez un fresco social que rinde homenaje a las primeras feministas. Hay una gran labor de documentación detrás, pero sin que se note: convierte la biografía en narrativa, los nombres propios en personajes, sin excederse con los datos. El resultado es una obra amena y cuidada, llena de decisiones inteligentes (como los bien elegidos saltos temporales o los textos en primera persona del epílogo), que invita a leer a Elena Fortún, pero también a redescubrir a sus coetáneas, esas mujeres brillantes a las que tanto debemos.

Pese a delimitar el grueso de la novela en aquel periodo prodigioso para Elena Fortún, la autora tiene el acierto de comenzar con un prólogo que evoca el momento de su muerte y concluir con unas páginas, en forma de apuntes de diario y cartas, que condensan el estallido de la guerra y su huida a Buenos Aires, donde vivió hasta 1948. A su regreso a España, se instaló en Barcelona, donde unas jóvenes Carmen Laforet y Esther Tusquets le escribieron con admiración. Con todo, la esperanzadora época del Lyceum y de su romance con Matilde quedaba lejos, y aquellos últimos años fueron tristes para ella: ya muy enferma, volvió a Madrid, donde murió en 1952.

Elena Fortún nunca dejó de escribir, tampoco durante el exilio, cuando se encontraba con dificultades para continuar publicando en España. Animada por Miguel Aguilar desde la distancia, escribió más novelas sobre Celia, entre las que merece la pena destacar Celia en la revolución (1987), donde narra la realidad de la Guerra Civil desde el punto de vista de su personaje emblemático y es una de las obras más relevantes que se han publicado sobre el conflicto.

Más allá del universo de Celia, en los últimos años han visto la luz por primera vez dos obras inéditas que, por su contenido lésbico, tuvo que guardar a buen recaudo: Oculto sendero (2016), una suerte de autobiografía ficcionalizada, y El pensionado de Santa Casilda (2022), coescrita junto a Matilde Ras y cuyo proceso de escritura se narra en Te llamaré Celia. Gracias a la editorial Renacimiento, al trabajo de estudiosas como Nuria Capdevila-Argüelles y María Jesús Fraga, y, ahora, también a la novela de María Montesinos, hoy es posible conocer por fin a la que es sin duda una de las autoras españolas más importantes del siglo XX.

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