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«Estaríais dispuestos a preguntarle a Siri cómo asesinar a Trump?»

David Leavitt ridiculiza en la novela ‘A resguardo’ la reacción de la izquierda caviar a la primera victoria del republicano

«Estaríais dispuestos a preguntarle a Siri cómo asesinar a Trump?»

El escritor estadounidense David Leavitt. | Marilla Sicilia (Zuma Press)

La campaña electoral estadounidense está calentita. Demasiado. El sábado detuvieron a un tipo con una escopeta, una pistola y un pase VIP falso en la entrada de un mitin de Trump en California. Es el tercer intento de atentado contra el candidato republicano. Que sepamos.

Lo de «¿Estaríais dispuestos a preguntarle a Siri cómo asesinar a Trump?» era una broma. Más o menos… Con ella arranca la novela A resguardo (Anagrama), de David Leavitt. Eva Lindquist es una encarnación del arquetipo de la izquierda exquisita estadounidense. Afincada en Manhattan, por supuesto, recibe a unos amigos de su misma condición en su «casa de fines de semana en Connecticut» el primer sábado tras las elecciones de 2016. 

«Lo pregunto solo porque, desde las elecciones, me ha dominado el deseo urgente y loco de preguntárselo. Pero tengo miedo de que, si lo hago, Siri informará de ello inmediatamente al Servicio Secreto y vendrán a detenerme», explica Eva. Su marido Bruce discrepa: «Si fuéramos de una célula de ISIS o algo parecido… Pero un grupo de personas blancas tomando té en un porche cubierto en el condado de Litchfield… No creo».  

Ni Eva ni ninguno de sus amigos intenta asesinar a Trump. Pero Eva sí toma la determinación de huir del país. Se va unos días a Venecia con Min, una amiga/escudera entregada con pasión (y gastos pagados) a la causa del quijotismo cool, que culmina al encontrar a la venta un lujoso apartamento, parte de una vieja mansión. Eva, fascinada por la dueña, una aristócrata venida a menos, se deja timar con la ilusión de establecerse en la Vieja Europa, lejos de Trump. 

Mientras se soluciona la compraventa, debe volver a la dura vida en las trincheras. En su apartamento en Manhattan se enfrentará a peripecias tan épicas como convencer a su decorador de que se encargue de la casa en Venecia o reprender a su marido, un millonario asesor de gestión de patrimonios que osa charlar con un vecino trumpista cuando coinciden sacando a pasear a sus respectivos perros… y, claro, los perros de izquierdas «reconocen al diablo en cuanto lo ven» y luego, histéricos, se cagan en el sofá de diseño.

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Servicio doméstico

Pese a todo, la heroica Eva se las apaña para seguir cumpliendo su deber y organizar cenas que cocina un elenco rotativo de bohemios contratados conforme a rígidos criterios de aptitud laboral: no tienen un dólar y son jóvenes, guapos y gays. Eva, por supuesto, no los trata como al servicio: incluso pueden comer con el resto. Pero uno de ellos abusa de su bondad y traspasa la línea roja de la familiaridad al pedir consejo sobre su vida íntima. Eva no vuelve a llamarlo.

También tiene que lidiar con el servicio doméstico convencional. Le conmueve que su criada Amalia «se deja la piel aquí, para luego tener que ir a dejársela otra vez en su apartamento». Cuando un amigo le pregunta dónde vive, «Eva hizo un gesto vago en dirección a la ventana de la cocina y dijo-: Oh, no sé, en alguna parte de Queens, creo…- Como si ‘alguna parte de Queens’ fuera un país del tercer mundo al que solo los misioneros y los cooperantes viajaban alguna vez». 

Pero hasta su fiel Amalia es fuente de zozobra en tiempos convulsos. Eva le cuenta a una amiga que la pilló viendo Good Morning, America y decidió «tener una charla con ella». Le dice: «¿Cómo soportas siquiera mirarle cuando lo que quiere es levantar un muro en la frontera y devolver a Honduras a todos sus parientes?» Pero la cosa se tuerce: «Entonces se ha puesto insolente y me ha dicho: ‘Todos mis parientes son legales’».

Pobre Eva. 

Tom Wolfe, referente

Y todo así. Yo juraría que descaradamente parecido (con menor brillo literario, pero el mismo tono y tema) al Tom Wolfe de La Izquierda Exquisita & Mau-mauando al parachoques o La hoguera de las vanidades. Sí, Tom Wolfe, ese emblema reaccionario… Que se suponía que era un referente de las letras estadounidenses. Las críticas que he leído de A resguardo no lo mencionan. En The New York Times, por ejemplo, Michael Callahan prefiere comparar a Leavitt con un «Aaron Sorkin con esteroides». 

Curiosamente, el mismo Leavitt pasa ostensiblemente de la referencia a Wolfe cuando se la planteo en una entrevista por email de lo más curiosa: 

P.- En la novela hay una descripción muy crítica de los llamados «liberales» [nada que ver con la acepción europea: en Estados Unidos denominan así a lo que aquí llamaríamos izquierdistas o progresistas]. ¿Podría entenderse como una actualización de las críticas que hizo en su momento gente como Tom Wolfe? ¿De dónde viene ese tipo de gente y por qué? ¿Cómo han evolucionado?

R.- Cuando concebí A resguardo, estaba decidido a que fuera una obra cómica en la tradición de escritores como Muriel Spark, Henry Green, George W. S. Trow e Ivy Compton-Burnett. Como los escritores de Europa del Este han demostrado durante décadas, el humor es a menudo la mejor manera de transmitir la experiencia de que un dictador loco se inmiscuya en la propia conciencia. Por eso decidí centrarme en liberales adinerados -gente para la que aparentemente había poco en juego- y sacarlos, a través de Eva, de su zona de confort. En su haber, Eva no permite que sus amigos se queden al margen y finjan ser inmunes. Aunque no es precisamente un personaje simpático, no teme a la verdad.

Trump como enfermedad

[Otra pregunta] P.- La versión española de la novela llega cuando su primera frase acaba de cobrar una intensidad distinta a la original tras los recientes intentos de asesinato. ¿Cuál es su relación actual con A resguardo?

R.- A riesgo de insinuar alguna habilidad psíquica por mi parte, diría que la novela, que escribí en 2018 y 2019, es ahora más pertinente que nunca. Una perspectiva que Eva no se permitiría contemplar -una segunda presidencia de Trump- es ahora una realidad aterradora. Y al igual que Eva, muchas personas que conozco (y me incluyo en este grupo) están considerando seriamente mudarse al extranjero si Trump gana un segundo mandato. En cuanto a los intentos de asesinato, ninguno parece haber tenido mucho efecto en la campaña. La gran sorpresa es Kamala Harris, que parece tener posibilidades reales de vencer a Trump. (Dudo que Biden hubiera podido ganarle).

 [La pregunta del meollo:] P.- ¿Qué significó el fenómeno Trump para esa clase social? ¿Cómo ha evolucionado?

R.- Trump es una presencia perniciosa e ineludible en todas las mentes estadounidenses, tanto en las de quienes le despreciamos y tememos como en las de quienes le veneran. De hecho, yo diría que el miedo a Trump se ha convertido prácticamente en una enfermedad psiquiátrica diagnosticable. En cuanto a los medios de comunicación, en particular los de izquierdas, incluso el New York Times y la CNN parecen empeñados en mantener a Trump constantemente vivo en nuestras mentes (parece estar en mi televisor cada vez que lo enciendo). Resultado: una sensación de desestabilización constante que recuerda los años de su presidencia, cuando generaba crisis tras crisis a un ritmo tan rápido que apenas podíamos seguirle el ritmo. El objetivo, por supuesto, era mantenernos desequilibrados. Es la táctica favorita de los dictadores.

Decir la verdad

[Otra más, no sé… ¿metaliteraria?, ¿un por si acaso?] P.- Esa clase social domina los ambientes intelectuales. ¿Ha tenido problemas por el contenido y/o el tono del libro? ¿Algún intento de censura o cancelación? ¿Qué opina, en general, del movimiento woke? 

R.- El libro no ha generado ninguna polémica en particular. Creo que los lectores simplemente lo aceptan como un retrato de un momento histórico concreto y, lo que es más importante, como una novela cómica que es, espero, divertida de leer. En cuanto al movimiento woke, en este momento me preocupa mucho más el movimiento anti-woke que ha tenido efectos tan perniciosos en la educación, sobre todo en mi estado natal de Florida. Estamos en un momento en el que muchos de nosotros en el mundo académico nos sentimos tironeados por ambos lados: por un lado, hay un empuje hacia la diversidad que puede parecer, a veces, poco literario; por otro, el desmantelamiento de la DEI en muchas universidades públicas, incluida aquella en la que enseño, es aterrador y peligroso. Mi propia solución es seguir haciendo lo que siempre he hecho, tanto en mi trabajo como con mis alumnos: decir la verdad y animarles a decir la verdad, sin importar los riesgos.

[Y la última] P.- ¿Qué opina del clima político actual en Estados Unidos? ¿Cree que la polarización puede llegar demasiado lejos?

R.- En los días malos, me preocupa la guerra civil. En los días buenos, imagino un retorno, bajo Kamala Harris, a la cordura y la inteligencia que caracterizaron la presidencia de Obama.

Tras leer las respuestas al cuestionario vuelvo a mis notas del libro. ¿Estamos hablando de la misma novela? 

A Leavitt no le gusta Trump. A mí tampoco. En realidad, a muy poca gente le gusta realmente Trump. La cuestión es lo que hay que tragar para ser oficialmente alguien al que no le gusta Trump. Por ejemplo, a Eva: «Aunque no es precisamente un personaje simpático, no teme a la verdad».

Al principio de la novela, uno de los personajes se atreve a decir: «¿Ninguno de vosotros se ha dado cuenta de que Eva es un poquito fascista?» Cuando Min salta como un leopardo, matiza: «Bueno, no lo digo en el sentido político. Me refiero a que cree que sabe lo que es bueno para la gente mejor que la gente misma». A lo que un editor que juega el papel de cínico en la pandilla y en ese momento «estaba leyendo la London Review of Books replica: «En ese sentido todos somos fascistas». Cuando alguien recuerda que «el gobierno de la mayoría es un principio fundamental, y tenemos que protegerlo aun cuando no nos guste quién ha ganado las elecciones», el editor dicta sentencia: «Suenas como mi maestra de quinto curso». 

Jake, el decorador, no termina de estar a gusto en la pandilla. Sus dudas y matices dan un poco de densidad a la parodia. Al final se regocija con la liberación del marido de Eva: aprovechando que ha viajado a Venecia para cerrar la compra de su refugio anti-Trump, le pone unos colosales cuernos. 

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