Gioconda Belli y los sueños rotos de una revolución traicionada
La escritora nicaragüense, exiliada en España, reflexiona en su última novela sobre los costes del compromiso político
Han cambiado muchas cosas desde que en 2018 Gioconda Belli presentó en España su anterior novela, Las fiebres de la memoria. Entre otras, un par de libros de poesía —El pez rojo que nada en el pecho y Una mujer furiosamente piel—, un ensayo —Luciérnagas— y un galardón, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana concedido en 2023. Además, claro, de una pandemia y el exilio tras su actitud crítica con el Gobierno de Daniel Ortega. Ahora, nacionalizada en nuestro país desde el pasado mes de enero, la nicaragüense acaba de presentar, ya como española, su último libro.
Un silencio lleno de murmullos (Seix Barral) es, sin duda, una de sus obras más personales. La historia de una madre comprometida políticamente con su país, Nicaragua, y el sacrificio personal que tiene que asumir, distanciarse de su hija, para luchar por sus creencias ideológicas. Una herida aparentemente ya resuelta que la propia Belli ha narrado en infinidad de ocasiones. «Los hijos de quienes nos involucramos en la revolución sufrían una suerte de abandono. El de los padres se aceptaba. Otra cosa pasaba con las madres. Esa ausencia materna cargaba a ambas partes con un nivel de reproche y culpabilidad muy doloroso. He pensado en mis hijas escribiendo esta novela», ha comentado al respecto. Una cicatriz de la que ya escribió en El país bajo mi piel pero que, como ocurre con el dolor de huesos y el mal tiempo, a veces vuelve, a pesar de haber sanado ya.
Es inevitable establecer paralelismos entre la escritora y la protagonista de Un silencio lleno de murmullos, una activista llamada Valeria, comprometida con los cambios políticos de Nicaragua, que arrastra una complicada relación con su hija, Penélope. No obstante, la escritora invierte aquí los papeles, y lo narra desde la perspectiva de esa hija que, tras el fallecimiento de su madre, viaja hasta Madrid para ocuparse de sus bienes materiales. Una vez allí, tras declararse el estado de alarma por la pandemia, se quedará encerrada en una casa habitada por el pasado, por la historia de su progenitora, que es también la suya, por los fantasmas y por los secretos que, poco a poco, van aumentando la tensión narrativa del texto hasta convertirlo en todo un relato de suspense.
Belli regresa aquí a algunos de sus grandes temas —el cuerpo y la sexualidad femenina, la relación materno-filial y la revolución— y entrelaza así el pasado con el presente, sueño y realidad, mientras hurga en los entresijos de esta historia familiar, atravesada por los acontecimientos políticos, pero también de la memoria de un país sacudido por las tiranías. Y lo hace con una voz crítica, dolida, de quien alguna vez soñó con el cambio.
«Desde aquel 25 de febrero de 1990, cuando la votación y la voluntad popular decidieron el fin de la revolución, han pasado casi treinta años» —cuenta en su libro—. «Por un tiempo después de ese día inesperado creímos que el cambio de rumbo podría ser sano y arrojar resultados nuevos, pero nada de eso sucedió. Del trauma colectivo no hubo recuperación y los peores instintos salieron a rondar al poder disuelto. Fue sucediendo bajo nuestras narices, pero creo que nos resistíamos a creerlo. A veces entiendo que la intensidad de lo vivido creara para muchos, que solo vivieron la energía de lo que fue, una especie de dique del flujo del tiempo que les permitió omitir los años sin el sandinismo en el poder y creer que, al retornar Ortega, se repetiría la revolución».
El ocaso de un sueño
Militante en el Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua desde 1970, la propia Belli luchó contra la dictadura de Anastasio Somoza y participó en la revolución popular sandinista. Su experiencia atraviesa la espina dorsal de este libro que nos narra también el ocaso de un sueño. Los sacrificios y el coste personal que tuvieron que asumir por unos ideales y unas aspiraciones que nunca se cumplieron.
Desde 1979, ella misma desempeñó varios cargos en el Gobierno pero, tras el rumbo autoritario que fue adquiriendo, renunció en 1993. «Poco tiempo transcurrió antes de que la desilusión y el desconcierto echaran raíces entre los que habían sido compañeros. La camaradería dio paso a amargas discusiones. El tinglado que antes parecía sólido se agrietó. En su afán por salvarse de la debacle, Daniel Ortega se hizo todopoderoso. Lo que había sido un heroico movimiento guerrillero se transformó en un informe partido político», relata en la novela.
Mientras Belli promocionaba su citado libro de 2018, otro acontecimiento marcó el devenir de la historia de su última publicación. Pocos meses antes, las protestas de Nicaragua habían sido reprimidas violentamente por el Gobierno de Ortega. En Un silencio lleno de murmullos, es la hija, Penélope, la que protagoniza estas revueltas. «Me subía el odio a la garganta al recordar el terror de que nos rodearan cientos de antimotines en la universidad. Los francotiradores con sus fusiles Dragunov disparando sin fallar a cabezas y torsos de estudiantes. Vi caer fulminados a varios chicos de diecisiete, de veinte, como fardos, de repente. Todavía debía reprimir el impulso de echarme al suelo cuando oía un ruido fuerte», recrea sobre este suceso.
Aquella rebeldía, que había empezado en abril y continuó varios meses después, se saldó con cientos de víctimas. Aunque aún hoy se desconoce la cifra exacta, algunos calculan que fueron más de 400 los fallecidos. «A pesar de los muertos no dio visos de atenuarse. La gente sentía que era un movimiento indetenible que terminaría con esa nueva dictadura. Nadie se esperó lo que pasaría. En el mes de julio, el Gobierno de Ortega organizó una enorme ‘operación limpieza’», continúa relatando la escritora.
Represión de Daniel Ortega
«Mandó paramilitares a destruir las barricadas que la gente levantó por todas partes. A punta de balazos desalojaron los tranques con los que la población alzada cortó carreteras y el acceso a las ciudades y pueblos para impedir la entrada de los militares. Yo no podía creer que otros Gobiernos toleraran pasivamente la saña con que estos paramilitares, fuerzas formadas por viejos militares y guerrilleros ya en sus cincuenta o sesenta, armados hasta los dientes y con licencia para matar, dispararon contra gente que solo se defendía con huleras y piedras. Y esa masacre pasó casi desapercibida para el mundo y nadie intervino para detenerla».
En ese sentido, la escritora ha destacado durante la presentación de la novela: «Este libro es bien personal, porque aunque está tamizado por la ficción también es una manera de hablar de algo que es sumamente importante no solo para mí, sino para muchos países que están teniendo que enfrentarse a la desilusión. Es el caso de Venezuela, por ejemplo. Y a mí me sirvió para explicar un poco lo que pasó con la rebelión de 2018, que sentimos que no había sido suficientemente cubierta por los medios».
Belli, que en febrero de 2023 perdió su nacionalidad nicaragüense por la oposición que defendió contra Ortega, al que tampoco deja muy bien parado en su libro, fue calificada como «traidora a la patria» junto a otros intelectuales como el escritor Sergio Ramírez. Actualmente, vive en Madrid, donde ha conseguido reunir de vuelta todos los libros que dejó en su país, al que no ha podido volver desde que en 2021 empezaron a detener a todas las personas que tenían un perfil parecido al suyo.
La pregunta que todos nos hacemos, surca también el libro y la materializa en varias ocasiones el personaje de Penélope. ¿Por qué fracasó aquel movimiento de izquierdas? «No te puedo explicar qué pasó —le contesta Valeria—. La idea de la revolución necesitaba una revolución interior, personal, que no se dio. A fin de cuentas, éramos hijos de una dictadura, llevábamos esa herencia en la sangre y fue apareciendo. En la lucha salió lo mejor de nosotros, pero el poder corroe las buenas intenciones».
Sin embargo, la Belli de carne y hueso, la Belli de fuera de la ficción, no pierde su optimismo. «Yo creo que porque somos humanos y somos falibles. Pero también que vivimos un tiempo muy corto y la historia es muy larga. Y tengo una profunda fe de que en Nicaragua van a cambiar las cosas. Yo no lo voy a ver posiblemente, pero van a cambiar».