Un 'Día' de gran literatura con Michael Cunningham
El escritor norteamericano regresa a la novela con la narración de una misma jornada en tres años diferentes
Atención: he aquí una de las mejores novelas del año. Cierto es que Michael Cunningham (Cincinnati, Ohio, 1952) ya ofrece por sí mismo ciertas garantías: Premio Pulitzer y PEN/Faulkner por Las horas (1998), la novela sobre Virginia Woolf que fue llevada al cine con gran éxito y un elenco de primera (Meryl Streep, Julianne Moore y, por supuesto, Nicole Kidman, que recibió el Oscar por su interpretación). También es el autor de otros buenos libros, como Cuando cae la noche (2010) y La reina de las nieves (2014); pero, por alguna razón, parece que en España no ha calado tanto como otros de sus compatriotas. Día (2023; Lumen, 2024, trad. Miguel Temprano García), su retorno a la ficción tras casi diez años, es una excelente oportunidad para remediarlo.
Un día: el 5 de abril de 2019 por la mañana. Un lugar: el hogar de los Walker-Byrne, un matrimonio con dos hijos, en Brooklyn. Y, por supuesto, unos cuantos personajes que se mueven por él: la pareja, Dan e Isabel, que no atraviesan su mejor momento, él prepara su regreso a la escena musical tras haber fracasado en su juventud y ella, la que sostiene la economía familiar, vive entregada a su empresa; los niños, Nathan, de diez años, que ya no es tan niño y empieza a tener ramalazos de preadolescente, y Violet, de cinco, una niña imaginativa que disfruta probándose vestidos. Y aún hay más gente pululando por ahí: Robbie, el hermano pequeño de Isabel, ha vivido hasta ahora en el piso de arriba; se marcha para darles intimidad, aunque también quiere renovarse en otro aspecto: dejar su trabajo como profesor para retomar la carrera de Medicina, su sueño de juventud.
Esa mañana de primavera, pese al distanciamiento entre Dan e Isabel, ambos se ocupan, como familia bien coordinada, de llevar a Nathan a la escuela mientras cuidan de Violet, que está encantada con las monerías de su tío Robbie. Este, a propósito, mantiene con su hermana una cuenta de Instagram en la que suben fotografías… de un tipo que no existe. Le inventan una vida perfecta; de alguna manera, Robbie, que no ha superado su última ruptura, proyecta en él lo que hubiera esperado de su pareja ideal, o tal vez de una versión mejorada de sí mismo. Volviendo al mundo real, con Isabel fuera de casa, llega Chess con su bebé: es la mujer con la que Garth, el hermano de Dan, tuvo un hijo. Ella, una profesora de universidad lesbiana, le pidió ayuda para ser madre; él no debe, en teoría, ejercer como padre, solo que en la práctica no es tan fácil desentenderse.
Más adelante llega otro día, que es el mismo pero un año después: el 5 de abril de 2020, por la tarde. En pleno confinamiento, que pilla al matrimonio obligado a convivir pese a todo. Y todavía hay un tercer día: el 5 de abril de 2021, por la noche. Estas tres franjas de una misma jornada en tres años diferentes conforman la novela; una estructura redonda con la que el autor desentraña los nudos de la búsqueda de identidad y de las relaciones afectivas en pleno siglo XXI: la pareja, la maternidad, la realización personal, las redes sociales, la pandemia, los nuevos modelos de familia, la pérdida. El autor se las arregla para condensar múltiples conflictos personales, de los de siempre pero también otros más exclusivos del presente, con elegancia, perspicacia y precisión.
En capítulos breves que desplazan el centro entre los diversos personajes, Cunningham demuestra, una vez más, su destreza para plasmar con sutileza esos gestos cotidianos en los que se revela una tensión, una cicatriz, una desviación. Cuesta explicar «de qué van» sus novelas, porque de lo que van es de la vida misma, armónica en apariencia, con sus turbulencias bajo la superficie. No hay épica ni momentos estelares, por mucho que un personaje viaje a Islandia —cuyo clima hace pensar en el ambiente de su anterior novela, La reina de las nieves, con aquel ligero, ligerísimo, toque de realismo mágico que reside más en la mirada de quien quiere ver que en un fenómeno externo— o que otro se mueva en la industria musical. A todos se les ve de tú a tú, en ese entorno en el que pueden ser más ellos mismos: la casa (ni que sea de prestado), la familia, los amigos.
Explicar una época
Cunningham es de los pocos autores que se atreven a introducir las nuevas tecnologías en la narración, y no como mero elemento figurativo, sino como un recurso que nos da información acerca de cómo son, cómo se comportan los personajes. Sin simplezas, ni en el lenguaje (por fortuna) ni en la radiografía de los conflictos, ni en el carácter de quien recurre a ese medio. Y sin que llegue a ser el centro: más bien es un complemento en el que uno deja trazas de sí mismo (aunque sea con máscara), sin hacer de la red un motor de su existencia. Solo, y nada menos, una vía de escape; que aquí, además, por el planteamiento inteligente de la novela, posee la cualidad de secreto compartido entre hermanos; una complicidad entre adultos que compartieron infancia, y para quienes este nuevo juego es una forma de conocer esa parte del otro que no queda al descubierto, por la que no se atreven a preguntar, a través de lo que dicen, lo que suben a la plataforma.
O, al menos, a intentarlo, a intentar esa comprensión entre hermanos que se quieren. Cuando dentro de unos años echemos la vista atrás y nos preguntemos, no solo por las mejores novelas de nuestro tiempo, sino por aquellas que, además, explican esta época, que captan su atmósfera (cualidades que no siempre tienen que ver con una recreación fiel a la realidad), Día será una respuesta indudable.
La historia de una familia de clase media en la sociedad occidental, que se enfrenta a los retos de las primeras décadas del siglo XXI (algunos intrínsecos de este periodo, otros más atemporales y universales) y cuyos miembros evolucionan a lo largo de estos dos años. Michael Cunningham es, sin duda, uno de los grandes escritores contemporáneos, un observador fino de las sombras que entrañan el día a día, capaz de aunar en el relato la herida y la sutura, la oscuridad y la luz. Porque para vivir, al fin y al cabo, hay que tener al menos un poco de esperanza; la esperanza que dejan estas páginas brillantes, para la literatura y para la vida.