Juan Gómez-Jurado cierra (o no) el universo de 'Reina Roja'
El autor de ‘best sellers’ continúa la saga de intrincadas tramas y personajes entrañables en la novela ‘Todo muere’
La trampa es un arte. También en la novela. Cierto que, en ese caso, el adjetivo «tramposa» suele tener una fuerte carga peyorativa. En principio, no debería: depende de si al lector al que va dirigido le gusta caer en según qué trampas. ¿Eso cómo se sabe? En el caso de Juan Gómez-Jurado hay un componente empírico: a estas alturas el lector es bastante consciente ya de qué va el asunto.
Uno de los grandes bombazos del panorama editorial de este otoño ha sido la novela Todo muere (Ediciones B), de Juan Gómez-Jurado. La editorial ha vendido a bombo y platillo que «cierra el círculo del Universo Reina Roja». Aunque tiene más sentido si se han leído los demás libros de la saga (el primero, además, tiene una versión como serie de TV), se puede leer de forma independiente. Su protagonista, Aura Reyes, aparece en medio de una tremenda peripecia en curso: la persigue una poderosísima organización –el sumun del Deep State– para que no revele sus secretos.
Los personajes se ajustan al esquema del best seller como un guante a la mano. La heroína, guapa e inteligente, pero honesta y lastrada por toques de vulnerabilidad, se rodea de una constelación de perdedores que, pese a estar plagados de tópicos, se nos hacen entrañables: la tipa dura que esconde un corazón de oro, la hacker tan asocial y ácida como bienintencionada y, sobre todo, la tropa de adorables ex legionarios en franca decadencia.
Los malos son malísimos. Cada paso que dan, cada frase, cada respiración está dirigido a mostrarnos un cinismo fascinante… Nos caen mal, claro, sobre todo porque tienen todo el dinero del mundo y se creen superiores. No les basta con satisfacer hasta el más mínimo capricho: necesitan el poder absoluto, y por eso crean una sociedad secreta que gobierna a los que nos gobiernan. En la cima hay una mujer mayor, fría y calculadora. Muy sofisticada, culmen de esa fascinación que decíamos. Para sus trabajos más sucios tira de una comisaria de mediana edad y notable mala leche, efectiva y algo ordinaria: muy mala también, pero en versión barriobajera.
A partir de ese material, la peripecia avanza a base de revelaciones. La protagonista y sus amigos se encuentran envueltos en situaciones de alto riesgo sin saber nunca muy bien por qué. El narrador, pobre, no puede ser menos omnisciente. Diferentes personajes y bien medidas dosis de acción abren compuertas de información disparando la dopamina del lector de novelas de misterio: ¡ahora todo encaja! Un clásico cuya eficacia depende del ritmo.
Camello y trilero
Juan Gómez-Jurado maneja esos tiempos con extrema habilidad. Pero no se conforma con el método convencional. A través de malentendidos o engaños deliberados de algunos personajes, crea falsas soluciones que, a veces, incluso dejan la impresión de torpeza narrativa por su falta de verosimilitud o la intuición de demasiados cabos sueltos… para mostrar más adelante que, en realidad, las cosas habían pasado por algo «más lógico». El lector queda doblemente satisfecho: no solo le han contado algo, sino que lo han sacado del error, dándole acceso a una realidad «más real». Se siente parte de una comunidad de «enterados», conocedores de lo que hay detrás de las apariencias.
En uno de los duelos dialécticos, la supervillana tortura a Aura: «Lo que sabes no lo puedes explicar. Pero lo percibes […] No sabes lo que es, pero ahí está, como una astilla clavada en tu mente. Y te está enloqueciendo. Es este sentimiento el que te impulsa hacia delante. ¿Sabes de lo que te estoy hablando?». Sí, lo sabemos. De Matrix. Homenaje válido, ojo. Quizás un poco excesivamente pop para alguien de tanta clase como la supervillana.
En la película, la frase introduce la famosa escena de las dos pastillas: Neo puede tomarse la roja, conocer la realidad de una vez por todas y, una vez en ella, vivir su aventura real, o sea, ser auténtico. O conformarse con la azul y dejar de leer, como la difunta Mayra Gómez Kemp con las tarjetitas del Un, dos tres. Gómez-Jurado es un camello 2.0, tras hábil hibridación con la entrañable figura del trilero: te pasa la pastilla azul como si fuera roja y luego te cobra doble la roja porque, en contraste, coloca mogollón.
El horror del spoiler, el pecado más mortal del género y más en los límites a los que lo lleva Gómez-Jurado, me impide dar ejemplos del truco en la novela. Sería una pena porque… ¡funciona! Que es lo importante. Aunque a algún lector le pueda molestar (y está en su derecho de tirar el libro a la basura), otros muchos los disfruta hasta el extremo: la saga de la Reina Roja ha vendido más de tres millones de libros. A estas alturas todo el mundo sabe quién es y qué ofrece Juan Gómez-Jurado. Y que, si bebes, no conduzcas. Lo dijo Stevie Wonder.
Predilección por los perdedores
Juan Gómez-Jurado es un escritor de best sellers y no se avergüenza de ello. Porque se le da bien. Te abre, por ejemplo, un capítulo con una cita de Aristóteles (facilita, pero con sustancia: «Somos lo que hacemos. / La excelencia no es un acto, es un hábito») y otra de una canción de La Oreja de Van Gogh (facilita, pero… facilita: «Y aún me parece mentira / que se escape mi vida / imaginando que vuelves / a pasarte por aquí»). El lector se siente inteligente y, a la vez, se reconoce a sí mismo. La Oreja te mola y Aristóteles te mola que te mole. Pero ¿qué problema hay en darle un poco de gustito al ego? Ninguno, siempre que seas consciente de las limitaciones del formato (en una conversación alguien me aseguró, totalmente convencida, que conocía perfectamente los entresijos de la Iglesia católica porque se había leído El código Da Vinci…) Y un poquito de Aristóteles es mejor que nada. Que andamos justitos de virtud.
Las comparaciones más o menos ingeniosas –«esa zorra es mala como un cargador de Ali Express»—no van a figurar en el canon junto a Dashiell Hammett pero propician un agradable tono cercano. El narrador es un colega enrollado que se admira contigo del brillo deslumbrante de los perversos millonarios, pero en seguida demuestra su predilección por la autenticidad de los perdedores. Es un tío con mucha calle, se nota.
La sintaxis se alinea con la misma causa. El comienzo de una escena dispara el ritmo a base de puntos y aparte:
«El interior es pequeño.
Una cama de hospital.
Una silla de ruedas.
Una butaca colocada frente a ella.
Aura siente un escalofrío, incluso antes de que [etc.]»
Trepidante.
O así lo percibe el lector. Además, hace más sencillo coronar las 600 páginas, cota en la que el concepto novelón tiene más sentido, aunque sea aritmético.
¿Abusa Gómez-Jurado de estos trucos? Si funciona… Y parece que sí funciona si lo que queremos es esto. ¿Debemos querer esto? Pregunta absurda. ¿Por qué no? Otra cosa es que se pueda opinar que solo esto todo el tiempo se antoja un despilfarro de nuestras potencias. El coste de oportunidad. ¿A partir de cuántos visionados del mismo capítulo de La que se avecina el placer culpable deviene en psicopatía? Ya me gustaría saberlo. Y parar. Onetti, todo un premio Cervantes, devoraba toneladas de novelitas policiacas sin la menor culpa (en su infancia y, sobre todo, adolescencia todavía no había tele, matizo).
Trucos y efectos
No digo que las novelas de Juan Gómez-Jurado sean el equivalente literario de La que se avecina, ojo. Pero creo que se entiende por dónde voy. Yo no lo he pasado mal leyendo Todo muere. Al contrario. Y también utilizo frases cortas para acelerar ritmos y/o transmitir contundencia o lo que sea. No me da para construir los sofisticados artefactos de Juan Gómez-Jurado… que me han entretenido legítimamente unas cuantas horas. La suya es una habilidad que merece el éxito que tiene, medible en ventas. Gómez-Jurado no esconde, por ejemplo, su admiración por Arturo Pérez-Reverte. Al contrario, lo reconoce a menudo como su maestro. «No escribo para cambiar el mundo, sino para ganarme la vida», titulamos por aquí una entrevista a Pérez-Reverte.
Aunque Arturo Pérez-Reverte es, también, miembro de la RAE desde 2003. Probablemente esté en lo más alto de ese subgénero oficioso llamado «bestseller de calidad». Juan Gómez-Jurado está, por lo menos todavía, a una distancia considerable. En positivo: tiene margen. La calidad práctica de sus artefactos es innegable y la prosa es más que correcta, sin desgracias gramaticales y perfectamente editada (aquí sí que está el pie en pared, el mínimo de respeto que debe exigir cualquier lector). Hasta qué punto (o con qué frecuencia) pasa de efectiva a efectista es otra cuestión. Que no es baladí. Lo importantes es que funcione, pero eso no tiene por qué ser incompatible con cierta sutileza.
Un ejemplo. Vale que al aceptar con gusto ciertos trucos, el lector de best sellers demuestra un punto de sadomasoquismo literario. Totalmente legítimo, cierto, pero la práctica de semejante disciplina dispone el establecimiento previo de una palabra «de seguridad» para que la parte sado del asunto se detenga cuando la cosa se está pasando ya de castaño oscuro. Una palabra completamente desvinculada de la práctica. Por ejemplo, no sé… «¿escafandra?» Tras la insistencia de la idea de «cierre del universo Reina Roja» como principal argumento de venta de la novela, la «Nota del autor», allá por la página 634, se pregunta: «¿Volverán Antonia, Jon, Aura, Mari Paz? ¿Se enfrentarán la fuerza inamovible y el objeto inamovible en este conflicto que lleva gestándose quince años?». Tras un dramático punto y aparte, la respuesta: «Depende de ti». Otro trepidante punto y aparte y: «Mientras tanto, tengo alguna que otra historia que necesito contarte».
Un poquito de escafandra.
Por favor.