Vida y obra de Natalia Ginzburg: tragedia, intimidad y compromiso
Llega la edición española de ‘Audazmente tímida’ de Maja Pflug, una breve y amena biografía de la escritora italiana

La escritora italiana Natalia Ginzburg. | Keystone Pictures USA (Zuma Press)
María Magdalena tuvo el rostro de la escritora italiana Natalia Ginzburg. La interpretó en El evangelio según San Mateo de Pasolini, que buscó actores no profesionales. Jesucristo era Enrique Irazoqui, un estudiante de Barcelona de viaje por Italia en busca de apoyos para el sindicato antifranquista que lideraba, y entre los secundarios había unos cuantos intelectuales amigos del cineasta. Aparecen el marido de Ginzburg, el profesor Gabriele Baldini, como uno de los apóstoles, el poeta Alfonso Gatto, el filósofo Giorgio Agamben, el autor y traductor argentino Rodolfo Wilcock, el escritor y crítico Enzo Siciliano y la madre del director como la virgen María anciana.
Como Pasolini, Natalia Ginzburg (1916-1991) fue una intelectual de izquierdas que iba por libre y tenía opiniones heterodoxas. Es uno de los aspectos de su personalidad que retrata la biografía Audazmente tímida (Siglo XXI), escrita por Maja Pflug, su traductora al alemán. El libro había aparecido en castellano hace cuatro años en Argentina y llega ahora por fin la edición española. Es una biografía breve, de poco más de 200 páginas, bien organizada y de lectura muy fluida. Una buena introducción a la figura de la escritora, aunque profundiza poco en su obra.
Nacida en Palermo en como Natalia Levi —tomó después el apellido de su primer marido, Leone Ginzburg—, era hija de una familia acomodada y culta. El padre, Giuseppe Levi, judío triestino, era un eminente histólogo, que tuvo entre sus discípulos a la futura Premio Nobel Rita Levi-Montalcini. Una tía materna se casó con el poeta Eugenio Montale y una hermana de Natalia fue esposa de Adriano Olivetti, hijo del fundador de la fábrica de máquinas de escribir, que dirigió la empresa tratando de convertirla en una suerte de comunidad laboral utópica.
A Giuseppe Levi le ofrecieron dar clases en la Universidad de Turín y la familia se trasladó a esa ciudad. Allí Natalia conoció al intelectual judío de origen ruso Leone Ginzburg, con el que se casó y tuvo tres hijos (uno de ellos, Carlo, es un prestigioso historiador impulsor de la microhistoria y autor del fundamental El queso y los gusanos, que explica el siglo XVI a través de la visión del mundo de un molinero italiano).
En 1933 un joven turinés de 21 años llamado Giulio Einaudi, que había sido alumno del padre de Natalia en la facultad de Medicina, fundó la editorial Einaudi y contó desde el principio con dos colaboradores de excepción: Cesare Pavese y Leone Ginzburg. Eran tiempos de fascismo mussoliniano. Giuseppe Levi no solo era antifascista sino que lo proclamaba a gritos, poniéndose en peligro. En cuanto a Leone, profesor de literatura rusa, tuvo que abandonar la universidad al negarse a jurar lealtad al régimen fascista y fue arrestado en varias ocasiones. Al estallar la guerra, se dictó contra él una orden de confinamiento en un pueblo de la región de los Abruzos, adonde se trasladó toda la familia.
Asesora literaria de Einaudi
Cuando las tropas aliadas desembarcaron en Sicilia y se inició la liberación de Italia, Leone se fugó a Roma para unirse a los partisanos. En esa época de incertidumbre, los alemanes empezaron a detener y deportar judíos italianos. Leone avisó a Natalia y ella y los niños huyeron y se escondieron en un convento. A Leone lo detuvo la Gestapo en una imprenta clandestina en la que imprimía un panfleto antifascista. En la cárcel lo torturaron y falleció a consecuencia de las heridas el 5 de febrero de 1944.
Joven viuda con tres hijos, Natalia Ginzburg regresó a Turín, donde empezó a trabajar para la editorial que su marido había ayudado a fundar. En la posguerra, Einaudi fue uno de los faros culturales más importantes de Italia, frente a la enorme y más comercial Mondadori, con sede en Milán. Al consejo asesor de Einaudi se incorporaron figuras de prestigio como el filósofo Norberto Bobbio y los novelistas Elio Vittorini e Italo Calvino, con Pavese como director literario. Ginzburg trabajó como traductora —vertió al italiano a Flaubert y Proust entre otros—, editora y después asesora literaria. Primero en Turín y después en la oficina de Roma, adonde se trasladó con su segundo marido, Gabriele Baldini, profesor de literatura inglesa, con el que también vivió un par de años en Londres cuando a él lo nombraron director del Instituto Italiano de Cultura de esa ciudad.
Con Baldini, que falleció repentinamente en 1969 de una hepatitis vírica, tuvo dos hijos: un varón que murió al año de nacer, y una niña, Susanna, aquejada de hidrocefalia. Ginzburg concluye así Autobiografía en tercera persona, el texto autobiográfico escrito un año antes de morir, incluido en el volumen Las tareas de la casa y otros ensayos: «Vive con su hija Susanna, muy enferma desde los primeros meses de vida. La enfermedad de su hija le impide pensar en su propia muerte con tranquilidad. Todavía confía en la providencia, en el cariño de sus demás hijos, en los ángeles de la guarda. Cree en Dios, aunque de manera caótica, atormentada y discontinua».
En paralelo a su trabajo editorial y al cuidado de sus hijos, Ginzburg también escribía desde muy joven. Durante la guerra, en 1942, publicó la novela El camino que va a la ciudad, con el seudónimo Alessandra Tornimparte, para camuflar su condición de judía. La pulsión literaria se le había despertado en la adolescencia, con dos lecturas que la deslumbraron: Los indiferentes, el debut de Alberto Moravia en 1929, y los cuentos de Chéjov. Años después sería editora e íntima amiga de la esposa de Moravia, Elsa Morante, de quien heredaría sus gatos siameses tras su fallecimiento. Y sobre Chejov escribió un precioso perfil como prólogo a la edición que preparó de sus cartas (hay traducción al castellano, publicada por Acantilado).
Influencia de Chéjov
El rastro del humanismo y la perspicacia de la mirada de Chéjov se percibe en las obras maestras de Ginzburg, que llegaron en los años sesenta: el libro de breves ensayos Las pequeñas virtudes y la novela autobiográfica Léxico familiar, que fue su primer éxito —se convirtió en un best seller en Italia— y ganó el premio Strega. Su padre llegó a leerla poco antes de morir y protestó indignado al verse retratado: «¡Yo no soy tan gritón!»
Escribió a continuación algunas piezas teatrales, que no tuvieron mucho éxito, aunque una de ellas se la estrenó en inglés Laurence Olivier dirigiendo a su esposa Joan Plowright y otra se la dirigió Luchino Visconti. En el ámbito de la narrativa vinieron nuevas joyas centradas en el mundo íntimo y los universos familiares, como las novelas epistolares Querido Miguel y La ciudad y la casa, la última que escribió, publicada en 1984.
En esa época, tras muchas dudas, había dado el salto a la política y se había presentado como independiente en las listas de PCI. Salió elegida como diputada en dos legislaturas. Su compromiso ciudadano también la llevó a intervenir en un caso que generó una gran polémica en todo el país: un tribunal pretendía quitarle la custodia de una niña filipina a una familia italiana que la había adoptado con algunas irregularidades administrativas. Frente a la opinión sostenida por muchos de sus amigos de que la ley está por encima de todo, Ginzburg defendía que se tomaran en consideración los factores humanitarios, ya que la pequeña estaba bien cuidada y era feliz con su nueva familia. Pero el tribunal fue implacable y les quitó a la niña. La escritora dedicó al asunto un libro: Serena Cruz o la verdadera justicia.
Tras su entrada en política había abandonado su trabajo en Einaudi, tras diversas tensiones, malentendidos e incluso algunos impagos, en tiempos complicados para la prestigiosa editorial, que acabaría absorbida en 1994 por Mondadori, lo cual provocó un notable revuelo en Italia, porque Einaudi había sido desde la posguerra el buque insignia de la edición de calidad.
Predilección por Cesare Pavese
De las personas que conoció allí, Ginzburg siempre sintió predilección por Pavese, una amistad a la que la biografía de Pflug no otorga todo el peso debido. En un texto titulado Respetar a los muertos —incluido también en Las tareas del hogar y otros ensayos—, la escritora responde a la publicación de unos textos juveniles de Pavese tachados de fascistas y traza un prodigioso y agridulce retrato de su colega: «Era un hombre esquivo, quisquilloso, amante del silencio y de la sombra. (…) A sus amigos les enseñó a tener fuerza para soportar el dolor; él no la tuvo, pero sabía que era necesario tenerla, y de alguna forma se hallaba presente en las arrugas de su cara, en sus modos, en su paso rápido y solitario. (…) Su gran inteligencia madura, complicada y adulta, contrastaba con la inmadurez de su carácter. (…) Fue uno de los hombres más apasionados, más humildes y menos cínicos que hayan pasado nunca por esta tierra».
Los grandes literatos que fueron coetáneos de Ginzburg —Pavese, Moravia, Morante, Vittorini, Bassani…— son hoy nombres egregios justamente respetados, pero diría que no muy leídos (salvo El oficio de vivir, los imprescindibles diarios de Pavese). En cambio, la obra de apariencia más modesta de Natalia Ginzburg está cada vez más viva y no para de ganar nuevos lectores que descubren su prosa límpida, sin artificios, y su mirada humanista que sabe descubrir lo verdaderamente importante de la vida.
En Las pequeñas virtudes escribió: «En lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio al peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber. (…) Esta es, quizá, la única posibilidad que tenemos de resultarles de alguna ayuda en la búsqueda de una vocación, tener nosotros mismos una vocación, conocerla, amarla y servirla con pasión, porque el amor a la vida genera amor a la vida».