Cuidado con la Navidad, advierte Sándor Márai
La novela ‘Un perro de carácter’, inédita en español, advierte sobre las consecuencias de regalar algo vivo y auténtico
Le comprendo. Las Navidades pueden ser un hueso duro de roer. Qué me va a contar. Le aconsejo sobrellevarlo con un buen libro. Si es cortito, además, puede leerlo antes de regalarlo y matar dos pájaros de un tiro. Sándor Márai es un valor seguro. Un toque de clase. Algo diferente, pero sin estridencias. Reparador como un caldito con unas gotas de coñac en el frío y tumultuoso trance que nos espera. La editorial Salamandra, astuta, ha desenfundado una de sus novelas más cortas y al pie que, además, arranca justo en la Nochebuena de 1928. Pero ojo: su apariencia entrañable esconde un mensaje inquietante.
Márai escribió Un perro de carácter en 1932. Nacido en 1900 en Kassa, una pequeña ciudad húngara que hoy pertenece a Eslovaquia, el siglo XX estaba a punto de pasarle por encima. Aunque aún mantenía una apacible vida burguesa como escritor de moda en una Budapest próspera y elegante, la melancolía ya teñía su trabajo con el recuerdo del desastre de la Primera Guerra Mundial, que ya le había despedazado el Imperio Austrohúngaro, y la intuición de lo que se estaba fraguando.
Sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial, pero sus críticas al comunismo le valieron el exilio y el silencio en su país, donde había sido toda una estrella. Se suicidó en su residencia de EEUU en 1989. Unos meses después, la caída del Muro de Berlín permitió su rehabilitación. Editores del mundo entero descubrieron un filón. En España, su narrativa comenzó a circular a principios de este siglo y pronto se puso de moda hasta convertirse en un tópico: el escritor de culto por excelencia. Lo que decíamos: una lectura elegante y agradable a la vez con un fondo más intenso de lo que puede parecer en una lectura superficial.
Un perro de carácter estaba inédita en español. No es una obra mayor. En estos casos se suele usar la palabra «joya» (algo pequeño pero valioso) como argumento de venta para salvar ese inconveniente. No le hace falta. No llega a 200 páginas, pero tampoco pasa de los 20 euros. No sé si hay diamantes más baratos, por ejemplo. Y esta «joya» de papel proporciona un calorcillo muy gustoso, diversión, conocimiento y una moraleja que puede ser muy útil.
Empecemos por lo primero. El título del primer capítulo no puede ser más elocuente: Cave canem! Advertencia latina de que hay un perro suelto. Cave significa «cuidado». El narrador, trasunto poco disimulado del autor, sufre la misma tortura que la mayoría de nosotros a estas alturas: qué puñetas le va a comprar a su señora por Navidad. Hasta que una brillante idea se abre paso en su mente como un meteoro: ¡un perro!
Decadencia tranquila
La primera consecuencia nos incumbe a los lectores: «¡Una novela sobre un perro! ¡Por Dios! ¡Hay que estar muy mal para plantearse algo así!» Puede ser, pero el caso es que, literariamente, funciona. Al narrador, que reconoce tener «la obsesión de ver misterios por todas partes», se le disparan los resortes narrativos como una catapulta cuando Chútora, un cachorro de supuesta raza puli y sospechoso aspecto de chucho, entra en su vida.
A Márai se le celebra su agudo análisis de la decadencia de la burguesía húngara. El éxito de Divorcio en Buda, quizá su obra más conocida, bebe de la fascinación que provoca ese mundo de antaño en un momento de nostalgia anticipada, consciente de estar virando a sepia. Un mundo más pausado, con la modernidad ya instalada pero aún remansada por unas formas, por una noción de la elegancia, del saber estar. Ese mundo al que Pérez-Reverte, por ejemplo, admitió en estas páginas acudir cada vez más en sus tramas, hastiado de móviles, ropa casual, redes sociales y otras gaitas.
Un perro de carácter cumple con creces las expectativas. Por ejemplo: «En los días de fiesta, el piso muestra toda la pompa que es posible tratándose de unos burgueses: todo está en su sitio, como en un museo, y mientras el caballero atraviesa las habitaciones vuelve a experimentar el asombro y el aturdimiento que siente cuando se para a considerar las convenciones de su forma de vida. Es como si hubieran pasado muchos años y alguien le mostrara la remota imagen de un piso de 1928, una época en que se vivía así, entre objetos cuyo cometido se ocultaba tras complicadas formas y adornos, entre sillas cuyas patas terminaban sorprendentemente en garras de león, entre lámparas que arrojaban luces hacia arriba y dejaban en penumbra el espacio donde se movían las personas, a las que, en el fondo, les habría encantado ver por dónde iban, pero que vivían de acuerdo con ciertas costumbres, hábitos y rituales que se imponían tenazmente y convertían la vida cotidiana en una compleja ceremonia».
La lucidez del escritor derrama litros de una aguda y, sobre todo, divertida ironía sobre el texto, pero no puede (o no quiere) disimular la calidez que emana de ese mundo, por muy absurdos que a veces se antojen sus cimientos: «Durante los siguientes quince minutos, como atrapado por una compulsión infantil, todos sus gestos y palabras se guían por los recuerdos de otras noches y otras celebraciones parecidas. Mueve y acomoda cosas como si siguiera una liturgia, le da cuerda al gramófono y pone el disco que, con mecánica devoción, a la hora de entonar villancicos sustituirá a los hijos que no ha tenido. Abre gavetas cerradas con llave y extrae cajas, escribe dedicatorias en libros […]».
Hogar y libertad
La llegada de Chútora lo revoluciona todo. El narrador hilvana una trama bastante simpática con los diferentes desastres domésticos que conlleva la entrada de un perro en cualquier hogar. Unas veces resulta enternecedor, otras hilarante, siempre significativo. Pero lo más interesante se va filtrando poco a poco: el esfuerzo por ver la realidad a través de los ojos de Chútora va abriendo el alma del narrador hasta que los problemas creados por la educación del perro pasan de lo anecdótico a un terreno más complejo: Chútora es un rebelde. La intensidad del relato se desata. El narrador admira su carácter indómito, la sed inagotable de libertad, pero se debe a su responsabilidad de cabeza de una familia burguesa.
No destriparé aquí la brillante reflexión del último capítulo, titulado Epílogo y moraleja. Dejémoslo en que Un perro de carácter avisa de lo que sucede si en el aniversario del nacimiento de quien ha definido nuestra época uno decide regalar(se) algo vivo y auténtico. Como un perro. Como un libro. Cave!