La mejor poesía española de 2024
«Luis Alberto de Cuenca ha publicado nada menos que cuatro antologías de su poesía, y probablemente sólo hacía falta la de Cátedra»
Si me concedierais un par de minutos, casi nada, para poder hablar de poesía en medio de esos apasionados debates sobre los asuntos que, al parecer, importan de verdad, como esas cosas que pasan en la tele durante las campanadas de Nochevieja, os diría que probablemente la poesía en sí tampoco importe mucho, y que desde luego los poetas, en general, merezcan esa ruidosa indiferencia que el mundo les dedica, pero que no es justo olvidar que en la poesía, cada cual a su modo y como puede, se trata, eso sí, de cavilar con calma y seriedad sobre las cosas relevantes, significativas o incluso trascendentes. Por descontado que la poesía no sólo está en los libros de versos, sino que cada uno, casi todo el mundo, la busca o la encuentra donde sea, en un paseo, en una mascota, en un amigo, en un golazo de Amaiur Sarriegi o incluso, hay gente para todo, en una serie, pero la poesía textual es esa arrinconada provincia de la literatura que más o menos discretamente, un poco en secreto, alumbra casi toda la demás (por no decir que, intentando explicarlo, calienta todo lo existente).
Yo estoy seguro de que hay un (o una) poeta para cada persona. Igual que todo el mundo tiene su director de cine favorito, su país preferido o su color predilecto, todo el mundo tiene a su poeta, lo malo es que en el 90% de los casos no lo saben, no lo han leído porque ni se les ha pasado por la cabeza, no han tenido el tiempo o la perseverancia de buscarlo y desde luego no lo han encontrado por casualidad, como también podría ocurrir a veces. Pero igual que yo tengo a la Dickinson sobre todos/as las/os poetas de la Tierra, cada mujer y cada hombre tendrían a aquel, digamos, «portavoz» que haya sabido decir o encontrar o traducir a palabras cosas que vienen a explicar el sentido de la vida de un modo suficiente, o que, en todo caso, hacen una compañía definitiva.
Más que hablar de los mejores libros de poesía de 2024, me gustaría poder hablar de los mejores poemas. Incluso sería bonito (si fuera legal) que, allá por primavera, apareciese cada año un libro con esos poemas más luminosos, inspirados o atinados del año anterior, y que el Gobierno los repartiese por las casas como hacían antes con el listín telefónico. Esa sí sería una medida cultural progresista y seguramente eficaz, y hasta, probablemente, una contribución a todo eso de la salud mental pública. Pero vayamos a los libros.
Esto no va a ser en absoluto exhaustivo, sino más bien arbitrario (como parece corresponder, por otro lado, a lo poético, que es probablemente el territorio de la realidad donde más radicalmente libre se puede ser), pero parece obligatorio comenzar haciendo recuento y ver que a lo largo de 2024 reunieron sus «Poesías completas» autores tan sobresalientes o notables como José Mateos (en la Fundación Lara), Miguel Ángel Curiel (en Varasek), Pilar Adón (en la Bella Varsovia), Ángeles Mora (en Tusquets), Marcos Díez (en Visor), Antonio Gómez (en la Editora Regional de Extremadura) o Jaime García-Máiquez (en Renacimiento), y, aunque me propongo hablar exclusivamente del contexto español, me alegró especialmente que se haya emprendido la edición (en Pre-Textos) de la poesía entera del peruano Eduardo Chirinos, a quien quisimos tanto. Por su parte, Chantal Maillard será muy espiritual, pero no es nada tonta, de modo que entregó a Tusquets esa misma poesía reunida que ya había sacado sólo año y medio antes en Galaxia Gutenberg.
Aparte, en lo que sin duda es un récord nacional documentable, Luis Alberto de Cuenca ha publicado nada menos que cuatro antologías de su poesía, y probablemente sólo hacía falta la de Cátedra. Antonio Moreno reunió todos sus haikus (en Comares) y algunos son gloriosos. Eduardo Jordá también auto-seleccionó muchos de sus poemas, siempre tan pulcros e inapelables (en la Fundación Lara), y Alberto Chessa hizo lo propio (inaugurando la editorial La Pipa de Kif). Pero la que sinceramente considero una antología que hizo una aportación novedosa, locuaz y concreta a la filología fue el aparente capricho que Berta García Faet y Juanpe Sánchez López organizaron en la Antología de la poesía cursi (en Letra Versal), un libro si se quiere alegre y un poco gamberro, pero que lucía un prólogo excelente, importante para entender algunas líneas de la poesía más estrictamente actual en idioma español. También conviene conseguir, leer y guardar la Antología de la poesía queer que levantó Ángelo Néstore (en Espasa) y el nuevo abordaje a Gloria Fuertes que, con un prólogo feliz, hizo Julia Viejo (en Blackie Books). Y, yendo por un momento a lo local (y disculpándome por la posible autopromoción), creo de corazón que también merece la pena el barrido y vaciado de la poesía zaragozana joven que hemos acometido en Recogeré mis cosas (Cábula).
Me han gustado mucho los nuevos libros de poetas que mucho me gustaban ya, como Isabel Bono, Lola Mascarell, Juan F. Rivero, Ángela Segovia, Andreu Jaume, Juan Lamillar, Antonio Manilla, Sergio Fernández Salvador, Carmen Fernández Rey, Cristóbal Domínguez Durán, Maribel Andrés Llamero, Óscar Díaz, Manuel Astur, Antonio Praena, Rafael Santos Barba, Aitor Francos, Margarita Leoz, Enrique Cebrián Zazurca, Laura Ramos o Luis Bravo, más las no venales plaquettes que, gracias a Francisco Sánchez Bellón, han publicado en Úbeda Fernando Sanmartín y Víctor Herrero de Miguel, y también los de poetas a los que no conocía, como José García Alonso y Juan Ángel Asensio.
Pero, para descubrimientos (y aquí es a donde, en el fondo, quería yo llegar), personalmente (y lo de personal es literal, pues la admiración derivó o ha derivado en amistad en los cuatro casos) ha habido cuatro flechazos verdaderos en este año recién terminado: el primero, del que ya hablé aquí el otro día, fue don Eduardo Crespo de Nogueira, autor de Playa sin mar (Vitruvio), el primer libro con pie de imprenta de 2024 que leí, apenas comenzado el año, y que me deslumbró. Sucede que mientras escribo este párrafo anda distribuyéndose, aún con fecha de 2024, Un año en Laniakea (Prensas de la Universidad de Zaragoza), tercer libro de Crespo, de modo que dos de sus obras enmarcan el año en que, trágicamente (el 19 de octubre y no el 20 de noviembre, como dije el otro día), Eduardo ha fallecido. No pretendo que nadie se fíe de mi gusto, pero, de verdad, a todo aquel que se considere lector de poesía, del tipo que sea, les suplico que curioseen y busquen alguno de sus poemas, y verán enseguida que en él hay algo distinto y mejor, una poesía con un vuelo muy especial, unos recursos poco habituales y unos hallazgos muy meritorios.
Por otro lado, precisamente el día en el que presentábamos en Madrid el precioso libro de Lola Mascarell (busquen el poema titulado «Tiempos superpuestos»: es el que yo llevaría a esa antología-listín con la que fantaseaba arriba), alguien (creo que Víctor Colden) me chivó que, por lo que me había oído decir, a mí podría gustarme una poeta que se llamaba Carmen Palomo Pinel. Me olvidé del asunto hasta que pocas semanas después me llegó Ser mirada (Pre-Textos), que, en efecto, me encantó, y el libro venía además con la noticia de que la poeta madrileña había conseguido otro premio que daría lugar a un nuevo libro en este mismo año, que fue Ramas de mirto en la ciudad eterna (Visor), un conjunto de poemas aún mejor (busquen el titulado «Rei vindicatio»). Palomo Pinel tiene ya muchos libros publicados, siempre hasta ahora con premio, y alguno de ellos son esas ediciones tan simpáticas como absurdas, tan dignas como inaccesibles, que hacen en ayuntamientos remotos, en colecciones imposibles… A no tardar habrá que reunirlos (o antologarlos) todos en algún libro encontrable, porque se trata de una poeta magnífica, exactamente la poeta que desde hace ya bastante tiempo necesitaba la poesía «de línea clara» para su renovación e incluso su revuelo.
En cuanto a los más jóvenes, otras dos poetas cuyo nombre yo no había oído jamás el 1 de enero son Carmen Rotger y Elisa Fernández Guzmán, quienes, premios mediante, han debutado en este 2024. Sería difícil encontrar dos libros más absolutamente distintos que Que se contradicen (Pre-Textos) y Después del pop (Rialp), pero ambos son genuinos y geniales, el primero en su versión misteriosa, especulativa, conjetural, onírica, desafiante… pero a la vez bellísima y en el fondo secretamente divertida, y el segundo en su variante más arrebatadoramente bonita, irresistiblemente tierna, romántica, amorosa, aparentemente inocente…, preciosa.
Puesto a comprometerme definitivamente, si tuviese yo que regalar un lote con los cinco mejores libros de 2024, y muy especialmente si ese paquete estuviese dirigido a gentes que quisieran hacerse una idea variada de las posibilidades de la poesía en este mundo nuestro de hoy, incluiría estos cinco últimos citados (Préstame tu voz de Lola Mascarell, Playa sin mar de Eduardo Crespo, Ramas de mirto en la ciudad eterna de Carmen Palomo Pinel, Que se contradicen de Carmen Rotger y Después del pop de Elisa Fernández Guzmán), y añadiría como guinda (o, mejor, como base elemental) la poesía alucinada pero apegada a lo real que Miguel Ángel Curiel ha reunido en El viajero de las edades.