'Bola ocho' de Daniel Clowes: el cómic de culto de la generación del 'grunge'
Una nueva edición publicada por Fulgencio Pimentel reúne los 18 primeros números de la revista
Desde que en 1938 Superman emprendió el vuelo, los cómics estadounidenses estuvieron varias décadas bajo el dominio de los superhéroes. Se orientaron de manera preferente al público adolescente a través de sellos como DC y su competidor Marvel; y en una liga similar jugaba EC, célebre por sus tebeos de terror. En los años cincuenta, las viñetas destinadas a un público adulto se concentraban en las tiras de los periódicos –los Peanuts de Schulz, por ejemplo– y en revistas satíricas como la muy influyente Mad. A mediados de los años sesenta, artistas underground como Robert Crumb y Gilbert Shelton, ampliaron el campo de las historietas para adultos. Y en los setenta llegaron Harvey Pekar, Art Spiegelman y un renovado y reciclado Will Eisner, y nació el concepto de «novela gráfica». El motivo: estos autores reivindicaban que en las librerías sus obras debían estar en la sección de literatura y no en la de tebeos, compartiendo estantería con Batman y la Patrulla X. Maus de Spiegelman se convirtió en un hito y un estandarte al ser el primer y único cómic –perdón, novela gráfica– que ha ganado nada menos que un premio Pulitzer.
El terreno estaba por lo tanto abonado para que a finales de los ochenta surgiera una generación de dibujantes con ambición cuyo ADN ya incorporaba la idea de que lo suyo era un arte serio y prestigioso, muy por encima de los superhéroes para adolescentes. Los cómics surgidos entre finales de los ochenta y principios de los noventa en Estados Unidos reflejan un desasosiego juvenil que tuvo su representación más notoria en la música grunge y el fenómeno Nirvana. En el cine lo plasmó como nadie Todd Solondz en sus agrias y desoladas comedias negras, como Happiness (cuyo cartel es obra de Daniel Clowes, el artista del que vamos a habar aquí). Y en literatura sus máximos exponentes fueron –con planteamientos muy distintos– autores como el experimental David Foster Wallace y el canadiense Douglas Coupland, autor de Generación X.
En el ámbito del cómic, las figuras más destacadas surgidas en ese periodo son Chris Ware, cuyo experimentalismo lo emparenta con Foster Wallace; Peter Bagge, el más costumbrista por la vía del humor, y Charles Burns, el más delirante y conectado con el universo de David Lynch. Por último, está Daniel Clowes (Chicago, 1961), el más ecléctico de todos ellos, ya que su obra se mueve entre los lances surrealistas de influencia lyncheana y un realismo descarnado, con gotas de humor salvaje, que refleja las obsesiones y miserias cotidianas de su generación.
Sus muy diversos registros están todos contenidos en Bola ocho, cuya edición completa –con un matiz que aclararemos un poco más adelante– acaba de publicar en nuestro país Fulgencio Pimentel en un espectacular volumen de más de quinientas páginas. La edición original en inglés la puso en circulación por entregas Fantagraphics entre 1989 y 1997, recreando el formato de una revista cuyo único autor era Clowes. De modo que cada número incluía diversas historietas cortas y una entrega de una larga, además de secciones con supuestos anuncios, cartas de lectores, etc. Este formato se mantuvo durante los dieciocho primeros números, que son los que se recopilan en esta edición. Después aparecieron varias entregas más entre 1998 y 2004, pero el planteamiento ya era otro, porque cada número era un monográfico con una única historia.
El propio Clowes contó con tono irónico el origen de esta idea: «Antes de Bola ocho tuve otra serie en Fantagraphics, se titulaba Lloyd Lewellyn y en 1987, tras publicar siete números, se canceló debido a lo escaso de las ventas. Abrumado por el fracaso, decidí poner toda la carne en el asador y hacer un último intento desesperado anticomercial, confiando en poder hacer uno o dos números antes de ser expulsado definitivamente del mundo del cómic».
En los dieciocho números iniciales aparecieron las dos primeras historias largas de Clowes: Como un guante de seda forjado en hierro y Ghost World, ejemplo de dos registros muy distintos. La primera se mueve entre lo fantástico y lo terrorífico, con elementos escabrosos y grotescos, y está muy claramente influida por el cine de David Lynch. Arranca con un tipo que se mete en un cine porno y ve una extraña película experimental sadomasoquista en la que descubre que la actriz es su novia. A partir de esta enigmática premisa, la trama se desarrolla de manera intrincada –y en algunos momentos errática–, al estilo Twin Peaks, de modo que resulta al mismo tiempo fascinante y frustrante, ya que lanza muchas sugerencias que no siempre resuelve. Es también la obra de Clowes que más se acerca al inquietante universo de su compañero de generación Charles Burns (autor de fascinantes locuras como Agujero negro y la trilogía Laberintos).
Ghost World es una obra más madura y cohesionada, en la que lo extraño –y hay muchas situaciones extrañas– no surge de lo fantástico sino de lo cotidiano. Sus protagonistas son dos chicas adolescentes que acaban de terminar el instituto. Las protagonistas son un par de frikis marginadas, que se van encontrando con personajes todavía más frikis y marginados que ellas. Es una obra que tiene el mérito de atrapar de forma muy veraz el malestar adolescente y la asqueada perplejidad ante el mundo adulto.
Ghost World tuvo una excelente adaptación cinematográfica dirigida por Terry Zwigoff, con quien Clowes coescribió el guion (estuvieron nominados al Oscar, aunque no ganaron). La película cambia muchas cosas e incorpora nuevos personajes, pero es muy fiel al espíritu del original. Las protagonistas eran Thora Birch, un par de años después de ser el pecaminoso objeto del deseo de American Beauty, y una jovencísima Scarlett Johansson de diecisiete años. Zwigoff y Clowes volvieron a colaborar en la adaptación de una historia corta de este último: Art School Confidential (incluida en Bola ocho). Al director la conexión con el mundo del cómic le venía de lejos, porque ya había rodado un magnífico documental sobre Robert Crumb titulado simplemente Crumb.
En cuanto a Bola ocho, más allá de estas dos tempranas obras largas de Clowes que también se han publicado de forma independiente, contiene un montón de historietas cortas que muestran su amplitud de registros: piezas autobiográficas, reflexiones sobre la profesión de dibujante, desventuras sexuales, soledades urbanas, retratos de su Chicago natal, las descacharrantes andanzas de un pringado loco por los tebeos llamado Dan Pussey y páginas que dan rienda suelta a un humor iconoclasta. Bola ocho es, por tanto, un cajón de sastre, un taller de artista en desarrollo, un muestrario de sus posibilidades, que después desplegará en obras de madurez como David Boring, Ice Heaven, Wilson, El rayo mortal, Paciencia y Mónica.