Carys Davies: una tierra demasiado hostil para los corazones puros
«La escritora británica en su novela ‘Despejado’ invita a recuperar la esperanza en el ser humano y en la prevalencia»

Portada de 'Despejado': la novela de la británica Carys Davies.
Corre el año 1843 cuando al joven párroco presbítero John Ferguson le encomiendan un viaje a una isla remota de las Orcadas para informar de su inminente desahucio al único habitante, un hombre de mediana edad llamado Ivar. El propietario de la isla quiere convertirla en zona de pastoreo, siguiendo los nuevos métodos de explotación de la revolución industrial en curso. John se prepara a conciencia para transmitir el mensaje, pero no cuenta con que, a su llegada, un aparatoso accidente pondrá en jaque sus planes.
La británica Carys Davies, tras darse a conocer con la aclamada Oeste (2018), confirma en su tercera novela, Despejado (2024; Libros del Asteroide, 2025, trad. Gabriel Insausti), su inclinación por los parajes indómitos donde aún es posible el encuentro entre personajes que se resisten a adaptarse al ritmo implacable de los tiempos. Esta vez, el lugar elegido es una isla imaginaria de las Orcadas, al norte de Escocia, en la época del proceso conocido como «Highland Clearance» (o Desalojos), por el que se expropia a gran parte de la población rural para explotar sus tierras en pos de la implantación de una organización económica más productiva para los propietarios. La ruptura, no hace falta decirlo, resultó traumática para los campesinos, conminados, por la reducción de la mano de obra, a buscarse la vida en zonas urbanas o en otros países.
El último habitante, Ivar, es una suerte de robinson que ha hallado la armonía en ese estilo de vida solitario y autosuficiente, apenas en compañía de algunos animales y el mar. Poco a poco, se dan pistas sobre su pasado: perteneció a una familia, conoce los afectos humanos, la isla no estuvo siempre tan vacía. El enviado para comunicarle el desalojo tampoco es un tipo corriente: John forma parte de la nueva Iglesia Libre, una alternativa fundada por los religiosos que se opusieron al sistema de patronazgo por el que los terratenientes podían escoger a los párrocos de sus feudos según sus intereses y, de nuevo mirando por el beneficio. John es, por lo tanto, un idealista que opta por los valores cristianos primigenios, trabajar en y para la comunidad, aunque eso implique renunciar a la seguridad financiera. Es la necesidad de subsistencia, junto con sus responsabilidades como recién casado, la que lo lleva a aceptar este encargo incómodo.
Tan romántico es John que por iniciativa propia trabaja en una traducción del Evangelio al idioma escocés, que ni siquiera domina del todo, para acercar la doctrina a la mayoría de los feligreses, más familiarizados con esta lengua. La comunicación es un tema clave del libro, porque Ivar, en su soledad, se ha convertido en el último hablante del nórdico, hoy un idioma ya desaparecido. Entre los dos hombres nace una relación fundamentada en el lenguaje no verbal, un gesto, una mirada, mientras poco a poco descubren palabras que añaden a su vocabulario. Están en un lugar donde, además, la naturaleza se expresa sin el ruido de la maquinaria: el oleaje, el viento, el huerto, el ganado. Es posible prestar atención a los sentidos, vivir en plenitud con el entorno, aun reconociendo su extrañeza.
Mientras tanto, la mujer de John permanece en el continente. Ella ofrece un contrapunto interesante: a través de sus vivencias conocemos mejor a John, pero no es una esposa a la espera como Penélope, sino que está al tanto de su actividad, se interesa, toma acción. No es una chiquilla ingenua, sino alguien con sentido práctico que ha vivido y conoce la vulnerabilidad humana. A través de estos tres personajes, separados por el espacio o por otras distancias, la autora teje una red de puntos de unión en su resistencia callada al orden impuesto, en la búsqueda de una forma de estar en el mundo coherente consigo mismos, pese a ser conscientes de los riesgos. Personajes a los que es fácil querer, porque representan esa nobleza de espíritu que, en el fondo, no ha dejado de ser la más íntima y existencial aspiración humana.
Se van sucediendo los fragmentos sobre unos y otros, retazos breves en los que importa más lo que no se dice que las palabras masticadas, por mucho que en el libro las lenguas y la comunicación sean cardinales. Elusiva, sutil, pulcra, así es la voz narrativa de Carys Davies, ese tipo de voz que bajo su sencillez aparente esconde una depuración solo al alcance de un escritor consumado. También resulta agreste, solo que sin léxico grueso; frente a la tendencia literaria a recrearse en la descripción pormenorizada de lo macabro, ella escribe sobre violencias (al ser humano, al territorio, a la cultura) con contención y elegancia, lo que acentúa más si cabe, por contraste, la herida del daño infligido.
Despejado es el relato, más que de una amistad, de un encuentro, un entendimiento, una conexión entre desterrados de alma, rebeldes tranquilos que no alzan la voz y se limitan a obrar, a ser, hasta donde les dejan y mientras les dejan. Encarnan la diferencia entre el hacer por amor (a alguien, a algo) y el hacer por interés, por obligación, por utilidad. Es un texto imbuido de una gran fuerza evocadora, esa isla a punto de desaparecer, todavía indómita, es una protagonista más: casi vacía, dura, aislada, y, sin embargo, más cálida y acogedora que la supuesta civilización que somete a sus disidentes. Nostalgia, sí, en esta historia de pérdidas, de extinciones: el último habitante, el último hablante, la última convivencia, el último sueño, la última libertad. Sin lamentarse por la derrota inminente, con la entereza de quien ha aprendido que vivir es un ejercicio de adaptación constante y que luchar contra alguien más poderoso que tú tan solo retrasa lo inevitable, los personajes viven el presente, acercándose a través de acciones pequeñas, una palabra, una comida caliente, un silencio compartido frente al fuego. Despejado es una novela hermosa, serena, profunda, atemporal y conmovedora, que invita a recuperar la esperanza en el ser humano y en la prevalencia, pese a todo, de su legado inmaterial.