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Literatura

'El romántico', de William Boyd: una novela de toda una vida

El autor británico despliega el siglo XIX en una fascinante ficción que ajusta cuentas con Lord Byron, Shelley y compañía

‘El romántico’, de William Boyd: una novela de toda una vida

El novelista británico William Boyd. | Trevor Leighton

Entre tanta literatura del yo y tanto experimento, se agradece el goce de la narración pura. El romántico (Alfaguara), de William Boyd (Acra, Ghana, 1952), es lo que el autor define como una de esas «novelas de toda una vida». A través de la peripecia de Cashel Greville Ross, nacido en 1799, asistimos al despliegue de un siglo fascinante, el XIX, con la música de fondo del Romanticismo, una tendencia que alguien que conoce muy bien al protagonista resume al decirle: «Tú siempre has seguido el dictado de tu corazón».

Tal criterio lleva a Cashel de la Irlanda rural al Oxford más exquisito, de la batalla de Waterloo a la Italia de Lord Byron y Shelley, de la utopía americana a las fuentes del Nilo, del sofisticado Londres al Mediterráneo del comercio más turbio… Más de 500 páginas que vuelan propulsadas por un narrador nato. A pesar de que sus novelas han obtenido un notable éxito de crítica y público, Boyd nunca tuvo la misma publicidad que sus compañeros de aquella mítica generación Granta (Julian Barnes, Martin Amis, Ishiguro…), quizá más llamativos en forma y contenido. 

Él es consciente de que el de El romántico es «un muy pequeño subgénero de la literatura. No mucha gente escribe novelas de gran tamaño que sigan al protagonista del nacimiento a la muerte». Aunque también ha transitado con éxito por lugares como la novela política, como Un buen hombre en África de sus comienzos, o incluso la saga de James Bond, ya en 1987 se enamoró del largo aliento con Las confesiones nuevas, y se reafirmó en esa pasión con Las aventuras de un hombre cualquiera. «Hay algo en contar una vida entera que parece afectar a los lectores de una manera diferente», dice su autor. 

El más que notable dominio del escenario tiene truco. «Cuando era joven, antes de ser publicado, me pasé ocho años no terminando [la ironía británica salta a cada paso en la conversación con Boyd] un doctorado sobre el poeta Percy Bysshe Shelley en la Universidad de Oxford. Y, mientras, daba clases también sobre Byron, Wordsworth, Coleridge, Keats… todos estos famosos poetas ingleses conocidos como los románticos». 

Muchos años después, ya instalado en la setentena, recordó aquel siglo XIX «que vio una revolución en la tecnología similar a la que hemos visto en los siglos XX y XXI, algo particularmente intrigante para los lectores modernos». A lo largo de su vida, Cashell pasa de tomarse todo un día para viajar de Oxford a Londres en coche de caballos a hacerlo a 60 kilómetros por hora en tren. Es solo un ejemplo de los múltiples cambios que se nos muestran en su forma más significativa, la narrativa: incrustada en la vida misma de una persona con la que el autor consigue que nos identifiquemos. 

«La gente no cambia»

El siglo XIX británico es, además, paradójico: «Al principio era mucho más libre, hasta que llegó al trono la reina Victoria». Pero lo que más sorprendió a Boyd fue que «la gente realmente no cambia. Uno de los desafíos de este libro era investigar cómo hablaba la gente en aquella época, y tras leer muchas cartas y diarios puedo probar que la comunicación entre los individuos era remarcablemente similar a la nuestra: los mismos deseos, los mismos complejos…» 

Aunque hay ciertas distancias que El romántico acierta a matizar para no caer en el anacronismo facilón de tantas novelas pseudohistóricas. Por ejemplo, el protagonista establece una relación muy entrañable con una especie de Sancho Panza llamado Ignatz, pero una escena recuerda la posición de cada uno: «Se miraron con afecto, conscientes de que el abrazo instintivo que deberían darse tras aquella decisión les estaba negado: la posición social, como siempre, los mantenía separados». Deciden dejarlo en un brindis. «Precisamente quería mostrar que las formas superficiales, que obligaban a tratar de determinada manera a una mujer o a un criado, eran diferentes de lo que había por debajo, ese ser humano que sigue siendo el mismo», explica Boyd.

Llama la atención que personajes como Ignatz brillen con especial intensidad, mientras que los más «famosos», como Lord Byron o el explorador Richard Burton salen mal parados. Boyd niega entre risas que se trate de una venganza por sus años de esclavitud doctoranda. «Intento desmitificar. En Las aventuras de un hombre cualquiera, por ejemplo, ya lo hago con Picasso y Hemingway». En todos los sentidos: «A Shelley siempre se lo ve como una especie de hippie con melena rubia mirando a lontananza… cuando en realidad era un tipo desgarbado con una piel y unos dientes desastrosos». 

La peor parte quizá se la lleve Byron: «Se podría decir que era una mala persona. Destruyó vidas, tenía una sexualidad muy polimórfica, incluso incestuosa: tuvo un asunto con su hermana. Y según Stendhal, que lo conoció, era muy tonto. Me pareció interesante explicar eso de Byron, que precisamente estaba obsesionado con su rango en la sociedad». 

Amor y Guerra Fría

A toda esta tropa, Cashell opone su autenticidad. «Los poetas creían en construir una pequeña sociedad perfecta, muy democrática. Eso es lo que Castle sueña cuando va a América, pero todo va mal». Los desengaños hacen cambiar el tercio, con lo que trama avanza a impulsos que, sin embargo, no se perciben forzados. El autor explica que, en este sentido, utilizó el modelo de Stendhal: «Se describió a sí mismo como romántico, pero lo consideró una maldición, una enfermedad, porque arruinó su vida. Era demasiado impulsivo. Escuchaba a su corazón, no a su cabeza, lo que le hizo cometer errores».

El romántico desdobla diferentes perspectivas, pero el núcleo, como no podía ser de otra manera, lo ocupa un gran amor. «Es lo más importante de su vida y se da cuenta de que lo justifica como ser humano. Creo que todos queremos dar amor y recibirlo de vuelta, sin importar de quién o de dónde viene. Encontrar a tu pareja en la vida y conseguir ese intercambio es una necesidad fundamental. Nos sucede a todos. Sucede conmigo. Ha sucedido. Está sucediendo. Estoy contento», concluye Boyd con una sonrisa satisfecha. 

Además, en lo profesional, la literatura le sigue llevando por lugares apasionantes. Últimamente, nada menos que Andalucía. «Estoy trabajando en una trilogía de novelas sobre un espía de la Guerra Fría. La primera, Gabriel’s Moon, salió en el Reino Unido a finales del año pasado. Buena parte la escribí en Cádiz. Transcurre en 1962, me pareció muy interesante investigar cómo era la España de la época, y trata sobre una bomba nuclear de una base americana que estuvo varias semanas perdida. Han comprado los derechos para hacer una película y la estoy adaptando». 

Ya está tardando la versión española de la novela.

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