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Literatura

'El ataque de las cabras', la novela de aprendizaje de Laura Chivite

La joven autora prosigue la prometedora senda de los relatos de ‘Gente que ríe’, premio Ojo Crítico de Narrativa

‘El ataque de las cabras’, la novela de aprendizaje de Laura Chivite

La escritora María Chivite. | Cedida

¿Podría convertirse Laura Chivite (Pamplona, 1995) en una referencia literaria de la generación que viene? Su libro de relatos Gente que ríe (Caballo de Troya) fue toda una revelación y ganó el Premio Ojo Crítico de Narrativa de 2022. Ahora acaba de hacer un interesante y prometedor debut en la novela con El ataque de las cabras (Random House). A ella no parece entusiasmarle comandar ninguna generación. Este libro, desde luego, es lo suficientemente especial, deliberadamente «raro» a veces, como para apartarla de generalidades. Pero, ¿no es eso lo que identifica a las nuevas generaciones, una cierta aversión a las etiquetas? Al menos a algunos de sus miembros más interesantes.

El ataque de las cabras podría considerarse una especie de bildungsroman punk que va adquiriendo sentido común y ternura con el transcurrir de los años y las páginas. Arranca con la protagonista en una adolescencia enfurruñada en su Pamplona natal, continúa en un encuentro con la excitante vida universitaria de Granada y culmina con la supervivencia en la bohemia artística madrileña. Su autora lo define como «un libro bastante delirante en muchos aspectos», pero matiza que, «en esencia, se trata de una novela de lo cotidiano».

El gran acierto sobre el que se construye tiene que ver con la naturalidad con la que los personajes asumen elementos muy extraños, incluso esotéricos, de su vida. Resulta algo así como una novela gótica en pantuflas, con momentos en que lo inquietante y lo entrañable casan realmente bien. «Sobre todo trata la relación entre una tía y su sobrina que me sirve para hablar del paso del tiempo, del desencanto, de las primeras veces en las que te fascinas con alguien o lo idealizas, y la inevitable decepción posterior». Chivite enfoca con mucha ironía y bastante ternura la adolescencia, «una etapa de la vida en la que todo el mundo está bastante perdido, muchas veces lleno de soledad».

La trama avance espoleada por las trifulcas familiares, intensas pero rebajadas por una ironía que resume un personaje secundario capaz de destrozar la solemnidad de Tolstoi en el arranque de Ana Karenina: «Los conflictos familiares son como unas vacaciones en Yucatán, crees que las tuyas son mucho más sorprendentes que las del resto, pero en realidad son todas iguales». La elegida por Chivite, con historias de telequinesia y vampirismo, no se parece a ninguna que yo recuerde. O sí. En el fondo, sí.

Una de esas historias, que da título a la novela y la estructura en tres actos: «Introduzco elementos fantásticos porque me sirven para explicar mejor la realidad, y entre ellos está la fábula de una cabra llamada Juana, que sirve para entender la imaginación de la tía, pero también de mero disfrute, como un juego». El tono, por lo tanto, es «ligero, pero también muy melancólico por momentos. Voy como jugando con ambas cosas, porque esa es la manera en la que miro el mundo».

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El ataque de las cabras
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Tono feminista

Narrada en primera persona, resulta evidente que se trata de una novela muy personal, muy íntima, y con puntos comunes con la biografía de la autora. «Misma edad, mismo origen, mismos estudios, el establecimiento en Madrid… Hay ciertas cosas muy similares, y no me importa que se note, creo que es natural. Lo importante es que el lector sea siempre consciente de que se trata de una ficción y de que la voz que habla no soy yo; de hecho, muchas veces ni siquiera me cae bien. A mí, por ejemplo, me ha construido mucho mi relación con mi hermana, y construí una narradora sin hermana para diferenciarme y explorar cómo sería si fuese hija única; también me ha influido mucho mi padre, que es escritor, nada que ver con el de la narradora. Evidentemente hay cosas mías en ella, pero también en los demás personajes».

Otra de las afortunadas rarezas de El ataque de las cabras es la intensidad y redondez de cada capítulo dentro de la unidad de sentido que proporciona la narración completa. Como si fuera reversible: novela y libro de relatos. «Por un lado, lo he buscado, porque me gusta esta idea de puzzle, pero es también algo más inconsciente, mi forma de escribir es un poco fragmentaria». Uno de los nexos es el universo casi enteramente femenino en el que se desarrolla toda la novela. El tono es claramente feminista, pero sin rencor: «Me interesaba que los pocos personajes masculinos fueran buenos. Ahí también se refleja mi vida: la inmensa mayoría de personas que componen mi vida son mujeres, pero los hombres que participan me caen muy bien».

Otra constante es la solidaridad en la extravagancia, especialmente evidente, aunque no solo, en el caso de la central Tía Lidia, que «era la pequeña de seis hermanos y todos pensaban que era rara. Yo, entre mis primos, también era la rara, así que pensé que habría visto algo en mí, una especie de reflejo joven, y decidió acercárseme». Chivite confirma que siempre le han interesado «mucho más los personajes inadaptados, extravagantes. Me parecen mucho más interesantes. Yo estudié el bachillerato de artes, como la narradora, y éramos los raros de cada instituto, ahí nos juntamos. No estaba claro si ibas porque te gustaban las artes o porque eras el raro; yo creo que, en general, lo segundo: Más que aprender a pintar yo lo que quiero son amigos».

El instituto está en Pamplona, con lo que los raros, para más inri, son provincianos. Autora y narradora vuelven a coincidir en la valoración de ese dato. «Hay una especie de deseo de huida en la adolescencia, de sentir que ese mundo se te hace pequeño, muy unido también al descubrimiento del arte. En ella empecé a leer, a ver películas… en resumidas cuentas, a ver las vidas posibles que existen por ahí, y me dije que aquello se me quedaba muy pequeño».

Adolescencia

Pero la secuencia completa va más allá: «Hay un rechazo hacia tu propia ciudad de provincias y una huida muy satisfactoria, pero con el paso de los años te vas conociendo y, tras probar muchos mundos, empiezas a ver con mucha ternura y cariño tu propia ciudad. No me iría a vivir en Pamplona, porque estoy enamorada de Madrid, pero vuelvo siempre con mucho gusto».

Y en ese regreso coinciden de nuevo narradora y autora en un detalle fundamental, que enriquece notablemente el libro. Frente a tanto héroe de pseudoromanticismo contumaz, de tanto rockero que nunca muere tan orgulloso de haberse conocido, la protagonista de El ataque de los cabras siente que las caras de su adolescencia le dicen: «Te has dado cuenta de que la gente no es idiota. Los años nos han igualado y nosotras, que siempre fuimos más generosas y menos petulantes que tú, te seguimos acogiendo’. Es posible que nada de eso les rondara por la cabeza, pero, de ser así, supongo que habrían tenido razón».

Al recordar la frase de la novela, Chivite la confirma: «Yo me pasé la mayor parte de mi adolescencia pensando que la gente era idiota. Y de pronto un día te das cuenta de que todos somos un poco idiotas y no eres mejor que nadie. Es lo mejor que te puede pasar. El tiempo y los golpes te ayudan. También conocer a gente genial. Y a gente brillante que te decepciona. La Tía Lidia, por ejemplo, es muy inteligente, pero la protagonista se da cuenta de que es una analfabeta emocional. Entonces te planteas qué hace la grandeza, dónde reside, y te das cuenta de que en muchos lugares diferentes y de muchas maneras diferentes». La verdadera diversidad, que incluye a los «normales» o «vulgares», frente a la exacerbación de lo rompedor, de lo «transgresor».

Esa madurez redirige el núcleo central de la novela: «En el mediodía de un martes de febrero la realidad te golpea con su viejo bastón de apabullante honestidad y te demuestra que sí: que aunque tengas gustos diferentes, y hayas logrado huir de tu ciudad, y te expreses de otro modo, y sepas bailar, eres como tu madre, como tu abuela, como tu bisabuela. O al menos arrastras el mismo dolor que ellas, lo has heredado, y eso es casi lo mismo que ser como ellas».

Según se mire, puede sonar a sabia aceptación o triste fatalismo. La autora explica que su pensamiento es «siempre muy paradójico. En este caso, pienso que es cierto que no puedes escapar a ese parecido, pero también que tenemos agencia, no creo que la vida sea una tragedia griega. Puedes romper con la manera que ha tenido tu familia de hacer ciertas cosas». De hecho, ese párrafo de la novela concluye con una frase decisiva: «Mi madre Irene, Tía Lidia, Abuela Refugio y yo, somos una masa informe que se moldea sin cesar».

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