El libro que destruye el mito de la Dalia Negra y denuncia el espectáculo del feminicidio
Un ensayo rastrea el famoso crimen sin resolver para denunciar cómo la cultura mediática ha borrado a Elizabeth Short

Elizabeth Short, la Dalia Negra. | Departamento de Policía de Los Angeles (Wikimedia Commons)
La escritora y periodista Beatriz García Guirado ha escrito un artefacto literario incómodo, innovador y profundamente político. Su nuevo libro, La chica muerta favorita de todos (Libros del K.O. 2025), es una autopsia emocional sobre la Dalia Negra, pero sobre todo un estudio arqueológico —y feminista— de lo que la cultura hace con los cuerpos rotos de las mujeres. Desde la fascinación inicial hasta el desencanto, lo que se despliega aquí no es una investigación criminal, sino una relectura del crimen como síntoma de una sociedad que consume cadáveres femeninos como si fueran parte del menú de una cadena de comida rápida.
García Guirado llega al caso de Elizabeth Short pareciera que su por su fascinación por entender la muerte. En su momento, mientras escribió en este periódico, reflexionó sobre la muerte y todo lo que la rodeaba, así que no es de extrañar que su mirada se aleje de la necrofilia narrativa que envuelve el asesinato de una mujer utilizada y reinterpretada desde enero de 1947. En vez de entrar por la vía de la teoría o la solución interpretativa sobre el asesino, la autora opta por preguntarse cómo una joven sin historia acabó convertida en un souvenir sangriento, en una pieza más del circo mediático que es Los Ángeles.

La chica muerta de la que se apropiaron todos
La chica muerta favorita de todos no es otro libro conspirativo sobre el asesinato de la Dalia Negra, ni pretende resolver el crimen ni ofrecer otra teoría absurda —de esas que vinculan a surrealistas, vaginas infantiles o fantasmas paternos—. Lo que propone es entender qué hace que este crimen siga vivo, qué lo mantiene palpitando, cual corazón enamorado, en la cultura colectiva. Y la respuesta está en ese aparato cultural que ha reciclado a Elizabeth Short hasta el cansancio, convirtiéndola en una muñeca rota intervenida una y otra vez por el deseo masculino, por el discurso hegemónico que no sabe qué hacer con una mujer muerta que no encaja en su molde.
Este libro híbrido, a medio camino entre la crónica, la autoficción, el diario íntimo y la carta sin respuesta, es una reflexión que baja a los infiernos del true crime y de sus consumidores: tipos con canales de YouTube, fans de teorías imposibles, y, por supuesto, un ejército de detectives aficionados –periodistas y escritores hombres como el caso de James Ellroy, John Gilmore o Steve Holde– que han convertido a la Dalia Negra en un receptáculo de sus propias fantasías narrativas. El feminicidio, lo único seguro en esta historia, se diluye bajo capas de mitología tóxica. Cada versión de los hechos borra a Beth un poco más.

Uno de los hallazgos innovadores del libro son sus diálogos fallidos con Larry Harnisch, periodista y figura de culto que lleva décadas investigando el caso de la Dalia Negra. Su obsesión, al igual que la de autora, nace desde la literatura. Pero cuando él desaparece del proyecto a última hora, García Girado transforma esa ausencia en una decisión narrativa: decide escribirle cartas que nunca serán leídas, y desde ahí construye un dispositivo crítico donde el eco de la obsesión masculina resuena, pero también se disuelve. En el espejo de Harnisch, García Guirado desvela el mecanismo de apropiación que ha mantenido vivo el mito. Así como la escritora Chris Kraus desvelaba a su protagonista en su novela Amo a Dick a modo de venganza creativa, García Guirado hace algo parecido, escribe estas cartas como una forma de apropiación de ese discurso hegemónico construido por Harnisch y todas las demás toxicidades alrededor del mito, a modo de vendetta reivindicativa de Beth Short. Vale la pena recalcar que no es una vendetta reivindicativa en su literatura, Beatriz García Girado no quiere el arma arrojadiza y literal del activismo feminista, quiere dejarlos a todos al descubierto desde el arte de la narración.
En La chica muerta favorita de todos se pone el foco en cómo Elizabeth Short fue apropiada por hombres que han necesitado darle una identidad útil para sus relatos desde lo binario. La polaridad siempre es la misma: prostituta o virgen, víctima inocente o femme fatale; todo menos persona, todo menos cuerpo vivo. Y en ese juego de proyecciones, la escritora desmonta con inteligencia e ironía un mecanismo narrativo que lleva décadas operando sin control.
Reinventar la psicogeografía del crimen
Otro valor de este libro es que no es una narración que es solo construida desde la arqueología de los archivos. García Guirado viaja a Los Ángeles –a modo gonzo– junto a la fotógrafa Diana Rangel para entender una ciudad que más que un lugar es un «estado mental». Juntas desterritorializan y retratan escenarios convertidos en clichés hollywoodenses, se cruzan con los fantasmas del fentanilo y los decorados baratos de un mito gastado; instantáneas de una sociedad que convierte sus crímenes más atroces en experiencias turísticas. En el espacio donde ocurrió el crimen, solo queda hoy un hidrante de agua en una urbanización anodina. El descampado de hace casi 80 años ha sido tragado por el tiempo, como si la ciudad recordara a la Dalia, pero nunca a Elizabeth.
La chica muerta favorita de todos no quiere salvar a Elizabeth Short. Quiere, simplemente, dejar de matarla. Es un libro que se planta frente al mito y lo desmonta pedazo a pedazo, como si se tratara de ese cuerpo desmembrado que lo originó todo. García Guirado se ratifica aquí como cronista y narradora con una mirada única, ya que no solo propone una nueva forma de desgranar un crimen, sino una nueva forma de resistir al espectáculo que lo envuelve, al hacer justicia donde el periodismo fracasó, donde la literatura fue cómplice y, donde la víctima se convirtió en un terrible fetiche de la sociedad.
Lo que queda claro al cerrar las páginas de este libro, es que hay crímenes que no se resuelven en los tribunales, sino en los relatos y que, quizá, la única forma de justicia que nos queda, es ver las cosas desde una óptica distinta. Voltear la foto. Nombrar distinto. Recordar que debajo del mito de la Dalia Negra estaba un ser humano, una mujer llamada Elizabeth Short.