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Literatura

'Los niños de Himmler': así funcionaba la primera maternidad nazi

La escritora Caroline De Mulder documenta en la novela el infierno de un hogar infantil destinado a preservar la raza aria

‘Los niños de Himmler’: así funcionaba la primera maternidad nazi

Oficiales de las SS administrando el bautismo a un recién nacido en el programa Lebensborn. | Wikimedia Commons

El control de la natalidad siempre se ha usado de manera eficaz para someter a las mujeres. Tanto en tiempos de guerra como en periodos de paz, la disposición (o la carencia) de métodos anticonceptivos, así como la regulación (o la prohibición) del aborto, han condicionado y condicionan millones de vidas alrededor del mundo. Por si los obstáculos legales para decidir qué hacer ante un embarazo indeseado no fueran suficiente, a menudo son las convenciones, los prejuicios y el miedo al estigma los que condicionan, en última instancia, la voluntad de ser madre o no en un momento dado.

Estas circunstancias se agravan bajo regímenes totalitarios, claro está. En España, sin ir más lejos, se conoce la maternidad de Peña Grande, en Madrid, donde, entre 1960 y 1984, miles de jóvenes embarazadas de familias sin recursos dieron a luz en un entorno que califican de «horror», soportando a diario la explotación y las humillaciones por parte de las monjas. De ahí salieron buena parte de los bebés robados que hasta los primeros años de la democracia han continuado agraviando a miles de mujeres y miles de niños. En cuanto a las que optaban por no dar a luz, ya se sabe: hasta la despenalización del aborto (en 1985, y solo bajo algunos supuestos), les quedaba marcharse al extranjero o hacerlo en la clandestinidad, poniendo en riesgo las vidas de la madre y el bebé.

Otro caso de centro de maternidad aterrador que ha dejado el siglo XX es el que evoca la escritora belga Caroline De Mulder (Gante, 1976) en Los niños de Himmler (2024; Tusquets, 2025, trad. Patricia Orts), una novela inspirada en el Heim Hochland, que se considera la primera maternidad nazi, fundado por Heinrich Himmler en 1936 como parte del programa Lebensborn («el Manantial de la vida»), que tenía como fin la limpieza étnica de los futuros ciudadanos de la patria. El proyecto consistía en un sistema de asistencia para ayudar a las esposas de los oficiales nazis que requerían auxilio y, sobre todo, a las mujeres solteras que se hallaban desamparadas, por lo general pobres, siempre y cuando cumplieran con los requisitos de la «raza aria»,

El programa, que también controlaba orfanatos y contó con centros en diferentes países ocupados, se inició en la maternidad de Baviera que la autora elige como marco para la novela. La narración sigue el día a día de dos mujeres que viven allí, una interna y una enfermera, alternando capítulos. Por un lado, está Renée, una joven francesa repudiada por su familia después de enamorarse de un soldado alemán; un perfil frecuente entre las chicas que recurrían a este tipo de instalaciones. Corre el año 1944 y Renée llega al centro sola e indefensa, ingresa allí porque es la única opción a su alcance. Aún echa de menos al hombre, aunque es consciente del destino incierto de los oficiales. Le escribe cartas de amor que no sabe si llegará a leer. Expresar sus emociones, sus esperanzas, es lo poco que le permite escapar de una rutina estricta, sin libertad para las mujeres, que poco a poco se va apoderando de ella, de su individualidad; el control autoritario las despersonaliza hasta convertirlas en meros instrumentos para preservar la raza. En su camino, Renée se cruza un deportado polaco, Marek, la tercera pieza del libro.

En paralelo, Helga, una de las enfermeras, trabaja con diligencia en el centro. Le gusta su trabajo en el hogar infantil, sobre todo cuidar de los recién nacidos. Soltera y sin hijos, la relación con las futuras madres, a las que no puede evitar juzgar cuando no están casadas, le cuesta más. Helga es, en apariencia, una empleada modélica, que no solo cumple a rajatabla las órdenes como sus compañeras, sino que es la mano derecha del doctor Gregor Ebner, un médico que existió en la realidad y fue el responsable de la muerte de muchos bebés y de la esterilización de otras tantas mujeres. Helga, que cree en los valores del programa, espera con emoción las visitas de Himmler con motivo de las ceremonias de Bendición, una suerte de bautismo que se realiza de forma periódica.

Estilo documental

La novela, escrita con un estilo casi documental –se nota que la autora cultiva tanto la ficción como el ensayo, y que ha investigado a fondo el tema–, registra la rutina de ambas mujeres al milímetro a lo largo del embarazo de Renée y después de dar a luz, en ese año donde la Segunda Guerra Mundial dejó de pintar favorable para el régimen. Si bien le falta cierta narratividad que dé emoción al relato, su registro funcional, de frases breves y yuxtapuestas, que reproduce diferentes documentos –fragmentos de la programación del centro, entradas del diario de Helga, cartas–, consigue recrear la atmósfera asfixiante que se va apoderando, no solo de Renée, sino también de la enfermera que, víctima a su modo, va abriendo los ojos a la realidad.

Tal como descubrirá Renée, la maternidad, con el pretexto de proteger la pureza aria, lleva a cabo numerosas prácticas vejatorias contra ellas y contra los niños, incluido el tráfico de bebés, que en ocasiones se robaban para entregarlos a familias alemanas «de bien». El «problema» de Renée, con todo, no será ese, sino el hecho de dar a luz a un niño que será considerado «imperfecto». Porque, por restringida que fuera la admisión de las futuras madres, los responsables no podían controlar lo impredecible, como que el bebé presentara una anomalía, o lo que el régimen consideraba como tal; en cualquier caso, esas «taras» eran inaceptables en esa futura civilización de hombres superiores que proyectaban.

Caroline De Mulder hace una inmersión en la cotidianeidad de esos hogares desde la perspectiva más humana, esto es, la de sus protagonistas, víctimas y verdugos. Como novela, Los niños de Himmler carece quizá de fuerza, de textura literaria en las voces narrativas; ahora bien, como libro basado en hechos reales, tiene el mérito, no ya de descubrir la verdadera cara de estas maternidades –ya existían documentales y estudios al respecto–, sino de mostrar su funcionamiento con minuciosidad, casi como si hubiera entrado allí con una cámara Ya se sabe: el diablo está en los detalles. En los juicios de Núremberg, los perpetradores, el doctor Ebner entre ellos, recibieron condenas exiguas –poco más de dos años de cárcel, tras haber causado la muerte y la degradación de tantos inocentes–. Que esta obra sirva, al menos, para ajustar cuentas con la Historia.

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