Benjamín G. Rosado, cuando la ficción aterriza en la vida real
El ganador del último premio Biblioteca Breve con su primera novela habla de ‘El vuelo del hombre’ con THE OBJECTIVE

El escritor Benjamin G. Rosado. | Europa Press
Como si fuera él mismo su propio personaje, un joven filólogo llamado Diego Marín que con su primera novela consigue un éxito repentino, cuesta trazar la frontera entre la realidad y la ficción en la vida de Benjamín G. Rosado. Al menos, en esta curiosa coincidencia. Periodista cultural especializado en música clásica antes que escritor, comenzó a componer El vuelo del hombre hace casi una década en la Antártida, a bordo de un rompehielos de la Armada chilena, tras un retiro temporal a Valparaíso. Un debut literario con el que también él se alzó, el pasado mes de febrero, con el premio Biblioteca Breve de Seix Barral.
«Es verdad que Diego gana un premio con su primera novela, pero ese paralelismo escapaba a mi control», bromea. Tal vez, si en algo se parecen es, más bien, en «una forma de asomarse al mundo, de estar en los sitios», pero «no hay trasvase de experiencias» insiste, salvo quizá en las descripciones de las ciudades en las que se desarrolla la acción -Madrid, Valparaíso, Nueva York…-. «Me atrevería a decir que la diferencia fundamental es que el protagonista de esta historia está dispuesto a todo por convertirse en escritor y que yo no lo tenía tan claro. Me he resistido un poco antes de atreverme a dar el salto».
De hecho, a Rosado le llevó dos años terminar un primer borrador, de unas 600 páginas, que acabó guardado en un cajón. «Me cuesta mucho alcanzar ese estado de ‘satisfacción’ con el trabajo realizado, pero, por otro lado, tengo facilidad para avanzar páginas. Luego reescribo cada párrafo, le doy la vuelta a los capítulos, corrijo, sintetizo… Todo lo que no aporte a la historia suele acabar fuera. Es algo a lo que estoy acostumbrado como periodista y que, como lector, agradezco mucho».
Conocedor del sector cultural de primera mano –el periodista ha escrito en los principales medios culturales del país como El Cultural o La Lectura-, otro factor en común, entre personaje y autor, es la promoción que ambos han recibido con una primera novela, algo poco habitual para un autor principiante. «Cuando empecé a escribir El vuelo del hombre lo hice plenamente convencido de que no iba a vivir de lo que fuera que saliera de ese empeño. La ‘dedicación’ a la literatura muy pocas veces coincide con la idea que tenemos de un trabajo, con sus años cotizados y sus días de vacaciones. Pero el término es correcto, pues hay mucho de entrega y compromiso. ¿Qué habría sido de mi novela sin este reconocimiento? No lo sé. Pero me gusta pensar, quizá ingenuamente, que todos los libros terminan encontrando a sus lectores. De eso va precisamente El vuelo del hombre».
Novela de aventuras, romance y suspense, historia tejida de historias, en su novela Rosado, que se mueve entre lo real y lo inventado constantemente, indaga fundamentalmente en ese enigma que es la literatura y el arte de fabular. En ella, la figura del escritor, como uno de los pájaros que pueblan sus páginas, el Calidris alba, es capaz de recorrer miles y miles de kilómetros simplemente por el hecho de saber que ha olvidado algo. El vuelo del hombre es la búsqueda de esa respuesta a una pregunta quizá irresoluble.
Vivir o escribir
Un viaje que inicia su protagonista en Colombia y le lleva de Madrid a Nueva York en una cada vez más desesperada búsqueda de inspiración para escribir otro libro. Inmerso en una especie de «síndrome de la segunda novela», su parálisis, no obstante, no se debe tanto a un bloqueo creativo como a una elección. «Él debe elegir entre vivir y escribir. De hecho, aunque sufre por no poder entregarle un nuevo borrador a su editor, de alguna forma se siente feliz por todo eso que le está pasando y que le impide completar más de dos folios. El problema, a mi modo de ver, no es quedarse en blanco, sin ideas que trasladar al papel, sino tener tantas cosas que contar que, al final, termines perdiéndote lo más importante».
Ese dilema nos lleva a plantearnos, ¿se puede escribir sin haber vivido? «Todos los libros llevan asociado un certificado de experiencias. Pero el sustrato, el combustible, que nos lleva a contar historias no siempre procede de lo que uno ha vivido. La imaginación nos permite explorar la realidad y rellenar los huecos, dar sentido a lo que, de otro modo, no sería más que una secuencia de acontecimientos».
En el camino hacia esas respuestas, El vuelo del hombre se llena de enigmas y sorpresas, con giros inesperados que sorprenderán al lector. También de pequeñas historias y anécdotas de personajes históricos, músicos o artistas, algunos reales y otros ficticios, estirando aún más ese juego de espejos entre realidad y ficción, entre vida y literatura. Un recorrido que abarca algunos de los episodios más determinantes del último siglo, como los atentados del 11-S o la crisis económica de 2008, y que se puebla de nombres como Leonado Da Vinci, Rafael Guastavino, Henry Strauss o el aviador brasileño Alberto Santos Dumont.
«Lo más duro fue decidir cuándo parar y escoger de entre todos los nombres con los que me iba encontrando» –comparte Rosado-. «Un ejemplo claro son los pioneros de la aviación, cuyas historias darían para una tetralogía wagneriana. Al final, opté por Alberto Santos Dumont por su (hasta cierto punto) desconocida rivalidad con los hermanos Wright. Una de las historias que más me marcaron, y a la que curiosamente apenas dedico un par de párrafos, es la de Franz Reichelt, el conocido como ‘Sastre Volador’ que saltó de la Torre Eiffel con un prototipo de paracaídas diseñado por él mismo. Lo que más me llamó la atención de esta historia, por su aplicación al acto literario, es lo que se recoge en uno de los artículos de los periodistas que fueron testigos de su temeraria hazaña: es posible que, de haber saltado desde más arriba, Reichelt hubiera sobrevivido».
Narraciones familiares
En ese sentido, las fábulas, las pequeñas historias, desempeñan un papel determinante en su novela. Es la necesidad de contar y de que nos cuenten para comprender nuestra propia existencia. Sin embargo, reivindica, «es posible que estemos cambiando de hábitos. Ahora a la gente le molesta que la llames por teléfono, prefiere que le dejes un audio y contestar con otro audio o por mensaje. ¡Por supuesto no hablemos ya de quedar! Ese ‘tomar un café’, la eterna prórroga de conversaciones que nunca llegan», reflexiona Rosado.
«Muchas de las historias que aparecen en El vuelo del hombre están contadas a la manera en que en mi casa salían a relucir, durante las largas comidas familiares de domingo, las gestas inverosímiles de algún antepasado, que cada generación iba adaptando a sus necesidades, perfeccionando y adulterando, hasta convertirlas en artefactos narrativos, perfectamente destilados, que te dejaban con la boca abierta. Lo que escuchabas no siempre encajaba con la realidad de los hechos, pero ¡qué importaba eso!».
La autoría como imitación, el origen del lenguaje, la impostura del yo, la creación como plagio, la escritura como una forma asequible de vuelo… son algunos de los temas que aborda, además, esta epopeya literaria, que ha colocado a su autor en el radar editorial con su primera novela. Y los que hemos volado junto a sus personajes, esperamos que, en su caso, no haya bloqueo de ningún tipo y podamos volver pronto a internarnos en la urdimbre de sus historias.