The Objective
La Europa de las letras

Natalia Ginzburg: amor por las dimensiones mínimas

Una protagonista esencial en la renovación que llevó a cabo una brillantísima generación en la posguerra italiana

Natalia Ginzburg: amor por las dimensiones mínimas

Ilustración de Alejandra Svriz.

Una de las más grandes escritoras de nuestra época, la italiana Natalia Ginzburg muy pronto se vio atrapada por las tormentas y hecatombes de la Historia. De ese tiempo o yugo del infortunio que apenas dejaba respirar y obligaba a tomar aire, y muchas veces rápidas y torpes salidas de escape, a tantas de las protagonistas de sus relatos y novelas. Trampas del destino que las convertía, nada más crecer, o nada más atarse a un marido y una familia que acababan de formar, en extranjeras del mundo que les había tocado vivir. En obras bellísimas como Léxico familiar, Todos nuestros ayeres, Querido Miguel, Las palabras de la noche, o bien en la primera, igualmente fascinante, El camino que va a la ciudad, que tuvo que firmar, a causa de las leyes que imperaban en aquel entonces contra los judíos, como Alessandra Tornimparte, en vez de con su nombre auténtico Natalia Ginzburg, supo atrapar a aquellas jóvenes protagonistas, como crisálidas indefensas, con sus amores contrariados, con su soledad, con sus fracasos y con el devastador poder de las emociones, arropadas por la sencilla y engañosa melancolía de lo cotidiano.

Una melancolía que combinaba en su caso, como muy pocos escritores serían capaces de condensar en un solo movimiento, la estremecedora fragilidad de las cosas con una tremenda dureza que golpeaba siempre de forma inadvertida. Desde muy pronto en la vida, una monstruosa falta de piedad no respetaba edades ni precarios refugios que se hubieran construido. Decenas de familias, como misteriosos insectos caídos en la gota del tiempo que todo arrastra y todo atrapa a su paso, quedarían magistralmente congeladas en sus obras, «agarradas desesperadamente a su hoja» -como Natalia Ginzburg escribió- eternamente indescifrables e intraducibles a los ojos ajenos, con sus propios códigos.

Desde muy joven tuvo que plantarle cara al horror de la Historia que en aquellos días no dejaba descansar a nadie: la Italia del fascismo y de la guerra, el activismo clandestino, el destierro a tierras del sur, la persecución de los judíos y, finalmente, la más dura de las pruebas del destino, que no fue otra que el asesinato de su querido joven marido, el eslavista nacido en Odesa, Leone, Ginzburg, torturado hasta la muerte en las siniestras cárceles de la Gestapo de Regina Coeli, en Roma, en 1944. Tras ello, un firme compromiso político ya nunca la abandonaría.

Obstinada en defender cualquier forma de marginalidad, siempre fiel a sus pequeños-grandes temas, tanto en ensayos como en relatos, a su amor por las dimensiones mínimas, por los microcosmos muchas veces invisibles, Natalia Ginzburg siempre estuvo imbuida por un lúcido sentido del humor y por una autoironía que se posaba con suave desencanto, y un afecto profundo, en todos los perdedores de todas las batallas de un siglo amante de supuestas virtudes  ideológicas, pero indiferente con los dramas de «los infelices y los débiles», como ella decía. ¿Y quién más débil que su adorado amigo, Cesare Pavese, al que supo captar de forma inolvidable tras su muerte en una pieza exquisita y delicada, incluida en ese pequeño conjunto de bellísimos ensayos titulado Las pequeñas virtudes. Pero no hubo nada que hacer y ella y su grupo de amigos de Turín, reunidos todos alrededor de la editorial Einaudi, sabían que, tarde o temprano, había que dejarlo marchar, como escribió Natalia en aquella despedida: «No hubo manera de enseñarle nada, de enseñarle a vivir de un modo más elemental y respirable».

Personaje de primera línea en la literatura italiana contemporánea, autora de numerosas y memorables novelas, de obras de teatro, de ensayos, de biografías de escritores y de volúmenes de recolección de artículos escritos para la prensa, Natalia Ginzburg había nacido en Palermo, en 1916 y falleció en Roma, en 1991. Fue sobre todo una protagonista esencial en la renovación cultural que llevó a cabo una brillantísima generación de escritores, intelectuales y artistas en la posguerra italiana. Una renovación que no sólo era estilística, estética y argumental, sino también política e ideológica. Se trató de una generación fuertemente ideologizada, sumamente comprometida con su tiempo y con la denuncia continua de todo tipo de injusticias, abusos y corrupciones que se iban sucediendo en los años del miracolo economico italiano. Es decir, los años del fuerte boom o despegue acelerado de la economía, que tuvo lugar sobre todo entre los años 50 y 70 del pasado siglo. Una brillante generación que destacó en todos los frentes (literatura, cine, teatro, filosofía, política) y que llevó a cabo su propia revolución doméstica e interior, sin dejar por un solo momento de poner al mismo nivel las más altas cotas de exigencia creativa.

Natalia sería una de las más grandes narradoras de la segunda mitad del siglo XX italiano junto a Elsa Morante y Anna Maria Ortese, y su gran amigo Italo Calvino calificó su literatura de «ejemplarmente bella pero tristísima». Desde los 25 años llevó a cabo la admirable construcción de una constante y nutrida obra, repartida en distintos géneros. En ello, aparte de la ficción que la hizo famosa, se incluían espléndidas traducciones del francés de Marcel Proust, Gustave Flaubert o Maupassant, o biografías de escritores –La familia Manzoni y Anton Chéjov. Vida a través de las letras, aparecidas en la editorial Acantilado- así como pequeñas prosas y artículos compuestos para periódicos como La Stampa o el Corriere della Sera, desde finales de los años sesenta hasta el mismo momento de su muerte. Artículos de la más diversa inspiración, desde el comentario cultural y los recuerdos de su vida familiar, así como de su recorrido como creadora y de editora, hasta la denuncia social, moral y política, luego recogidos en volúmenes compilatorios como Mai devi domandarmi, de 1970, y Non possiamo saperlo. Saggi 1973-1990, de 2001 (publicados en la editorial Lumen, con el título de Las tareas de casa y otros ensayos).

Unos artículos y pequeños ensayos, que junto a sus famosos, y también podría decirse que magistrales e imprescindibles ensayos literarios de su bibliografía Le piccole virtù, de 1962 (las ya citadas Las pequeñas virtudes) daban idea de su aguda sensibilidad, su delicado y no agresivo humor, su  fulminante y certera profundidad tanto para los temas literarios o del oficio de escritor como para los asuntos relacionados con el compromiso cívico, incluso cuando se trataba de los temas más dolorosos y peliagudos de la política italiana. Muy en especial los relativos al periodo llamado de la «strategia della tensione», como era el tema del terrorismo y el encarcelamiento o liberación de militantes de grupos de la extrema izquierda de aquellos días –los belicosos años 70- como Potere Operaio.

Magnífica escritora, hoy reconocida por todos, Natalia Ginzburg tenía una inteligencia y una habilidad excepcional para aunar en cada libro lo Privado y lo Público, el mínimo y minucioso detalle aparentemente insignificante, cualquier desecho por pequeño que fuera de lo cotidiano, junto a los grandes gestos y los grandes frescos de época, que hacía correr por detrás, silenciosamente, casi sin hacerse notar, en cada uno de sus libros. En estos frescos, cómo no, estuvo muy presente el periodo de la Resistencia, el de su formación como persona, madre, esposa e intelectual. Dentro de ese periodo, hoy día es una reconocida maestra a la misma altura de geniales recreadores de la etapa del fascismo mussoliniano, de la guerra mundial, la invasión de los alemanes en Italia y los grupos de resistentes , como lo puede ser el piamontés Beppe Fenoglio, fallecido prematuramente, en 1963, o el no menos espléndido Giorgio Bassani, autor del extraordinario ciclo La novela de Ferrara.

En su novela Nuestros ayeres, de 1952, una de las mejores obras de esta autora, tomando como punto de referencia, como siempre en su caso, la idea del clan, de la tribu, para adentrarse en las claves de la Historia, y en la forma en que influía en las cosas y en la vida ese gran trauma que era la guerra, Natalia Ginzburg, al igual que hacía en Léxico familiar, su autobiográfica visión familiar de la misma etapa, la etapa de la Segunda Guerra Mundial, narraba la Historia a través de los jóvenes componentes de una familia de la burguesía modesta del norte de Italia. Con un comienzo que remitía casi inmediatamente de nuevo a su autobiográfica obra maestra Léxico familiar, es decir, con la aparición de un personaje colérico y exaltado, un padre de familia librepensador y socialista, como era el suyo, éste ejercía el mando de la tribu de una forma dictatorial e incontestable. A expensas de sus cambios de humor del día, la historia de la familia se contaba dividida en dos partes: una, que tenía como telón de fondo el Norte, con la muy activa Resistencia piamontesa, y otra, en el extremo Sur, con su atraso atávico, en el momento de la llegada de las tropas alemanas.

Ya solo el comienzo de Nuestros ayeres remitía a un tema, muy querido por esta escritora, que Natalia Ginzburg había tratado en Léxico familiar, su otro libro perteneciente al ciclo heroico y solidario: el de los resistentes al fascismo. Este tema, repetido en su obra, es el de la soledad de los antifascistas «verdaderos». En Léxico familiar se trataba de una sensación creciente que pendía cada vez más en el círculo de la familia de Natalia Ginzburg, la familia Levi, su apellido netamente judío, de soltera. Como en la famosa obra de Ionesco, El rinoceronte, poco a poco, muchos de los amigos de la familia se habían ido haciendo fascistas, por conveniencia o comodidad. Por lo menos, habían dejado de ser tan abiertamente antifascistas como antes.

También el refunfuñón padre viudo de Nuestros ayeres –inspirado en la vehemente figura del científico librepensador Giuseppe Levi, padre de Natalia- practica día a día, como un desafío, su solitario antifascismo y redacta, una y mil veces, destruyéndolas otras tantas, unas incendiarias memorias contra Mussolini y el Rey colaborador del fascismo, tituladas Y nada más que la verdad. A su vez, se deja ver de vez en cuando por el centro de su ciudad «con un aire maligno y despectivo», para demostrarle a todos sus antiguos conocidos de otros tiempos que, para él, ahora, todos son, sin división de clases, «unos granujas», «que él aún seguía vivo, porque creía que con eso les haría rabiar».

[¿Eres anunciante y quieres patrocinar este programa? Escríbenos a [email protected]]

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D